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La quinta columna en la Guerra Civil, la forma de hacer méritos para el nuevo Estado franquista

Miles de personas engrosaron un enemigo interno que no dudó en sabotear a la República desde dentro. La caza al espía y la idea de que existía un ejército clandestino entre las milicias continuó durante toda la contienda. 

El dictador Francisco Franco con el fajín de generalísimo, acompañado por el general Mola.
El dictador Francisco Franco con el fajín de generalísimo, acompañado por el general Mola.

Cuando un medio extranjero preguntó al sublevado general Mola en octubre de 1936 por cuál de las cuatro columnas militares sería la que tomara Madrid, él respondió que con ninguna de esas, sino con la quinta, que ya estaba dentro. Sin saberlo, acuñó así algo que sobrevolaba en el aire, algo a lo que solo faltaba ponerle un nombre para materializarlo en el imaginario colectivo de la resistencia antifascista, de la capital y de las ciudades en las que no había triunfado el golpe de Estado de julio. La quinta columna y los quintacolumnistas, feroces con sus sabotajes y contraespionaje, hacían la guerra desde la retaguardia republicana. Formada por miles de personas, la República nunca supo al enemigo interior al que debían hacer frente.

Carlos Píriz, doctor en Historio Contemporánea, ha escrito En zona roja. La quinta columna en la Guerra Civil española (Comares, 2022), un amplio y detallado estudio en el que aborda al milímetro las consecuencias que este fenómeno provocó durante la contienda. "La definición más simple es que la quinta columna fueron una serie de organizaciones clandestinas que se generaron en ciudades como Madrid, Barcelona, Almería y Valencia para apoyar al bando sublevado desde zonas que pertenecían fieles a la legalidad republicana", sostiene el investigador.

Aquellas declaraciones de Mola crearon un fuerte clima de espiofobia, de crisis colectiva en el ambiente, que tuvo inmediatas consecuencias, pues "favoreció que los milicianos se tomaran la justicia por su mano al pensar que existía un ejército clandestino entre sus filas", apuntilla Píriz. De todas formas, es difícil precisar cuántas personas formaban parte de la quinta columna, aunque el historiador las cifra en miles y las ubica como un fenómeno eminentemente urbano. En la ciudad, donde se difuminan las identidades, siempre ha sido más fácil aparentar lo que no se es.

Los métodos de estos subversivos eran los típicos de la guerra irregular

Los métodos de estos subversivos eran los típicos de la guerra irregular: desde espionaje para pasar información a la otra retaguardia hasta sabotajes, pasando por campañas de desinformación, tan presentes hoy en día. Cualquier clima de inestabilidad interna en el lado republicano favorecía a los insurgentes. El Estado, por tanto, se vio obligado a reforzar sus cuerpos de seguridad, de orden público y de investigación.

Altos cargos, también quintacolumnistas

"Los milicianos son los primeros que crearon fuerzas de investigación, pero después se centralizan a nivel gubernamental. Así lo demuestra el Departamento Especial de Información del Estado primero y el Servicio de Investigación Militar después", arguye el historiador. Por el contrario, los sublevados también hacían su trabajo en este terreno mediante el Servicio de Información. Píriz, además, apunta que la República se encontró con el gran hándicap de que gran parte de sus estados mayores estaban integrados por quintacolumnistas o colaboradores, por lo que luchar contra este enemigo interno se convertía en ardua tarea.

Los detenidos por colaborar con el bando sublevado en zona republicana eran llevados a prisión para después ser procesados. Algunos se salvaban al poder aportar avales, o porque encontraban el beneficio de una judicatura también quintacolumnista. A otros, los que menos suerte tenían, se les condenaba a muerte.

Los detenidos por colaborar con el bando sublevado en zona republicana eran llevados a prisión

Desde que nace el concepto en octubre de 1936 la gente de a pie crea un marco interpretativo y visual que ya no solo está patente en el discurso hablado. La cartelería bélica y las caricaturas ayudaron a ello. "Ese lenguaje visual tan grande genera una psicosis colectiva que deriva en el uso de la violencia al legitimar esa caza al espía", completa el investigador. Él, que ha estudiado los principales diarios de la retaguardia republicana, ha podido demostrar que justo las ocasiones en las que más aparece el término "quinta columna" coinciden con aquellos momentos en los que al Gobierno republicano le interesaba que tuviera presente a ese supuesto enemigo interno, parafraseando a Píriz.

Ejemplos concretos de la contrarrevolución

La comunicación entre el interior y el exterior es clave, el fin último del espionaje quintacolumnista. "Es otra forma de resistencia pero con una finalidad y utilidad bélica. Lo hacían de mil maneras, desde a pie pasando la frontera a través de enlaces o mediante valijas diplomáticas, porque había muchos personajes del cuerpo diplomático colaborando con los sublevados", ilustra el experto.

El historiador ahora convertido en escritor no elude los ejemplos concretos a lo largo de su monografía. Cuenta, por ejemplo, cómo un empresario agrícola noruego afincado desde hacía años en España, un "verdadero contrarrevolucionario", recopiló toda la información sobre las matanzas de Paracuellos, provocadas por el bando republicano, para llevarla a Ginebra y denunciarlo en la Sociedad de Naciones, lo que hubiera supuesto un fuerte hachazo a la credibilidad del Gobierno legítimo. En ese avión viajaba el delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja en Madrid, pero no solo iba él, sino también informes secretos para el presidente de la Junta Técnica del Estado franquista.

Los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona no solo fueron azuzados por las distintas corrientes antifascistas

Más ejemplos. Los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona no solo fueron azuzados por las distintas corrientes antifascistas, sino también por agentes provocadores. La explosión de la madrileña calle Torrijos el 10 de enero de 1938 que produjo un socavón y más de un centenar de muertos fue un sabotaje. Y tal y como reza el libro, los brutales bombardeos de mazo de ese mismo año en Barcelona no tiraron sus bombas al azar, sino que los objetivos estaban marcados desde el interior de la ciudad. Incluso Píriz va mucho más lejos al acusar de quintacolumnistas a Segismundo Casado y Julián Besteiro, pero también a Vicente Rojo e Indalecio Prieto, así como a Manuel Matallana y Cipriano Mera.

La inteligencia franquista, por su parte, atravesó diferentes fases hasta que se estabilizó en otoño de 1937. Meses después, en la primavera de 1938, ya se había institucionalizado en su totalidad, reformulado sus estructuras y distribuido por los diversos frentes.

Republicanos viran hacia otras posiciones

"En un momento dado, hay una serie de militares y políticos republicanos que comienzan a ver difícil ganar la guerra, así que por diferentes motivos, bien para salvarse el pellejo o por verdadera convicción política, comienzan a colaborar con la quinta columna de manera más o menos abierta", aduce Píriz. Según su interpretación, tampoco es que la mayoría de ellos lo hiciera motu proprio, sino que desde la quinta columna tienen una firme convicción de captar gente para sus filas.

Por un lado, promovían la estrategia de la implosión, tal y como la ha denominado el investigador en su obra. Esto es: hacer todo lo posible para dividir al bando republicano internamente. Pero el Servicio de Información Militar también llevó a cabo lo que denominó como "ofensivas personales", es decir, captar a personajes con responsabilidades políticas o militares teniendo en cuenta sus propias cuestiones morales y éticas.

El último capítulo se titula (Des)enlace, una acertada referencia a lo que ocurrió al final de la contienda. "Todos los mitos antifranquistas construidos durante la Guerra se desmoronan porque todos ellos tienen, más o menos, contactos con la quinta columna para salvarse o intentar terminar la guerra, por cualquier motivo", explica Píriz.

Complot internacional contra la República

Miguel Í. Campos, también doctor en Historia Contemporánea y autor de Armas para la República. Contrabando y corrupción, julio de 1936 – mayo de 1937, (Crítica, 2022), sabe bien el papel que jugó el cuerpo diplomático en teoría fiel a la República y en la práctica y mayoritariamente, desertor. "Estos diplomáticos tenían muy buenos contactos periodísticos y con medios económicos, también con traficantes. Si se enteraban de que iba a enviarse un cargamento de armas a España desde un país amigo de la República, provocaba un escándalo que salía en los medios para evitarlo", explica.

"Las autoridades clandestinas francesas o checas no tomaron ninguna medida de expulsión de este tipo de personajes. Sí lo hizo Lázaro Cárdenas, en México, quien echó del país al representante oficioso franquista en cuanto tuvo oportunidad", desarrolla Campos. Las embajadas también eran un "verdadero caos", pues al no cambiar el cifrado de los telegramas, aunque la República hubiera sustituido a su representante por dudar de sus pretensiones, éste todavía podía saber qué mensajes llegaban.

Según Miguel Í. Campos, la quinta columna puso su granito de arena para la victoria de los sublevados

Según este investigador, la quinta columna puso su granito de arena para la victoria de los sublevados. Además, muchos de los comerciantes de armas de aquel momento eran filonazis, con sus bases en Alemania, así que cuando la carga con destino a la República era significativa y no ladrillos, como ocurrió, "les daban un chivatazo y algún barco terminó llegando a Ferrol, a la parte sublevada", apuntilla Campos.

Este granito de arena que formó parte de la pesada roca que aplastó a España durante cuatro décadas después también se internacionalizó. El concepto "quinta columna" traspasó las fronteras y estuvo muy presente en el contacto de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría. El concepto, acuñado durante la guerra civil española, se sigue reproduciendo en la actualidad.

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