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La presencia policial aburre al barrio canalla de Sevilla

La Alameda de Hércules pasa de ser la zona bohemia a la plaza que antes cierra de la ciudad

A las diez de la noche en La Alameda de Hércules, la plaza más bohemia de Sevilla, la presencia policial no es escasa. Furgones de policía en el centro de la plaza controlan a las pandillas que pretenden hacer botellón y, ya de paso, a los bares. “A las doce de la noche pasan por los veladores recordando que tenemos que quitar las mesas. Si no lo hacemos o tardamos algo más en recogerlas, nos cae una multa”, explica un comerciante que prefiere no dar su nombre.

Y así cada noche, a pesar de que el clima en Sevilla acompaña a estar en la calle. “Esto no es Noruega” recuerda enfadado Leo, encargado de un bar que lleva 13 años abierto en La Alameda de Hércules.

Siempre La Alameda ha sido un lugar multicultural y bohemio, multitud de tribus urbanas conviven sin conflictos unidos por los hábitos más comunes de esta zona sevillana: porros, cervezas, y la vida en la calle. “Lo que a mí me interesa es encontrar un sitio donde poder sentarme en el suelo con mis colegas a beberme una cerveza sin que nadie me eche”, comenta Jordi, un habitual de La Alameda.

Pero estos hábitos cada vez son más escasos en esta plaza. La ley antibotellón aprobada en 2006 prohibía beber en la calle y los clientes debían buscar algún cobijo. “Cada vez que viene la Policía nos metemos en los bares, en los veladores, para que no nos echen ni nos multen” dice Mata, otro asiduo. Pero también se acaba esa protección por la llegada de la policía.

Los comerciantes son conscientes de que la llamada de los vecinos es la razón más común de la llegada de los agentes. “Hay que poner un límite y cerrar los bares a una hora razonable. Porque esto no es un día, es un diario, y al día siguiente hay que trabajar”, recuerda una vecina que justifica así el endurecimiento de las medidas contra el ruido.

Esta opinión choca con la de los comerciantes, que sospechan que esa no es la única razón del endurecimiento: “Lo que se está llevado aquí a cabo es una pasteurización de La Alameda. Han llegado los vecinos nuevos, con mucho dinero y quejándose de que no les gusta esto o aquello. Luchando, echamos de aquí a la calaña, hicimos que este barrio no fuese un páramo. Culpan a los bares de la botellona, pero se ha usado esa excusa como Caballo de Troya”, comenta Leo, que defiende fervientemente que las quejas no vienen de todos los vecinos.

Los que llevan viviendo más tiempo en la zona creen que antes era peor. “Ahora esto es una maravilla, no hay comparación con el jaleo que había aquí antes”, dice otra vecina. Y es que La Alameda nunca ha sido como es ahora. Hace 50 años no tenía esa fama multicultural de la que presume. “Si te robaban la radio del coche la encontrabas el domingo en el mercadillo de La Alameda. Había mal ambiente”, dice Pepa, una sevillana, rememorando aquellos tiempos.

El barrio era un lugar olvidado por las administraciones. Prostitutas, proxenetas, drogadictos y macarras poblaban en demasía las zonas de esta plaza. Casas tan viejas como la mayoría de sus propietarios, y algún que otro bar que mantenía con algo de vida las calles del barrio. En los años 70, las remodelaciones hicieron resurgir la zona: se construyeron casas nuevas donde antes había ruinas, se hizo desaparecer del barrio el negocio de la prostitución y a las “malas gentes”.

Obras y más obras empezaron a atraer las miradas de aquellos que vieron que La Alameda se podía convertir en un valor inmobiliario por su cercanía al centro de la ciudad. Se notó el gran cambio tras la última obra de remodelación de La Alameda, que aún no ha concluido. “En esta zona ha crecido el precio de los pisos  10 veces en dos años”. Un dúplex que antes costaba 16 millones ahora no baja de los 60.

Además los negocios y los bares han proliferado, y han pasado de ser seis establecimientos a más de 40. “El sector terciario ha ayudado a levantar la ciudad, y ahora nosotros somos los que sufrimos un cierre indiscriminado”, explica Leo.

Los recortes horarios afectan duramente a las ganancias de los bares, que se ven mermadas. “La policía hace que la gente se asuste y deje de venir. Estamos sometidos a una estrangulación económica” opina Leo. Pero la ley es la ley, y ellos lo saben. Cada bar cierra a la hora que marca su licencia.

Los hosteleros han creado asociaciones de comercios que luchan por llegar a algún acuerdo, pero “es muy difícil” se lamenta Manolo, encargado de un bar que lleva 21 años en La Alameda y que  ha  visto todas sus fases, “somos 40 comerciantes”.

IU promete que la participación ciudadana volverá a La Alameda en cuanto la obra esté finalizada, algo que aún es una incógnita hasta en el Ayuntamiento. Mientras, los comerciantes viven con el corazón en un puño. ¿Cómo crees que acabará todo?, “Pues te diría que como El Rosario de la Aurora, –dice Leo– pero ni conozco al Rosario, ni conozco a la Aurora”, sonríe, buscando un poco de humor en una situación cada vez más funesta.

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