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Sanidad El doctor Antoni Trilla: "Conviene un debate ético y jurídico sobre el certificado de vacunación"

El doctor Antoni Trilla en la Facultad de Medicina de la Universitat de Barcelona de donde es decano.
El doctor Antoni Trilla en la Facultad de Medicina de la Universitat de Barcelona de donde es decano. Montse Giralt

El jefe de epidemiología del Hospital Clínic evalúa los aciertos y los errores cometidos en la gestión de la pandemia en Catalunya un año después de decretarse el confinamiento general de la población.

El doctor Antoni Trilla (Barcelona, 1956) es uno de los máximos expertos en enfermedades infecciosas, y de gran reconocimiento internacional. Sus valoraciones tienen una especial relevancia para entender qué nos ha pasado desde que hace un año se decretó el confinamiento más importante de la historia de nuestro país y de buena parte del mundo.

Un año después del confinamiento, ¿cuál sería el diagnóstico de la pandemia? ¿Estable dentro de la gravedad?

Un año después, sabemos muchas más cosas de la enfermedad, aunque obviamente no todas. Y, en segundo lugar, tenemos más experiencia en la gestión de los enfermos. Vemos la situación un poco más tranquila, sin los sobresaltos y la presión del principio, pero teniendo en cuenta que la situación es inestable. Y con la esperanza que dan las vacunas, que nos abren el camino, no para eliminar el virus, pero sí para conseguir un control funcional de la enfermedad, en que haya casos, pero sin la angustia de tener el sistema sanitario a punto de colapsar. Si no tenemos sustos biológicos, todo indica que en 2021 estamos más cerca de controlarlo que de lo contrario.

¿Cuál ha sido el peor momento de este año de pandemia?

Un viernes de mediados de marzo en que en el hospital nos encontramos con que, si continuaban llegando a aquel ritmo los enfermos, nos veríamos abocados a poner pacientes en los pasillos o vete a saber dónde, y no los podríamos atender bien. Pero afortunadamente superamos el fin de semana.

¿Y el mejor?

Ha habido momentos muy malos, pero también muchos buenos momentos, viendo la respuesta de compañeros y compañeras que han encontrado soluciones, a veces originales, a los muchos problemas que surgían. Pero sin duda el mejor momento con mayúsculas fue el día que pusimos la vacuna a la primera compañera, Eva. Una causalidad con el nombre, ¡la primera fuente de vida, esto es una buena señal [sonríe]! Los primeros días de vacunación fueron emocionantes, con gente llorando, selfies..., que nunca había visto, y llevo 40 años en esta profesión.

El primer caso de Catalunya fue tratado en su hospital, el Clínic. ¿Cómo fue?

Ya hace años que en el Clínic tenemos un grupo que trata las enfermedades infecciosas de alta transmisibilidad, potencialmente peligrosas. Íbamos siguiendo la evolución de la pandemia y sabíamos que en un momento u otro nos tocaría. Simplemente activamos lo que tocaba y para lo que estábamos preparados. A aquella primera paciente ahora la tratarían en el CAP, y entonces la pusimos en una unidad de aislamiento de alto nivel, porque entonces era el protocolo establecido.

Primero se habló de China como algo lejano, pero después no se tomaron medidas fuertes ante lo que ocurría en Italia. ¿Se erró en la previsión?

Se miró hacia Italia, pero se continuó pensando que los casos que podían llegar eran potencialmente controlables. Esta tesis no era de las autoridades sanitarias de aquí, sino de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del centro de control de enfermedades contagiosas de Europa. Detectar casos y aislarlos. Con una información correcta, habríamos visto que había muchas más personas contagiadas de lo que pensábamos. Pero solo se hacían las pruebas a los viajeros que venían de China, primero, y de Italia, después. Y, si venía un infectado de cualquier otro lugar, nadie le hacía ninguna prueba. Esto es lo que creo que nos despistó.

Pero la situación en el norte de Italia ya era muy dura. ¿Había que haber avanzado las medidas entonces?

Quizás podíamos haber hecho algunas cosas diferentes. Pero no lo tengo tan claro. Porque, con los pocos casos detectados aquí, en ese momento no sé si se podía salir a decir que se cerraba el país. Solo hay que ver las quejas por el cierre de los restaurantes durante parte del día, y tenemos casi 2.000 casos a la semana. Imaginemos que se decide cerrar todo porque tenemos diez casos registrados de una enfermedad entonces desconocida...

¿Tenemos la certeza de desde dónde y cómo se propagó el virus?

Ha habido una delegación de la OMS en China y han aclarado algunas cosas. Para mí, algo relevante es que han certificado que durante el mes de diciembre de 2019 ya había cientos o miles de casos en ese país. La alerta se dio a finales de año, pero muchas personas pudieron viajar y esparcir el virus. No sé de donde surgió el virus, pero sí está claro que durante un mes hubo muchos contagiados moviéndose. Y en Europa probablemente pasaba lo mismo.

¿Tenemos ahora mismo el sistema que hace falta para el rastreo?

Yo creo que no. Estamos mucho mejor y ya sabemos que, si tenemos 20.000 casos al día, no hay sistema que lo soporte. Pero creo que un país desarrollado y con recursos como el nuestro debería tener un sistema de vigilancia epidemiológica y de trazabilidad flexible que hasta un cierto nivel se pueda controlar bien. Y tampoco todo radica en tener un gran sistema de rastreo. Si se detectan muchos casos, pero no se cumple con el aislamiento, no sirve de nada. Por lo tanto, se necesitan ayudas para que determinados colectivos que necesitan recursos y no pueden permitirse quedarse en casa lo puedan hacer. Pero, claramente, el sistema de trazabilidad y rastreo ha sido el punto más débil de toda la pandemia.

Al principio tampoco había suficientes equipos de protección ni para el personal sanitario.

Porque estábamos acostumbrados a consumir seis veces menos de este material a la semana. Y eso desató la demanda, el mercado se rompió y fue un lío.

Y finalmente la única solución fue el confinamiento general de hace un año.

El confinamiento total tiene un solo objetivo, salvar vidas. Todos en casa para que menos gente se ponga enferma y se pueda atender en los hospitales a los que enfermen y que aguante el sistema. Es así de sencillo. Ahora, esto hunde la economía. Según los modelos matemáticos, nos ayudó a salvar muchas vidas. A un coste social y económico muy alto, pero preservó el sistema sanitario.

En otros lugares del mundo, como Nueva Zelanda, les ha ido mucho mejor.

Sí. Hay que reconocerlo. Pero nosotros no somos Nueva Zelanda. No somos una isla del Pacífico. Somos un estado de una Europa muy interconectada, de 47 millones de habitantes, y que encima vivimos del turismo. No podemos cerrar como lo hacen ellos.

Le ha faltado musculatura al sistema sanitario para afrontar la pandemia. Se ha criticado la falta de recursos.

El sistema de salud pública está pensado para tiempos de paz y de bonanza. Y para hacer unas determinadas cosas. Para un brote de meningitis o tres casos de tuberculosis funciona perfectamente. Pero no estaba preparado para una prueba de estrés tan tremenda como esta. Tenemos un muy buen sistema sanitario público que desde 2010 sufre unos recortes importantes que en tiempos de paz se aguantan trabajando al límite, con mucha profesionalidad, pero en condiciones precarias.

¿Tiene solución?

Es que no puede volver a pasar. De alguna manera se debe reforzar y se debe repensar. También tengo que decir que en los momentos de mayor crisis la colaboración entre el sistema público y el privado ha sido muy buena. Sin esta ayuda no hubiéramos podido hacerle frente. Y también han sido muy buenas algunas iniciativas como los hoteles salud y otros. Pero ahora, cuando se pueda, se requiere una inversión importante en tecnología, personal y formación, y recuperar un sistema sanitario que en vez de circular con seguro a terceros lo tenga a todo riesgo o con la máxima cobertura posible.

Pero al final se ha optado por ampliar las capacidades hospitalarias y sanitarias en lo posible. ¿No se deberían destinar los recursos a potenciar medidas que permitan a la gente no contagiarse y no a curarlos una vez contagiados?

La inversión en salud pública, que significa prevención, siempre ha sido una parte muy pequeña del presupuesto de salud. Nunca ha ido más allá del 1,5%. Porque todo el sistema sanitario está pensado para curar más que para evitar ponerte enfermo. Está bien el aumento de capacidad hospitalaria, pero hay que reforzar mucho también todo el sistema de prevención. Y, luego, lo más importante es tener personal bien formado. Abrir camas sin el personal adecuado no sirve para nada. Especialmente de enfermería, que está en una situación crítica.

¿El mantenimiento de la actividad económica nos ha llevado a tolerar una mortalidad tan alta como la que se ha producido con esta crisis sanitaria?

Imaginemos que esta pandemia hubiera castigado prioritariamente a los niños en vez de a las personas mayores, como ha pasado. Hubiera sido insoportable. La edad ha marcado el factor de riesgo y no hemos sabido protegerlos suficientemente, especialmente en las residencias.

¿El sistema de residencias ha sido una ratonera para los ancianos?

El sistema de residencias no estaba pensado para actuar de forma sociosanitaria, más allá de unos cuidados mínimos y una visita de la atención primaria. Ahora las cosas deberían cambiar.

¿Cómo valora la respuesta de la sociedad ante la pandemia? ¿Ha sido responsable?

Mayoritariamente nuestra sociedad ha respondido de forma muy ejemplar. Y eso que tenemos fama de individualistas, y de mucho contacto físico, a diferencia de los nórdicos. Siempre hay colectivos para los que es más difícil, y sabemos que esta pandemia se ceba con la desigualdad social según la vivienda de que se dispone y otras cosas.

¿Se ha focalizado demasiado en determinadas imágenes poco ejemplares?

Es cierto que para nosotros, que hacemos frente a las consecuencias, al ver ciertas imágenes se nos caía el alma a los pies. Pero han sido la excepción y no la regla.

¿Se ha estigmatizado a los jóvenes o ­realmente no han sido suficientemente responsables?

Creo que a los jóvenes no les hemos sabido dar las herramientas que les permitieran no sufrir tanto las consecuencias de las limitaciones impuestas por la pandemia.

¿La vacunación va más lenta de lo previsto? ¿Cómo valora el incumplimiento de las compañías en la entrega de vacunas?

Mire, el impacto científico y de desarrollo tecnológico que han supuesto estas vacunas es espectacular. Preveíamos que tenerla en dos años sería un éxito y se ha tardado diez meses. Y están funcionando muy bien. Además, estos son los primeros pasos. Porque vendrán más vacunas e irán mejorando. Es una concentración de talento, cooperación y de mucho dinero. Algunas empresas han recibido inversiones multimillonarias de dinero público para desarrollar las vacunas, y los países que han invertido, como la Unión Europea, lógicamente reclaman unas dosis que no llegan en el número comprometido. Pero creo que esto se irá normalizando, y no podemos olvidar que somos unos privilegiados, porque, a pesar de todo, a finales de año en Europa la mayor parte de la población estará vacunada. Pero la realidad del mundo en que vivimos es la que es, desigual. Y muchos países no podrán tener disponibilidad de vacunas suficiente hasta 2023 o más.

¿Y cómo se podría haber evitado esta desigualdad en la vacunación?

Liberalizando la producción de las vacunas y de las patentes. Las empresas que han invertido tienen derecho a obtener unos beneficios, pero los deberíamos cubrir los países desarrollados con el precio que toque, y dejando que todo el mundo tenga acceso y dando la iniciativa a la OMS. Los epidemiólogos lo tenemos muy claro, no estaremos seguros hasta que todos estén seguros. Ya sabemos que no todo el mundo puede ser el primero, pero sí podemos correr todos más a la vez.

A estas alturas de la pandemia y con la vacuna en marcha ¿se puede descartar un confinamiento como el de hace un año?

Este es el plan Z de cualquier gobierno. El último de todos. Pero siempre pueden pasar muchas cosas. Y si pasan todas a la vez...

Se habla de una posible mutación del virus que inhabilite la vacuna. ¿Puede pasar?

Biológicamente es posible. Otra cosa es ver cuál es la probabilidad. Ahora bien, no vale vender siempre el escenario apocalíptico. Creo que no estamos en esta situación de que pasen todas las desgracias que obligarían a otro confinamiento total. De hecho, la situación es la contraria, ya que las vacunas funcionan, y muy bien, incluso para las variantes más transmisibles como la británica.

¿El segundo paso será encontrar medicación contra el coronavirus?

Es paralelo. Ojalá la tuviéramos ahora para tratar a los que todavía no se han podido vacunar. Ahora hay que encontrar la penicilina contra el virus. Confío en que haya muchos sabios en el mundo buscándola. Pero hay que ser prudentes. En esta pandemia ha habido demasiados anuncios prematuros y datos que luego no se han confirmado.

¿Quizá ha habido demasiados científicos, epidemiólogos y médicos haciendo declaraciones a todas horas y buscando espacios mediáticos?

El pluralismo siempre es bueno. Más en aquello en que no hay recetas claras. En esta pandemia han aparecido muchas voces, lo cual es bueno. La mayoría tenían diferencias, pero con matices, y los mensajes que transmitíamos era lo que sabíamos en cada momento, siendo conscientes que podía cambiar. Pero también ha aparecido mucha gente sin experiencia en determinadas enfermedades que se ha puesto a opinar.

También se acusa a los gobernantes de no escuchar a los científicos. Usted asesora al Gobierno español y al catalán. ¿Es cierto?

Si te piden si quieres formar parte de un consejo asesor, puedes decir que sí o rechazarlo. Pero, si dices que sí, debes ser lo suficientemente leal para saber que las discusiones en el interior del consejo asesor deben quedarse allí dentro. Y, además, tú explicas tu punto de vista a los políticos. Porque dos y dos no son cuatro en esto. Y la decisión, en base a una serie de posibilidades expuestas, la debe tomar el político y no yo. Es muy difícil. No le deseo a nadie estar al frente de un país en medio de una pandemia como esta.

¿Cómo ve el debate sobre el pasaporte vírico o el certificado de vacunación?

Si de lo que hablamos es de moverse por el mundo, yo creo que acabaremos teniendo un certificado de vacunación sin el cual te verás obligado a hacerte un test o hacer un aislamiento de unos días para ir a muchos países. Esto es perfectamente válido desde el punto de vista del reglamento sanitario internacional, y ya funciona desde hace muchos años para la vacuna de la fiebre amarilla. Si hablamos de aplicarlo a la actividad dentro de nuestro país, por ejemplo exigir el certificado para ir al cine o para entrar en un estadio, esto ya es más complicado. Aquí intervienen derechos fundamentales de las personas. Aparte de que no lo podrías exigir hasta que todo el mundo se haya podido vacunar. Creo que este es un elemento que se acabará imponiendo en algunos aspectos y que vale la pena afrontarlo bien en vez de decidir a toda prisa. Y, como todavía tardaremos meses en completar la vacunación, sería bueno que los especialistas en ética, juristas, etcétera, se sienten a fijar qué sería aceptable y qué no.

¿Y qué pasa con los que no se quieren vacunar contra el coronavirus? ¿Debe ser obligatoria la vacunación?

Creo que las vacunas no deben ser obligatorias. Hay que intentar convencer a la gente, y siempre hay un porcentaje que son los reticentes, que no es lo mismo que los antivacunas. Gente que no acaba de estar convencida, pero que aceptan que les demos la información y las aclaraciones, y pueden cambiar de opinión. Pasa siempre, pero esta vacuna la está aceptando mucha más gente de lo previsto. Y la exigencia del certificado para determinadas cosas puede hacer que muchos reticentes terminen aceptando la vacuna. Con los negacionistas no hay que perder demasiado tiempo, porque tienen una convicción que les impide cambiar de opinión.

¿Cómo imagina el mundo postcovid? ¿Volveremos a la normalidad anterior o los cambios experimentados en el último año serán para siempre?

Es difícil decirlo. Pero yo creo que en un escenario de vacunación extensa y con la enfermedad controlada y niveles de inmunidad muy altos, entraremos en una situación de endemia. Es decir, que el virus seguirá estando entre nosotros, pero no provocará grandes daños. Y por lo tanto viviremos con este como con otros virus, como el de la gripe. Quizás no nos podremos sacar la mascarilla en el metro. Puede que sea recomendable viajar menos y mantener las videoconferencias, continuar con el lavado de las manos... Pero no tengo la visión de una sociedad cambiada. Tenderemos hacia una normalidad más similar a la anterior que hacia una sociedad muy cambiada.

Si volvemos a la misma normalidad, ¿no nos puede volver a pasar lo mismo?

Lo que hay que hacer es invertir en vigilancia epidemiológica y todo aquello que permita hacer prevención. Hemos tenido un aviso muy serio y no deberíamos repetir los mismos errores. Porque lo que no seremos capaces de hacer nunca es eliminar todos los virus del planeta. El día que la humanidad desaparezca quedarán las bacterias y los virus, que ya estaban antes que nosotros. Y mientras tanto tenemos que convivir.

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