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Familias de disléxicos piden un lugar para enseñar a aprender

Una fundación crea un proyecto que huye del método tradicional lecto-escritor

MARTA HUALDE

“La letra con sangre entra” es imposible para ellos. Por mucho que se empeñen las administraciones educativas, los niños con dislexia no pueden aprender con el sistema tradicional basado en la lecto-escritura. “Es como si a un niño cojo se le obliga a hacer deporte”, explica la presidenta de la Fundación Aprender, Irene Ranz. Por ello, esta organización de familias de disléxicos pide un espacio en el que instalar un centro específico para este alumnado.

La Fundación Aprender ha diseñado un proyecto de escuela para este tipo de alumnos. Ya tiene 12 potenciales alumnos, pero no cuenta con un espacio físico para atenderles. El objetivo es enseñar a los disléxicos, entre un 10 y un 15 % de la población, a aprender “independientemente” de la lectura y la escritura, justamente la vía que tienen bloqueada. “Puedo empeñarme en que un niño sin fuerza en las piernas empiece a andar, pero se caerá. Hay que esperar a que tenga masa muscular”, pone como ejemplo Ranz.

Para hacer realidad este sueño, los promotores del proyecto han entablado contacto con patronales de colegios privados, con órdenes religiosas propietarias de centros concertados y con la Consejería de Educación de Madrid para que les ayuden. Pero todavía no hay respuesta. Así que, como el inicio del curso escolar se les echa encima, piden un hueco en algún centro con pocos alumnos y espacio libre para instalar su proyecto de forma provisional. No quieren hacerlo privado para que sirva también para familias con pocos recursos económicos.

“Mi hija es muy lista, pero el sistema educativo, centrado en memorizar un montón de cosas, ha conseguido que pierda su autoestima”, lamenta Inma Grass. Su hija Alicia, de 15 años, repitió 1º de Primaria y este curso volverá a hacer 2º de ESO por la “total incomprensión” del sistema y los profesionales a su dislexia. La Fundación Aprender denuncia que las ayudas a estos menores llegan únicamente cuando el desfase curricular es de, al menos, dos años. “Me recomendaron que repitiera”, se queja Inma.

Según las asociaciones de disléxicos, una tercera parte del fracaso escolar se debe a que no se atienden suficientemente las necesidades de este colectivo. “Me acabaron diciendo que la niña no valía”, relata su madre, que se gastó “un dineral” en tratamientos privados para que aprendiera a leer y escribir.

Para Grass, los centros y los docentes no tienen formación sobre este trastorno. La Fundación Aprender ha dado un curso a una veintena de profesores para su futuro colegio. A la espera de que sea una realidad, la madre de Alicia pide que se permita a estos alumnos usar la calculadora, ordenadores con correctores de texto y más tiempo para hacer los exámenes.  “Son personas muy visuales”, explica.

La metodología del centro que tiene ideado esta fundación, de Infantil a Bachillerato y con dos clases por curso, pretende paliar las deficiencias de atención a estos menores. Se centra en el método Decroly, que parte de temas propuestos por los
niños. Esta organización plantea aprender desde cuatro áreas prácticas: la alimentación, la protección del entorno, el trabajo y la defensa. La urgencia de encontrar un aula donde impartirlo es que las familias no pasen un “auténtico calvario”, como dice haber sufrido Inma.

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