Este artículo se publicó hace 14 años.
Zapatero III, El Reformador
Gonzalo López Alba
Si el primer Zapatero que llegó al poder en 2004 alumbró con su segunda victoria electoral un Zapatero II, despojado ya de la sombra de ilegitimidad de su triunfo tras la matanza del 11-M pero también encapsulado en la burbuja de la Moncloa, el líder socialista intenta ahora renacer de sus cenizas como Zapatero III, El Reformador.
El presidente del Gobierno abrió el miércoles el debate sobre el estado de la nación con un discurso que hasta a sus pretorianos les pareció gris y tecnocrático, pero no sólo era el discurso que podía hacer, sino también el que tácticamente le convenía, con independencia de que le siguieran sobrando datos y faltando relato. Fue un discurso pensando para llegar a "todos los ciudadanos", contando con que ayer podría colorearlo de rojo ante sus apóstoles, congregados en el comité federal del PSOE.
Zapatero ha programado su mapa de navegación para poder llegar a 2012 diciendo: "Mereció la pena. Mereció la pena el esfuerzo, el sacrificio, las medidas dolorosas que tuvimos que adoptar, las reformas que eran imprescindibles, incluso la soledad... He cumplido, los socialistas hemos vuelto a cumplir". Pero para poder arribar a ese puerto a tiempo de dar la vuelta a las encuestas en las elecciones generales, antes ha de cubrir otras etapas, cada una de las cuales tiene un tempo propio en la mente del presidente.
Pisando las huellas de FelipeDijo en el Congreso que el "reparto equitativo" del esfuerzo colectivo al que convocó al conjunto de la ciudadanía "tendrá otras manifestaciones en el proyecto de Presupuestos para 2011" y no dijo más porque, exigido por la necesidad de contar con apoyos externos para aprobar las cuentas del Estado, no podía comprometer las características de una reforma fiscal que pudiera suscitar el rechazo de un indispensable socio todavía por concretar, aunque todas las mareas conducen hacia el PNV, con el complemento de Coalición Canaria y Unión del Pueblo Navarro. Y dijo, como necesitaba escuchar su partido, que las reformas son imprescindibles para garantizar "el bienestar individual y colectivo". "Para nosotros y nuestro hijos, y engancharnos definitivamente al grupo de países al que siempre hemos querido pertenecer o languidecer y quedarnos descolgados", afirmó.
Ambos planteamientos se acomodan al objetivo primordial con el que afrontó el debate: preparar el tránsito hacia la segunda parte de la legislatura empuñando con firmeza el timón de las reformas, aunque algunas exijan arriar transitoriamente banderas tradicionales del PSOE.
Para combatir el desasosiego interno que esto provoca, lleva ya algún tiempo invocando, de forma expresa unas veces y subliminal otras, la memoria histórica de su partido con la evocación de que ya antes, con Felipe González, los socialistas tuvieron que adoptar decisiones traumáticas como la reconversión industrial o el cambio de criterio sobre la vinculación con la OTAN. Es en esa trayectoria de "patriotismo" en la que se avitualla el presidente, buscando crear en el imaginario colectivo un paralelismo con Felipe González, del que aprendió el recurso de apelar directamente a la opinión pública cuando flaquean los apoyos orgánicos o institucionales.
La marchita -pero todavía viva- geometría variable, a pesar de ser tan denostada, le ha permitido en los dos años que han transcurrido de esta legislatura aprobar, además de los presupuestos correspondientes, un total de diez leyes orgánicas, 44 leyes ordinarias y 27 decretos ley, en algunos casos con medidas de gran alcance social y económico. Pero en la política, como en la vida, el fuerte componente de incertidumbre que impregna la crisis refuerza la inclinación a la búsqueda de la estabilidad, a la pareja estable antes que a los romances pasajeros.
Siendo imposible el maridaje con CiU hasta que pasen las elecciones en Catalunya y se aplaquen los ánimos exasperados por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, y suicida para los grupos minoritarios de la izquierda apoyar la política económica del Gobierno, a Zapatero no le queda otra celosía en la que cortejar que aquella tras las que se insinúa Iñigo Urkullu, en cuya familia pesa ya más la necesidad de encontrar compañía para aliviar el frío que hace fuera del palacio de Ajuria Enea que el despecho por los devaneos e infidelidades. Les reconcilia a ambos el imperativo compartido de hacer de la necesidad virtud, pues también el PNV precisa del PSOE para mantener sus parcelas de poder y recuperar influencia política.
El partido de los "ninguno"Así, el auténtico gran problema para Zapatero, lo que más daño le hace electoralmente, es el distanciamiento del arcoiris de las izquierdas -y de los sindicatos-, que refuerza y da credibilidad a la denuncia que hace Rajoy del volantazo en la política económica del Gobierno.
El presidente confía en la eficacia del giro y maneja datos alentadores, como que la producción industrial ha pasado en el primer semestre del año de 20 puntos negativos a cinco positivos o que la banca ha aprovisionado ya el 75% de sus créditos fallidos. Pero, puesto que la economía ha obtenido el certificado definitivo de ser la ciencia más inexacta, Rajoy prefiere mantenerse fiel al manual de David Cameron, que llegó al poder en Reino Unido sin haber concretado ninguna propuesta tras observar que cuando lo hacía retrocedía en las encuestas. Y Zapatero cree que si hasta el adversario le reconoce que salió vivo de su debate más difícil, lo más probable es que realmente lo haya ganado. Pero la respuesta que conquista más adeptos en las encuestas es "ninguno" y, en las urnas, "ninguno" equivale al triunfo de la derecha porque su electorado encuentra más motivaciones que el socialista.
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