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Malagón, el viñetista cabreado con el poder

Sus viñetas sobre la crisis, los abusos y el reverso tenebroso de la economía han calado entre sus lectores porque "reflejan la rabia que sienten". Lo complejo, según José Rubio, es sortear las barreras de los anunciantes, de la Corona o de la religión.

Autorretrato del viñetista José Rubio Malagón.

HENRIQUE MARIÑO

Los viñetistas son los nuevos editorialistas. La conciencia del periódico. Un dibujo que trasciende el marco para narrar con ilustraciones lo que no puede o no quiere decirse con palabras. El bufón del poderoso, al que afea sus vergüenzas mientras le arranca una sonrisa. Uno lee el chiste, luego la esquela y ya entonces busca qué ha pasado en el pueblo. Malagón, nacido José Rubio en Alcalá de Henares a comienzos de los setenta, vive en La Vila Joiosa e ilustra para El Mundo lo que sucede en la Comunitat Valenciana.


“No es lo mismo hacer un chiste sobre Rajoy, cuya caricatura es reconocible, que uno de carácter local, pues la gente no tiene tan claro quiénes son los protagonistas de la vida política. Esa traba te fuerza a hacer algo más genérico para que lo pueda entender todo el mundo”, explica el también colaborador de Orgullo y Satisfacción, Tiempo y ABC. “Las viñetas atemporales que tratan temas universales son las más agradecidas. Como las noticias son cíclicas, gracias a las redes sociales cobran vida propia y vuelven a difundirse tiempo después”.

Sus esquejes de la crisis, encargos de cuando todavía se llamaba recesión, siguen dando sus frutos. “El lector los ha hecho suyos porque reflejan la rabia que sienten y, cuando haces una denuncia flagrante o reflejas el contrasentido de los políticos, deciden compartirlos con sus amistades”, explica el autor de Necronomía (Edicions de Ponent), una antología que alumbra el lado oscuro de las finanzas. “Como humorista, esta época es fascinante, aunque paradójicamente el diario digital que me pagaba por hablar sobre economía terminó echándome por recortes presupuestarios”, reflexiona José Rubio, quien emuló el indignado título del panfleto de Stéphanne Hessel para publicar ¡Cabreaos! Se ríen por encima de nuestras posibilidades (Ediciones Deusto).

“Ahora resulta menos complicado ironizar, pues el público está más receptivo, pero a veces no sabes por qué funciona el humor”, se pregunta Malagón, convencido de que la inspiración tiene que encontrarle empapado de información. “Los viñetistas trabajamos con muchísimas ideas y al final elegimos sólo una. Para saber si es buena, se lo consulto a mi mujer, que ejerce de censora número uno. Así, mi fórmula pasa por la acción y la repetición hasta conseguir el objetivo”.

Tras superar el corte doméstico, surgen otras barreras, aparentemente invisibles. “Las mayores presiones proceden de los anunciantes, aunque con la abdicación de Juan Carlos y la coronación de Felipe también se vio un marcaje férreo por parte de los medios tradicionales. Y cuando tocas la religión, en algunas publicaciones saltan los resortes porque todavía es un tema que despierta muchos odios”, concluye el viñetista alcalaíno. “Hay quien se cepilla los límites del buen gusto, pero las consecuencias pueden sobrepasar lo imaginable”. Una semana después, Charlie Hebdo regresa a los quioscos. Todo perdonado.

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