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Rober Bodegas, el cómico que se ríe de sí mismo

El humorista gallego presenta su nuevo espectáculo, 'El umbral de la estupidez'

HENRIQUE MARIÑO

Rober Bodegas (Carballo, 1982) ha desterrado la sal gorda de su dieta. Son los años, que aconsejan ir abandonando el chiste, esa detonación de la carcajada que provocan la escatología, el sexo y la desdicha ajena, para pasarse al humor. O sea, la anécdota de disfrute efímero frente a la manufactura de lo ingenioso, que causa más sonrisa que risa. 'Ahora procuro construir imágenes que hagan gracia', explica este comediante gallego, que comenzó a reírse de sí mismo cuando estudiaba Arquitectura en la Universidade de A Coruña.

Aquellos maravillosos años de piso de estudiantes fueron la cantera de sus guiones primigenios, que plasmaban su odisea matutina cada vez que arrancaba el bus universitario.  'El discurso tiene que ir acorde con la edad, ya no tiene sentido que siga hablando del botellón y la Facultad', añade Bodegas, quien se ha ido cabreando con el tiempo. 'Mi tono hoy es más agresivo y desafiante. Tengo cara de bueno, por lo que trato de sacar al psicópata que llevo dentro'. La recomendación partió de Hovik, uno de sus referentes patrios junto a Miguel Noguera.

Rober, en realidad, es una persona tímida que pisó su primer escenario por casualidad. Hace casi tres lustros, Canal + estrenó El club de la comedia, que popularizaría la stand-up comedy y sembraría de concursos los bares y salas del país. El pub D'Antón, un hervidero cultural a diez kilómetros de su pueblo, convocó un certamen y él decidió escribir un guion para que lo defendiese un amigo. 'Cuando se rajó, me lo tomé como un reto y decidí lanzarme. Me quedé en blanco y nadie se rio. Fue un desastre, pero un tío se acercó y me dijo: Es una pena que seas tan malo, porque el texto es cojonudo'. Aquel espontáneo terminaría ofreciéndole actuar cada dos semanas en una cervecería coruñesa, donde tuvo la oportunidad de foguearse, hasta que Candido Pazó lo puso de largo. 'Tuvo la delicadeza de no arrojarme a los leones como telonero y prefirió concederme unos minutos en medio de su espectáculo, con el auditorio ya caliente'.

Y llegó El rey de la comedia, que lo catapultó a la fama en 2007. 'Para TVE supuso un fracaso de audiencia, pero a mí me estaban viendo dos millones de personas', recuerda Bodegas, quien luego fichó como guionista y colaborador de Sé lo que hicisteis... En el programa de laSexta compartió cámara con Patricia Conde, Ángel Martín y Pilar Rubio: 'Fue un aval para hacer bolos por toda España, porque no había actuado en Paramount Comedy, que equivale a sacarte el carné de cómico'. Rober ya era quien de mirar a los ojos de los espectadores, una experiencia que antes le resultaba intimidatoria. 'Cuando actúas, además de confiar en ti mismo, existe una barrera con el público que sabes que no se va a romper. Ese código no existe abajo, en la vida real, donde hay muchos tímidos metidos a cómicos'.

Aparcada la arquitectura de interiores y sin intención de aprobar tres asignaturas pendientes, Bodegas reside desde hace seis años en Madrid, donde se dedica a guionizar la vida. 'Bueno, eso suena pretencioso, pero es cierto que Alberto Casado y yo nos pasamos todo el rato imaginándonos situaciones ficticias', apunta sobre su compañero de batallas, con quien montó solocomedia.com. 'Eso sí, me cansan los humoristas que nunca se quitan la máscara y están demostrando continuamente que son muy graciosos. Hay encuentros de cómicos que son desquiciantes'.

Un lugar idóneo para catarlos por separado es La Chocita del Loro, donde Rober estrena mañana El umbral de la estupidez, que llevará a escena los domingos. 'Abordo media docena de temas (sobre la pésima educación en los atascos, el desarme de ETA o la gente que se suicida mal) en los que reflejo que somos unos tontos', resume. 'Al final decidí añadir algo de sexo, aunque sólo sea para cuestionar que siga siendo un tabú en el ámbito familiar. Reconozco que es un asunto recurrente, pero me resulta interesante si gira en torno a los complejos. Si lo piensas bien, no sé por qué a los humoristas se nos critica por hablar de sexo, mientras que a los músicos nadie les reprocha que hablen de amor'.

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