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La primera fosa en exhumar justicia

Torresandino, Burgos, fue el primer pueblo de España que rescató, en 1979, los restos de seis víctimas del franquismo

JAVIER RADA

Torresandino se convirtió en el año 1979 en el primer lugar en el que se llevó a cabo una exhumación de restos de víctimas del franquismo. Fue posible gracias al empeño de su recién elegido alcalde comunista, Blas Bombín. Su padre yacía enterrado en esa fosa.

Un anciano sin apenas voz mostró el lugar exacto en el que habían asesinado al padre y al tío de Bombín. Tenía la garganta quebrada, un suspiro ronco que apenas llegó para decir “aquí”. Sin embargo, esa fue la vara de zahorí que halló la fosa de seis hombres asesinados por los falangistas. Su hallazgo fue una de las primeras exhumaciones de represaliados por el del franquismo, recién reestrenada la democracia, en 1979.

Cuando el alcalde comunista se atrevió a remover la tierra, el terror al paseíllo encerró a medio pueblo de Torresandino (Burgos) en sus casas. Temían la venganza de los rojos.
Todo porque había ganado, contra pronóstico, las primeras elecciones municipales libres con una candidatura independiente. Él, “comunista peligroso”, según los registros de la Guardia Civil, había conocido la cárcel con sólo dos años en los brazos de su madre. Blas Bombín, el alcalde recién elegido, tenía ahora la sartén, y los huesos, por el mango.

“Me hice comunista de tanto como me acusaron de serlo”, ironiza. El PCE le había ayudado en su candidatura y ganó por mayoría absoluta. El nuevo alcalde celebró entonces un funeral por las víctimas del franquismo con vítores a la II República”.

Por unos días, Torresandino, con apenas un millar de habitantes, fue un símbolo de las heridas abiertas en un país convaleciente. El hombre de la voz rota, de quien Blas no recuerda el nombre, “era de La Horra y sólo regresó de Barcelona para decirme dónde estaba mi padre”, explica. Se puso nervioso. Señalaba enfadado. Buscaba palabras y forzaba su garganta. “Aquí, aquí”. Algo le torturaba medio siglo después.

Era una escena que no se le había borrado del recuerdo. Poco después de estallar el golpe militar de 1936, este campesino regresaba de trabajar cuando cruzó por la carretera que discurre por el monte de La Horra y se le heló la sangre. Un grupo de falangistas uniformados lanzaba sus navajas, en un macabro juego, contra los cuerpos semidesnudos de seis cadáveres. “¿Qué miras? ¿Quieres unirte a ellos?”, le increparon. Naturalmente, salió corriendo. Años después, se marchó del pueblo y se estableció en Barcelona.

“Querían lanzar los cuerpos al río Duero”, explica Blas. Pero no lo hicieron. “Porque vieron que habían sacado grava de este lugar y decidieron aprovechar el agujero”, explica. De lo contrario, Blas no habría encontrado nunca los restos de sus familiares asesinados, ni habría asustado a su pueblo. Tanto lo hizo que fue a buscarle la Guardia Civil y le reclamó la máxima autoridad gubernativa de la provincia de Burgos, un jerarca franquista.

El gobernador civil, Antolín de Santiago, amenazó al alcalde. Le preguntó con qué autoridad pretendía abrir las fosas. “¡La que me otorga el pueblo!”, contestó. “¿Y por qué cantaron vítores a la República?”, interrogó el gobernador. “¡Porque se trataba de autoridades de la misma!”, replicó Bombín. Uno de los asesinados era el alcalde de Torresandino y otro de ellos, un concejal. Pero Blas se había cubierto las espaldas. Había pedido permiso a los frailes propietarios del terreno, e incluso, al propio Gobierno Civil. Finalmente no fue procesado.

“Aquello fue sonado”, recuerda Arsenio Escolar, entonces un joven periodista local que presenció la exhumación y hoy director del diario 20 Minutos. “Creíamos que Torresandino era el típico pueblo de derecha castellana, y ganó Blas, y encima, a modo personal, decide rescatar a su padre. Durante el funeral, muchos se escondieron”, recuerda.

“No fue un acto político”, explica Fernando Molinero, concejal con Bombín en aquella época. “Fue algo singular. Los locos de siempre alzaron su voz, pero no se trató de buscar enfrentamientos, sino, simplemente, de dignificar a los muertos”, concluye. No necesitaron forenses ni arqueólogos, sólo picos, palas y una excavadora alquilada.

Les bastó con saber de zapatos, pantalones de pana, y monedas. “Nunca fui vengativo, ni lo seré”, recuerda Bombín, a sus 74 años. ¿Por qué, una vez abierta la fosa, todo se ha paralizado hasta ahora? “Por lo de siempre –responde– por miedo”.

Fulgencio Bombín, Rafael Hortiguela, Eulogio Gutiérrez, Pablo García, Afrodisio García y Eliseo García son los nombres de las seis primeras víctimas recuperadas. “Aquí yacen los restos de los mártires del año 1936”, reza una lápida en Torresandino. Muertos con nombre y apellidos, cuyo recuerdo es ahora compartido por todos y no sólo por el fango y las raíces.

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