Un mundo desordenado a la espera de héroes
Un argumento repetido en las películas de acción norteamericanas tiene viejas raíces romanas: un pacífico ciudadano dedicado a la agricultura, a las manufacturas o alguna actividad sosegada, con un pasado cerrado por la vida, es importunado por unos canallas a los que, tanta es su maldad, es imposible no darles su merecido. Funciona porque los sinvergüenzas son malvados sin reinserción posible.
El film se encarga de mostrarnos que son seres inmundos que merecen la muerte. La película está para que pases el rato saboreando la venganza.
Es probable, dependiendo de la intensidad épica, que el forzado héroe fallezca en la lucha, siempre y cuando su sacrificio sirva para que la comunidad pueda seguir en paz y prosperando. De no ser así, le veremos salir de escena, solitario, camino de nuevos rumbos o, quizá, intentando reconstruir la vida desafiada por el mal, eso sí, con unas cuantas cicatrices más.
Visto el mundo desde España, el deseo de que surja esa persona con súper poderes —puede ser un héroe colectivo— es casi una súplica desesperada. Es difícil dónde posar los ojos que no sea un claro recuerdo de la desesperación. Por el desastre en marcha, por el que viene o por el que no dejan de buscar desesperadamente los que no soportan la felicidad ajena.
Israel está asesinando con una brutalidad de campo de concentración, delante de nuestros ojos, a niños, maestros, periodistas, enfermeros, doctores, voluntarios, madres y abuelas, incluso cobijados en hospitales, escuelas y oficinas de Naciones Unidas. Con el aplauso de las instituciones de la Unión Europea, del gobierno de España, de partidos europeos supuestamente de izquierdas —de los Verdes a Die Linke— y, por supuesto, de toda la derecha y la extrema derecha del viejo continente y de la vieja España.
Las derechas europeas, siempre tan antisemitas, entusiastas de las miradas conspiranoicas, donde siempre había un judío tramando el fin de la civilización occidental y del cristianismo, son ahora fanáticos del Gobierno de Netanyahu por su racismo, su colonialismo, su defensa de un Israel étnicamente limpio —que, de triunfar, continuará la limpieza contra otros grupos aunque sean judíos, igual que las derechas siempre siguen contra los enemigos interiores—, y que supedita el ejército y los tribunales a sus delirios ideológicos.
Un mundo donde la socialdemocracia y las derechas coinciden en la geopolítica, volviendo a olvidar los socialistas que, si triunfa esa lógica, los próximos en la lista son ellos.
En la política interna española, las derechas han vuelto a movilizarse, como hacen siempre que están fuera del gobierno, como hacen cada vez que necesitan desestabilizar a algún Ejecutivo más o menos de izquierda y encuentran alguna excusa para presentar sus intenciones golpistas como una “defensa de España”.
Ahora, el argumento es la amnistía, pero en verdad la justificación da lo mismo, porque se comportaron igual con el último Felipe González —aunque a él se le haya olvidado—, con Zapatero y hasta con Adolfo Suárez, a quien no le perdonaban no plegarse a los intereses de las élites (entre otras cosas, se reunió con Yassir Arafat y fue más coherente con la soberanía de España que todo el PP y Vox juntos).
¿O es que acaso no ofreció Mariano Rajoy en 2017 la amnistía a Puigdemont si renunciaban a la independencia? ¿Qué diferencia hay con lo que ha negociado el gobierno en funciones de Pedro Sánchez?
La derecha opera con una lógica implacable: si hay oportunidad de debilitar a la izquierda, operemos. Tienen, siempre, la colaboración inestimable del grueso de los medios de comunicación, de los policías y guardias civiles más amables con el fascismo y de algunos jueces que deben su carrera al PP. Cobran bien precisamente de esa relación y comparten el odio a la izquierda (aunque esto no es condición necesaria).
Además, hay que reconocerles que han aprendido a trenzar apoyos internacionales, recuperando el ejemplo de la Operación Cóndor, con la que las dictaduras del Cono Sur latinoamericano se ayudaban para asesinar o detener a disidentes.
La guerra, sea en Ucrania o en Palestina —es espectacular lo poco que le importa al bipartidismo en todo el mundo hacer el ridículo defendiendo, dependiendo de cuál sea el sitio, una cosa o la contraria— son el canario en la mina que anuncia el fin de lo que Gerstle ha llamado “el orden neoliberal” (Gary Gerstle, Auge y caída del orden neoliberal, Barcelona, Península, 2023).
A lo que hay que añadir la robotización de la economía, el envejecimiento de la población, la incertidumbre apocalíptica de la inteligencia artificial, las migraciones, la permanente crisis económica, el colapso del que está advirtiendo con pruebas cada vez más contundentes el cambio climático global (donde no solo es el calentamiento, sino la pérdida de biodiversidad, las sequías, los incendios, los tornados, huracanes y vientos desconocidos que arrasan ciudades enteras, como le acaba de pasar a Acapulco. Los ricos van a terminar veraneando en su búnker).
Es evidente que, para todos estos problemas, las derechas tienen una solución: más guerra para la guerra, más trabajo y menos pensiones para los mayores, más mano dura para los inmigrantes, menos derechos para los trabajadores, más privatizaciones para la naturaleza. ¿Y qué dice la izquierda?
Vientos de Ferraz tumban los árboles de la izquierda
El PSOE está viviendo de la baraka de Pedro Sánchez, a quien el azar le está recompensando su atrevimiento. Su imagen de político oportuno (u oportunista) desactiva, al menos en parte, la respuesta ideológica de los sectores más a la derecha, por lo que tiene la llave para solventar el conflicto catalán en el que llevamos un par de siglos enredados.
Al no hacer valer argumentos ideológicos sino prácticos, el debate se vuelve más técnico que filosófico, algo que rematan los fascistas que se manifiestan en la sede de Ferraz y gritan “¡Viva Franco!”, aunque mercenarios de la prensa digan en El Mundo que eran militantes del propio PSOE.
Sánchez ha desactivado la oposición interna, y la condición ultra de la derecha le hace pasar casi por un antisistema. Lo que le permite, a su vez, desactivar a la izquierda. Sus relaciones con la derecha económica son excelentes, y en Europa saben que es un fiel aliado de la OTAN y de las decisiones del Banco Central Europeo. Además, Perro Sanxe es más canalla entre las nuevas generaciones que la elegancia medida de Yolanda Díaz.
Sumar nació de un mal parto y no termina de recuperarse. El grupo parlamentario, que era el principal activo a sostener, ha reventado con la falta de cuidados y con la negativa de Díaz a entregar portavocías a los principales grupos de Sumar, lo que, unido a los vetos y al ninguneo (buscado o devenido), han provocado la ‘espantá’ final de Podemos y de Izquierda Unida (que más temprano que tarde anunciará igualmente su independencia. Las bases de IU o del PCE andan perplejas, y han empezado a manifestarlo).
Pretender sustituir ahora al PSOE es un error, igual que lo ha sido intentar acabar con Podemos. Hace 10 años tenía sentido ocupar el espacio de un PSOE lleno de termitas del régimen del 78, anegado de corrupción, caspa juancarlista y felipista y de parálisis.
En Ucrania, en Palestina, en el Sahara, en la transición ecológica, en la sanidad, en la educación, en las empresas públicas, no pueden ser tan parecidas las propuestas del PSOE y las de Sumar.
Esa cercanía hoy es firmar la subordinación, algo que Yolanda Díaz hace para alejarse de la confrontación bronca de Podemos —lo que llama “el ruido”— pero que difícilmente va a tener el apoyo de los partidos que la acompañan, del grupo parlamentario de Sumar e, incluso, de los ministros que tenga a bien elegir. La falta de cemento ha soltado los ladrillos y hay que volver a construir, más con obreros que con ingenieros y arquitectos.
Podemos acaba de celebrar este domingo una Conferencia Política para marcar la ruta de los morados, a la espera de la Asamblea que complete esa tarea. Le corresponde a la Asamblea, por estatutos, marcar el rumbo político de la organización, después de unas últimas asambleas vertiginosas, de la sorpresiva salida de Iglesias y del mal resultado electoral en las municipales y autonómicas.
Los diez años de ataques de las cloacas del Estado a Podemos han hecho mella. Y da igual que salgan audios de esa connivencia entre aparatos del Estado, periodistas y jueces: la sentencia está dictada y Pablo Motos puede decir en un programa diario con dos millones de audiencia que en España no hay libertad de expresión.
Ione Belarra ha emergido como secretaria general, sabiendo ocupar un espacio político reconocido —en España e internacionalmente— con el coraje de denunciar el genocidio israelí en Palestina, con la firmeza programática y por el esfuerzo de recorrer España reuniéndose con una militancia que, no es en número la de ayer, pero no desiste en sus convicciones.
Pero queda mucho trabajo pendiente. Entre otros asuntos, desterrar la cultura política en la que quien disiente está fuera del proyecto. Esa actitud cansa y hace que demasiada gente se vaya a su casa o a otros sitios. En la Conferencia Política han participado 31.000 personas (en la última consulta en junio pasado lo hicieron 52.000).
De las conclusiones se destila una necesidad imperiosa de diferenciarse de Sumar, algo que las bases sostienen indudablemente. Pero también se respira un enfado que, aunque comprensible, induce a algunos errores. Por ejemplo, nombrar en un documento político a personas de otros partidos e insistir en otras siglas como uno de los elementos principales. Tampoco hay que olvidar la inercia de Podemos, desde sus comienzos, a caer en el personalismo.
Todo lo que reclama Podemos es correcto, y ningún partido ha sido tan golpeado por el hecho de presentarse a las elecciones y acariciar el gobierno de España. Pero le falta encontrar cómo hacerlo de manera eficaz. Puedes tener más razón que votos. Ser una roca en tus ideas de izquierda, pero naufragar electoralmente. Y Podemos nació con voluntad de poder.
Decía el último Julio Anguita: “No me queráis tanto y votadme”. Podemos entra en una fase de reafirmación que era necesaria, especialmente después del vapuleo mediático y también de los errores que, aunque no sean de la dirección actual, hay que asumirlos para no repetirlos. Pero si la reafirmación se convierte en una confrontación permanente con el resto de la izquierda, difícilmente le permitirá a Podemos hacer la tarea de agregación que representó hace una década.
Conclusión: borrasca permanente
No parece que la tormenta política en España, Europa y el mundo vaya a amainar. Estados Unidos, como hegemón moribundo, va a morir matando, y ya ha traído de nuevo la guerra a Europa, al tiempo que el genocidio palestino, autorizado por Washington y Bruselas, va a convertir al mundo en un sitio más inestable. China no se resiente y eso hace más paranoico al viejo gendarme mundial. La UE cada vez es más insustancial en la arena global.
América Latina está emergiendo. Eso es esperanzador, pero también vamos a ver cómo es foco de nuevos ataques por parte de las oligarquías nacionales y de los Estados Unidos. No deben relajarse o recibirán un zarpazo. Desde Venezuela —donde ya despidieron a Guaidó y han buscado una nueva pieza, la halcón María Corina Machado, para consumar el tan demorado golpe— a México y Brasil, pasando por Colombia, Argentina o Ecuador, el continente está en disputa.
En España, el parlamento va a ser un lugar complicado, de manera que el Gobierno también va a ser complicado. Si la política se hace en los medios, ya vemos que la política va a echar chispas.
Van a ser más sencillas mayorías parlamentarias para sacar leyes de derechas que de izquierdas, además de que el mantra del apoyo de los independentistas vascos y catalanes va a ser el motivo principal de las derechas.
Las presumibles políticas conservadoras del nuevo gobierno de coalición —dictadas por el PNV, Junts y Coalición Canaria, a las que se puede unir incluso el PP— ya han marcado el rumbo a Podemos, que espera beneficiarse de ser la única fuerza a la izquierda que mantenga la coherencia ideológica.
Pero eso no es garantía de éxito, de manera que la confrontación ideológica entre Sumar y Podemos, lejos de beneficiar a los morados, puede llevar al voto al PSOE. Las peleas internas rara vez han brindado ventajas al espacio alternativo.
¿Hay alguien que pueda volver a intentar juntar todos los fragmentos esparcidos de la izquierda? Nunca los tratados de paz se hacen con las víctimas salvo que, como en Colombia, haya un proceso de justicia transicional, donde todos se reconozcan y se disculpen. Pero la única justicia que hay en el ambiente, en todo el mundo, tiene sabor a venganza. Como si hubiéramos visto en la película la maldad de los adversarios. No hay nada de que hablar en ningún lado y el héroe está herido. Parece que va a llover duro.