Este artículo se publicó hace 17 años.
Y seguirás ‘sempre igual’, Gregorio
Conocí a Gregorio López Raimundo cuando militaba en la universidad y "el partido" crecía en la clandestinidad a pesar que la cárcel -y la tortura- eran una realidad demasiado frecuente. En el contexto opresivo y gris de principios de los setenta, el heroísmo y la resistencia de Gregorio era también para los estudiantes rebeldes un referente a admirar e imitar, y muy cercano.
Me cautivó su sencillez. Ya entonces los que Manuel Sacristán llamaba "bonzos de la política" empezaban a ajar una historia de lucha democrática y de clase, pero Gregorio nos transmitía la convicción que es posible luchar por un mundo más digno e igualitario sin dejarse en el camino ni un sólo átomo de humanidad.
Sólo en la coherencia de tantos años de lucha clandestina necesaria y en la honradez de personas como él puede explicarse que el PSUC consiguiera casi un 20% de votos en las primeras elecciones democráticas. Gregorio era capaz de transmitir esperanza o advertir errores con un simple gesto y pocas palabras y podía alentar o insinuar disuasión sin imponer nunca un dictado al que tan proclives eran algunos políticos que le rodearon.
Josep Serradell (Román) y Gregorio dedicaron su vida a la política desde las ideas más nobles y en el más absoluto desinterés personal. Ellos han sido todo lo contrario de lo que pueda definir la expresión "clase política", si es que ese concepto tuvo alguna vez sentido.
Jordi Miralles, coordinador de EUiA, ha definido a Gregorio como un hombre valiente, coherente y unitario: me uno a sus palabras, en especial cuando destaca que este catalán de Tauste supo vincular lo social y lo nacional en una misma política.
Pero además imprimió en nuestra historia -y en la memoria histórica recuperada- la dignidad que sólo se forja en la lucha obrera, democrática y antifascista.
Gregorio López Raimundo puso un sello humano y personal a sus trabados ideales que hoy heredamos: tantos años de lucha pudieron quizás deformar y envejecer su cuerpo pero en absoluto su ánimo y su empeño. Nos quedan sus libros, su amable recuerdo, la canción de Raimon -T'he conegut sempre igual- que hoy suena con más melancolía mientras urge la necesidad de que el mundo cambie hacia más igualdad.
En las mujeres y hombres que nos identificamos con su herencia recae ahora la dignidad de su ejemplo.
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