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Y al décimo día el presidente descansó

ANTONIO AVENDAÑO

Dios descansó al séptimo día de ponerse a crear el mundo y Griñán lo ha hecho al décimo de entrar en campaña. El presidente se tomó libre el domingo y sólo unas horas después empezaba la guasa que suelen traer consigo estas cosas. El primero que se apuntó a la fiesta fue Javier Arenas, que deslizó algunos consejos cargados de retranca y, de paso, recordó a sus hermanos socialistas que “el futuro se construye con concordia” y no, como hacen ellos, dedicándose a “dar patadas y romper piernas”. No es probable que el PSOE le haga mucho caso, pero no deja de ser hermoso escuchar en medio de la feroz campaña las reconvenciones del recién ordenado fray Javier de las Dulces Arenas.

En todo caso, Dios podía descansar cuando quisiera porque para eso no tenía competencia, mientras que Griñán no sólo la tiene durísima, sino que además va ligeramente rezagado en la carrera electoral y no puede permitirse dar ventaja alguna a sus adversarios. No es que el presidente no tenga derecho a descansar: a lo que no tiene derecho es a decirlo, porque al hacerlo se enteran sus oponentes y ello puede darles una ventaja añadida que su partido hoy no puede permitirse. En política resulta cínico no ser sincero en ciertas cosas, pero resulta letal serlo en ciertas otras. Los políticos son, por supuesto, tipos que descansan como todo el mundo, pero procuran que la gente no se entere. Por algún motivo, al público no le gusta que sus políticos descansen. O al menos no le gusta saber que lo hacen. Es injusto, y hasta infantil, pero es así y conviene tenerlo en cuenta, aunque sólo sea para evitar la ventaja de los adversarios. La ventaja o incluso algo peor: su guasa.

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