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En la cárcel del futuro, todos dicen "por favor"

El 20% de la población reclusa, 15.000 internos, cumple condena en módulos de respeto

PEDRO ÁGUEDA

Una cárcel sin apenas peleas ni drogas, donde los internos pasan el día ocupados en aprender algo útil para cuando recuperen la libertad. Parece el sueño progresista para un país que apenas tuviera delincuencia, un modelo nórdico de imposible aplicación en España. Sin embargo, esta legislatura acaba con 15.000 presos cumpliendo condena en módulos de respeto, el 20% de la población reclusa. Es el lugar de la cárcel donde 'todo el mundo dice por favor y gracias', según cuenta con entusiasmo Alexandra, rumana, veinteañera y aún a dos años de cumplir su condena de seis por tráfico de drogas.

Comisiones y grupos de trabajo formados por los reclusos regulan el día a día de los módulos de respeto. Se trata de implicar al recluso en el funcionamiento del espacio que ocupa con unas normas que no todos están dispuestos a cumplir. Pelear significa la expulsión del módulo al menos tres meses. Para evitar eso está la comisión de convivencia. Negarse a una analítica de consumo de drogas tiene el mismo resultado. 'En el módulo de respeto no se ven esos cuelgues con el caballo o la coca, alguno se fuma un porrito de vez en cuando', cuenta Fran, con 43 años y una condena larga por tráfico de drogas. Desde hace poco, está en libertad los fines de semana.

Con este modelo de cárcel, la Administración evita la conflictividad y avanza en el objetivo constitucional de la reinserción. ¿Y el interno qué gana? 'Pues no vivir con la tensión de que te vayan a meter en una pelea en cualquier momento', responde Fran. Y a continuación cuenta cómo tuvo que pegarse por sentarse en una silla el primer día de cárcel. 'Yo no sabía que había que pagar 30 euros por comprar la silla. Eso no lo sabe el funcionario. Lo sabe el que se tiene que sentar', cuenta ante la complicidad del auditorio.

Fran es uno de los ocho reclusos que han contado su experiencia en los módulos de respeto durante las jornadas organizadas por Instituciones Penitenciarias esta semana en un hotel de Madrid. Está contento porque han venido a verle su mujer y su hija mayor, pero hay algo que no se le quita de la cabeza. 'Ahora puedo salir a mi casa los fines de semana, pero a cambio tengo que cambiar de módulo. Me pasan al de ingresos y allí estás todo el día sin hacer nada. He pedido que me dejen en el módulo de respeto, pero el director dice que nada, ni viniendo aquí', cuenta con resignación.

El primer módulo de respeto fue inaugurado en la cárcel de Mansilla de las Mulas, en León, en el año 2001. En 2004, sus ochenta reclusos seguían siendo los únicos que podían acceder a esas condiciones de una población cercana a los 70.000. Hoy, funcionarios, jueces de vigilancia penitenciaria y Administración coinciden: el futuro pasa porque los módulos tradicionales se conviertan en la excepción dentro de las cárceles.

El magistrado Ángel Luis Ortiz está al frente del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria número 1 de Madrid. El juez defiende la experiencia con datos. En los nueve primeros meses de este año, ni un solo preso elevó una queja al juzgado sobre el trato de los funcionarios de los módulos de respeto de Alcalá-Meco. Del lado contrario, tan sólo se abrieron nueve expedientes disciplinarios a los internos. En el resto de módulos, se acumularon 467 sanciones. 'Todos los presos deberían estar en estos módulos, pero a medio plazo es difícil, no todos están en condiciones', admite el juez.

Pero las ventajas no son sólo para los presos. Nonito García es jefe de servicio en la cárcel de A Lama, en Pontevedra, con un 70% de reclusos en módulos de respeto. 'Han descendido mucho los conflictos y con ello el trabajo de los funcionarios. Han cambiado sus condiciones de vida', reconoce.

Alexandra, la joven rumana, llegó a presidir uno de estos módulos. 'Los funcionarios nos tratan mejor, te llaman por tu nombre. Y la familia puede ver dónde estás porque en la tele sólo se ve gente en la cárcel con un traje de rayas y se imaginan lo peor', afirma. Las visitas a las que se refiere Alexandra se denominan 'jornadas de convivencia' y se celebran un par de veces al año. En ellas, uno o dos familiares de cada interno del módulo de respeto acceden al mismo y pasan unas horas con el recluso. Visitan la celda, ven el trabajo que realizan en la cárcel y, según explica Alexandra, 'se marchan mucho más tranquilos'.

Los módulos de respeto constituyen uno de los logros que exhibe la secretaria general de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, junto a las unidades de madres, que han logrado sacar a los niños de las cárceles, y los planes de salud mental. En el último Día de la Merced, patrona de las instituciones penitenciarias, el pasado 23 de septiembre, su discurso fue una encendida defensa de 'lo público' que sonó a despedida. 'Sin los funcionarios, la arbitrariedad, el interés y la búsqueda del beneficio personal se adueñarían de un mundo tan complejo', aseguró. Después, citó a la feminista y precursora de la humanización de las cárceles Concepción Arenal: 'Las cosas sólo son imposibles mientras lo parecen'.

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