Este artículo se publicó hace 14 años.
Temporeros inmigrantes en adosados junto al mar
Una empresa de Huelva ofrece casas cómodas para la recogida de arándanos
Sólo falta la piscina. A la derecha, una gran explanada de césped con sombrillas de paja. A la izquierda, varias filas de casitas adosadas con porche incluido. La urbanización está a escasos metros de la playa de Matalascañas (Huelva) y a media hora andando de la aldea de El Rocío. ¿El precio? Ni se venden ni se alquilan. Son gratis y sirven de residencia a los más de 500 inmigrantes temporeros que recogen arándanos en la zona para la empresa Atlantic Blue. Es la antítesis de los asentamientos chabolistas en torno a la recolección de la fresa en la provincia onubense, cuyas condiciones de higiene y salubridad son denunciadas año tras año por las organizaciones no gubernamentales y sindicatos. En un informe específico, el Defensor del Pueblo Andaluz llegó a calificar la situación, desde el punto de vista político y social, como “intolerable”.
Las casas de Almonte, unas 110, no son lujosos pareados, pero sí viviendas muy dignas: dos dormitorios, un cuarto de baño, un vestidor y un salón con cocina amueblada en unos 60 metros cuadrados. Nada que ver con los módulos prefabricados. El suelo es de gres, el techo de escayola y las puertas de madera. Los muros, dobles, llevan una lámina de aislamiento que rebajan considerablemente los más de 40º de la calle. Los baños, todos con grandes placas de ducha, tienen también bidé. La cocina y el agua caliente funcionan con butano. Todo lo suministra la empresa. Los inquilinos no pagan nada. Ni agua, ni luz. Un vehículo los transporta hasta el ambulatorio si alguno enferma. Sólo hay tres normas: no violencia, respeto a cualquier tradición o creencia y no llevar a las casas a nadie de fuera.
Recursos en el pueblo
El silencio reina en el pueblo, como lo llaman sus habitantes, hasta las dos de la tarde, cuando comienzan a llegar a casa las primeras temporeras. La mayoría son mujeres de entre 30 y 45 años y visten con mucha ropa, pese a las altas temperaturas. Natalia, Gheorgine y Morari preparan un arroz en una cazuela a toda prisa. “Aquí estamos muy bien, nos tratan como a personas, somos seis en la casa y todas de Rumanía”, explica Natalia. Generalmente se distribuyen por nacionalidades. Hay de todo: búlgaras, polacas, marroquíes... En esta casa aún sobra una cama. “Y tenemos también un supermercado”, añade Gheorgine. Comparten la comida y ahorran dinero.
Milca es la encargada de una tienda instalada junto a las casitas. No falta de nada: fruta fresca, pan del día, detergente, dulces, refrescos... La empresa ha firmado un convenio con un supermercado de El Rocío. “Lo que no se vende, se lo llevan”, afirma el administrador de la empresa, Pepe Ulf, a quien saludan amablemente los trabajadores cada vez que se cruzan. Muchos hasta bromean con él. “Darle unas buenas condiciones a los trabajadores es lo mínimo y, además, nos garantiza tener una buena mano de obra”, añade Ulf, que pasa temporadas en una de las casas.
Hacer de la necesidad, virtud
La idea surgió, en realidad, como una necesidad: “Hubo una gran helada en 2005 que nos dejó sin mano de obra suficiente para recoger todo el cultivo, nos faltaron unos 450 cosecheros y la empresa estuvo a punto de quebrar. Muchos trabajadores españoles, además, nos dejaban tirados, que si las comuniones, que si una semana para el Rocío... Ahora ya no hemos vuelto a tener ningún problema, vienen a trabajar en las mejores condiciones y se van”, explica Ulf. Y vuelven. La mayoría viene desde hace varios años. Son contratos en origen. Se conocen. En una media de tres meses, suelen llevarse unos 5.000 euros a casa. Ahora la campaña está llegando a su final.
Karima es marroquí. Tiene 27 años y lleva ya tres temporadas en Atlantic Blue. Está divorciada y tiene un hijo de 7 años. “Ahora está con mis padres, yo vivo aquí con cinco compañeras más y estoy muy contenta”, afirma. Al otro lado de los plásticos, una mujer se acaba de desmayar. Un Land Rover acude raudo a su búsqueda.
El grupo Atlantic Blue, con sede en Almonte, tiene unos 1.800 trabajadores, aunque en días de cosecha la cifra sube a 2.500. Factura 40 millones de euros al año y exporta casi toda su producción a Europa. Nació en 1993 con dos hectáreas. Ahora el cultivo ocupa unas 400 en Huelva.
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