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Retorno a la beneficiencia

LUIS CARMONA*

No creo que la significativa preocupación que me anima y me obliga en cierta manera a redactar esta carta difiera mucho con lo que le pueda acontecer a cualquier profesional que trabaje en el ámbito del trabajo social en este país.

Llevo cierto tiempo en donde una mezcla de desánimo y sobrecarga laboral ha dificultado el decidirme a denunciar muchas de las situaciones dramáticas que diariamente se nos relatan en nuestros trabajos. Situaciones límite como parece ser que sólo recuerda la gente que tiene los suficientes años para poder hacer esas determinadas comparaciones.

En concreto, trabajo en un Hospital Público Psiquiátrico perteneciente al SERGAS, donde dichas situaciones límite las conforman principalmente la pobreza, la carencia de red de apoyo, el estigma y el olvido social. Como profesional, mis sentidos se ofrecen al servicio de la persona que me confía aquello que tanto lo angustia y limita su calidad de vida. Me confieren en cierta manera la potestad para ayudarlos y darles honorablemente una respuesta a ello.

Al menos no creo que haya nada más reconfortante en mi profesión que ayudar a incrementar la felicidad de quien lo precisa y colaborar en reducir todo aquello que lo angustia.

Es por ello que, cuando el profesional no puede posibilitar la mejora en su calidad de vida dado que los recursos disponibles están normativamente trucados, entonces aparece la frustración del profesional. Los cambios que se han venido produciendo en la Ley de dependencia dejan todavía más desprotegido que nunca al colectivo de pacientes y familiares del ámbito de la salud mental.

Han dirigido las valoraciones hacia criterios más injustos, limitando y haciendo más inaccesible el recurso o servicio que uno necesita. Es este colectivo ya de por sí el más excluido socialmente a lo largo de la historia por la administración pública de este país. Con su actual situación se está dando un mensaje encubierto a la población. Me refiero a que uno puede tener constancia de que tiene derecho a determinados beneficios, pero que seguramente nunca o muy lejanamente los disfrute en el tiempo. Un engaño en toda regla, vamos.

Constato diariamente como este colectivo de personas retorna hacia su pasado oscuro, lo benéfico o caritativo. Prueba de ello es la degradación de los ya de por sí pocos derechos adquiridos. Estas situaciones dramáticas se incrementarán por la claudicación familiar, mayor pobreza, peor adherencia al tratamiento, mayor limitación al mercado laboral... En el mejor de los casos, alguno vivirá en los saturados hospitales de rehabilitación psiquiátrica de este país ocupando una cama sanitaria por motivos estrictamente sociales, otros mendigarán en lo benéfico, aquello tan añejo y relacionado con la pobre locura, y otros muchos formarán parte del olvido humano de nuestra clase política.

En cierta manera, la historia se repite, dirán algunos. Lo que costó muchos años mejorar se degrada en tan sólo unos pocos meses.

No pretendo agitar ninguna conciencia política, que se antoja como una pérdida innecesaria de tiempo, ni tampoco concienciar a nadie. Creo que me encuentro en la obligación ética de denunciar públicamente la profunda insolidaridad e injusticia social que, una vez más, se tiene con las personas más vulnerables.

* Luis Carmona es trabajador social de la Unidad Hospitalaria de Rehabilitación Psiquiátrica de Piñor.

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