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«A mi padre no le dejaron salir del avión»

Una familia denuncia la «presión» de la tripulación

DANIEL AYLLÓN / ANA CLARA PADILLA

El mensaje partió del móvil de su marido, Rubén, de 46 años: “Amor, se me averió el avión. Estábamos en la pista de salida y regresamos. Tengo a todos los técnicos y mecánicos revisándolo. A ver si me cambio de avión. Besitos amor”. Mari Carmen, le urgió a salir del avión y volver a casa, pero “la tripulación no le dejó”, aseguró ayer su hijo Donovan. Superada por la pérdida, Mari Carmen gritaba por la mañana el texto del mensaje en la puerta del Hotel Auditorium de Madrid, ante la atención de más de 30 periodistas.

Rubén era el menor de diez hermanos, todos canarios. Hace cinco años se aventuró a viajar hasta Alcobendas (Madrid) para dedicarse a su vocación: pastor evangelista. Era el primero de la familia que probaba suerte más allá de las islas y vivía con su mujer y tres hijos, uno de los cuales se acababa de casar y salía descompuesto del hotel. El miércoles,
Rubén pretendía regresar a Gran Canaria para tomar unos días de vacaciones.

A la salida del edificio, Mari Carmen recibió un beso de Javier León, miembro del servicio de asistencia en carretera DYA de Toledo. Llevaba un día entero dando apoyo psicológico a familiares y estaba desbordado. “Perdona si no estoy muy cuerdo, pero todavía no he descansado y la cabeza me empieza a fallar”, se justificó antes de salir corriendo a auxiliar a una señora que caía desmayada frente a las cámaras.

Lejos de los medios

Dentro del hotel, en el inmenso hall, se habían retirado los periódicos de la recepción. “Es mejor que las víctimas no hagan caso a las noticias y no lean periódicos”, advertía otro auxiliar. “Tampoco es aconsejable que vean la televisión porque las imágenes son muy impactantes y pueden afectar mucho en su recuperación”.

Además de los servicios de emergencias, una legión de voluntarios de Spanair tomó la planta baja del edificio, donde se encargaron de coordinar el flujo de afectados que salían en dirección a los pabellones de Ifema y los principales hospitales. Cada media hora, un minibus o un autocar o taxis individuales salían con destino a los recintos. Las víctimas, con vales de taxi de la compañía, intentaban zafarse del acoso de algunos reporteros de programas del corazón.

Entre la lista de recomendaciones de los sanitarios figuraba en letras mayúsculas el descanso, algo que no consiguieron la mayoría de los afectados a la vista de las ojeras y gestos arrugados que se dibujaban en sus caras por la mañana. Las esperas de la noche anterior habían sido eternas.

Noche en blanco

En torno a las 3 de la madrugada, una decena de taxis llegó desde el recinto ferial con los primeros familiares. “Todavía no me lo creo, esto es muy fuerte. Ahora sólo quiero dormir”, es lo único que repetía una y otra vez un joven que había perdido a un familiar en el accidente aéreo.

Con lágrimas en los ojos y muy cansados, llegaron el resto de familiares, acompañados de los voluntarios de Spanair y los psicólogos que les atendieron en el interior del hotel. A lo largo de la noche seis personas tuvieron que ser atendidas por crisis de ansiedad.

A las 5 de la mañana, llegó al hotel la familia de Claudio Ojeda, un misionero canario fallecido en el accidente. Su sobrino explicaba que lo último que supieron de él fue que a su avión “le estaban revisando el motor”. No recibieron más noticias.

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