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La voz de los represaliados

JOSÉ RAMÓN JUÁNIZ

No sé cuál será el veredicto en el proceso a Garzón por su intento de investigación de los crímenes del franquismo. Pero de una cosa si que estoy seguro. Sea cuál sea el 'fallo' palabra que refleja certeramente en este caso la sinrazón del proceso, creo que el juez ha ganado, y de ninguna manera saldrá como perdedor de unos autos de marcado carácter 'sacramental'. Garzón ha ganado ya, porque gracias a su sufrimiento y el de su familia, la voz de las víctimas se ha escuchado por primera vez en la sala de un tribunal, y no de cualquier tribunal, sino que nada menos que en el propio Tribunal Supremo.

No sé qué pensamientos han podido pasar por la mente de los juzgadores, cuando estos escucharon los relatos estremecedores de las víctimas del franquismo; unas víctimas con tanta razón como arrugas llevan muchos en la piel; con tanta firmeza como capacidad para sufrir, callar y esperar. Porque la verdad siempre es paciente y el dolor nunca desaparece.

Al escuchar a las víctimas con supremo respeto y dignidad, quizá los miembros del Tribunal hayan comprendido la verdadera lección que nos dan ellas en este proceso, por cierto magníficamente preparado por el juez Garzón y sus abogados defensores, con una puesta en escena magistral de la doctrina del uso alternativo del derecho, y que sin duda figurará en los anales de nuestra historia judicial, de una parte como modelo de proceso injusto; pero de otra también, como ejemplo brillante de defensa de la verdad y de lucha contra la impunidad de los crímenes del franquismo.

Quizá también se den cuenta los juzgadores al retirarse a redactar la Sentencia, de que ya no es necesario escribir nada, porque la verdadera sentencia ya ha sido dictada por las víctimas. Porque su voz ha sido la mejor 'resolución' de este proceso. Y puedo decirlo, porque mi propia experiencia como miembro del Tribunal Internacional para la Aplicación de la Justicia Restaurativa en El Salvador, así me lo ha demostrado. Lo que en dicho Tribunal venimos haciendo desde hace cuatro años juristas de Brasil, El Salvador y España, es precisamente lo que estos días se ha visto en el Supremo de nuestro país, sin duda con finalidad distinta, pero quiéralo o no el Tribunal, y gracias a la estrategia procesal de la defensa, se ha abierto un espacio judicial para la verdad, y al hacerlo, de inmediato se ha propiciado un nivel de restauración de la dignidad de las víctimas, las presentes y las que quedaron sin voz propia hace tantos años.

Porque hemos aprendido que las víctimas nos piden cercanía, proximidad a sus vidas, a sus comunidades, reconocimiento social, verdad, justicia y reparación. Y hemos constatado también que cualquier jurista de noble pasta, por curtido que lo esté, se fractura por dentro al escuchar el relato tantos años reprimido del dolor y el horror sufrido por las víctimas de las violaciones de los derechos humanos en cualquier lugar del planeta. No puedo olvidarme de los ojos enrojecidos por la tensión de mis compañeros del tribunal; y recuerdo mis propios ojos empapados en un charco de lágrimas a punto de derramarse ante cada testimonio de tanta barbarie y de tanto sufrimiento. Recuerdo que en una de las sesiones de nuestro rribunal, y después del estremecedor testimonio de una mujer aún joven, que a los siete años presenció la tortura y asesinato de sus padres, uno de los compañeros jueces se levantó, se acercó a ella y le acarició la cara con su mano. Siempre he creído que un abrazo o un gesto de aliento pueden ser más reparadores que mil palabras escritas. Pero quiero destacar ese detalle de humanidad, porque resume la esencia de la Justicia, con mayúsculas, en la que creo y que, desde luego, demandan las víctimas en cualquier lugar del mundo. Me pregunto, críticamente, ¿cuánto tiempo más tendrán que esperar todas nuestras víctimas, para sentir en su rostro esa caricia del Derecho?

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