Este artículo se publicó hace 14 años.
Despertar o perecer
Si Europa no abandona su ensimismamiento, agonizará en la irrelevancia
Gonzalo López Alba
Agita la derecha los pliegos del Financial Times o The Wall Street Journal que cuestionan la capacidad del Gobierno de España para dirigir durante seis meses la Unión Europea como si los españoles no hubieran sido capaces de sacudirse los complejos de cuarenta años de autarquía franquista, cuando para informarse y formar opinión de lo que ocurría dentro había que leer la prensa de afuera. Los Pirineos de la Dictadura hace décadas que se desmoronaron y lo que hoy se puede leer o escuchar en los medios de comunicación extranjeros en su esencia no pasa de ser un eco, en ocasiones diabólicamente retroalimentador, de lo que se lee y escucha en los medios nacionales que les son ideológicamente más corresponsales.
Siendo así, habría que concluir que la derecha española tiene que sacudirse el polvo de la dehesa. Pero tal conclusión resulta en exceso simplista. El PP de Mariano Rajoy se avino a votar en el Congreso una proposición no de ley de apoyo al Gobierno para desempeñar durante este semestre la presidencia rotatoria de la Unión Europea circunstancia que no se volverá a producir en los próximos 14 años, pero no tardó en demostrar que juzga compatible la palmada sobre la mesa y la patada por debajo del mantel. Ya lo hizo el PP de José María Aznar en la primera ocasión en que España asumió esa responsabilidad, en 1989, con Felipe González.
El PP olvida que la presidencia de la UE no la desempeña Zapatero, sino España
Jalear tales críticas implica, cuando menos, la omisión que no cabe atribuir a la ignorancia de tres factores: la presidencia semestral del Consejo de la Unión Europea no la desempeña el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, sino el Gobierno de España; el margen de maniobra del presidente rotatorio se ha visto notablemente reducido con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que crea la nueva figura del presidente permanente y otorga más competencias a la Comisión y al Parlamento; y, dadas las particularidades de la economía española, uno de los mecanismos más útiles para acelerar su recuperación es impulsar la del conjunto de la UE.
La pinza del G-2Si nadie puede borrar de la Historia que España regresó a Europa de la mano de Felipe González y entró en el euro con José María Aznar, tampoco se puede negar que a Zapatero le ha tocado el turno en un momento de singular trascendencia para el futuro de la Unión Europea, por sus características refundacionales: nuevos cargos y nuevas competencias institucionales, pero también nuevos problemas que exigen una nueva UE.
Los problemas nacionales no pueden lastrar el imprescindible impulso de la unidad europea
Europa necesita de forma desesperada ser más fuerte si no quiere perecer en la irrelevancia, engullida por la pinza del G-2 que forman ya EEUU y las nuevas potencias económicas encabezadas por China. Para aviso debiera bastar lo ocurrido en la Cumbre de Copenhague sobre Cambio Climático, donde la UE planteó la oferta más ambiciosa y comprometida, pero constató su falta de poder.
Y sólo podrá ser más fuerte siendo más Unión [¿Es casualidad que Financial Times se edite en el país menos europeísta de la UE, que ni siquiera participa del euro, y The Wall Street Journal, en la potencia que ya ve suficientemente amenazada su hegemonía mundial como para tener que defender también su primacía en Occidente? ¿Es un dato neutral que ambos periódicos sean las biblias del neoliberalismo y que el Gobierno de España lo presida un socialista, el más fuerte de esta familia en Europa?].
Puesto que los grandes cambios se producen casi siempre por necesidad antes que por voluntad, el momento no puede ser más idóneo. Quizás por primera vez, el momento de la crisis económica y financiera ha coincidido con el momento en que la Unión Europea se ha dotado de más instrumentos para dar un salto adelante hacia más federalismo y menos nacionalismo.
Políticas y formasLos objetivos a cubrir durante el semestre de la presidencia española pueden resumirse en tres: promover un gobierno económico de la UE para acelerar la salida de la crisis, poner en marcha la nueva arquitectura institucional y aprobar la iniciativa legislativa popular para intentar generar un inexistente sentimiento de ciudadanía europea. Y los tres se reducen a uno: traducir en hechos la letra del Tratado de Lisboa para fortalecer la Unión [con mayúsculas] Europea y dar una respuesta a la crisis que evite al Viejo Continente instalarse en la agonía de la decadencia.
Por eso, el impulso unitario que toca abanderar a Zapatero no puede verse lastrado por la circunstancia de que España vaya en el furgón de cola de la recuperación económica. Si no se toman medidas a tiempo, y ya se acumulan demasiados retrasos y síntomas de política lampedusiana cambiar todo para que todo siga como estaba, en lugar de estar produciéndose el comienzo de la recuperación, se estará simplemente tomando impulso para una caída más fuerte y estrepitosa.
Pero los modos vaticanos que caracterizan la política europea aconsejan esmerar el cuidado de las formas. Si el objetivo compartido es reforzar el gobierno económico de la UE, es evidente que habrán de establecerse mecanismos que impidan que cada país haga lo que quiera y se pueda saltar a la torera las normas o criterios que se establezcan, pero hablar de "penalizaciones" tiene un sesgo muy diferente a hablar de "incentivos" y, las cosas como son, en materia económica no está Zapatero para sacar pecho. Tampoco están los pontífices del neoliberalismo como para dar lecciones, sino más bien para recordar aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio.
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