Tierra de nadie

Geometría variable

Popularizada en su día por Zapatero para elegir distintas parejas de baile según sonara en la pista un tango o una rumba, la geometría variable ha asomado en las negociaciones para formar gobiernos como alternativa con la que superar la política de bloques y sus vetos. Será difícil que prospere porque aquí los partidos políticos hacen de todo menos política pero, de entrada, ha colocado a algunos frente al espejo de sus contradicciones y ha sembrado la inquietud entre los que se aferraban a la aritmética más simple para justificar sus alianzas, olvidando que las ecuaciones de segundo grado se inventaron para despejar las incógnitas.

Movimientos como el de Errejón en Madrid, abriéndose a un pacto con Ciudadanos y el PSOE para cortar el paso a Vox, servirán probablemente para alimentar las acusaciones de traidor que ya se le dirigen, aunque han creado un pequeño terremoto en la derecha y varias grietas. A los de Rivera les ha complicado la vida porque ya no podrán sostener ante su familia política que en España rigen otras reglas y no se puede aplicar un cordón sanitario a la extrema derecha como hacen los liberales en el resto de Europa. Y en el PP ha generado cierta desazón ante el temor de que Madrid se les escape de las manos.

No sería descartable un cambio de cromos en el que los populares accedieran a teñir el Ayuntamiento de naranja a cambio de mantener la Comunidad, siempre y cuando se logre dar satisfacción a Vox con fotos o con cargos. Sin embargo, la mera existencia de una alternativa a este pacto cantado ya desde la noche electoral obligará a sus protagonistas a retratarse. Que en última instancia fuera Abascal, tal y como ha amenazado, quien por despecho permitiera que la izquierda gobernase en ambas instituciones es una posibilidad que sólo contemplan los amantes de la ciencia-ficción.

Algo parecido ocurre en Barcelona con la oferta de Valls de ofrecer gratis sus concejales a Colau para evitar junto al PSC que Ernest Maragall se haga con la alcaldía, una opción posible incluso sin contar con los tres ediles de Ciudadanos que formaban parte de su lista. La "patriótica" propuesta le ha servido a Valls para pasar página de su rotundo fracaso electoral pero al mismo tiempo ha descolocado a sus adversarios.

Pone en un aprieto a ERC y a su plan de convertir Barcelona en la capital del independentismo, y en un brete a Colau, cuya seña de identidad era la ambigüedad calculada y que ahora se ve obligada a definirse. Hecho el cuerpo a perder el bastón de mando, Colau pretendía seguir jugando a la equidistancia entre soberanistas y constitucionalistas auspiciando un bloque de izquierdas con republicanos y socialistas que ambas partes rechazan, especialmente Iceta que no ha olvidado tan pronto la jugarreta que le impidió ser presidente del Senado. La propuesta de Valls es un caramelo envenenado para la todavía alcaldesa. Le permitiría seguir en el cargo pero la expone a ser tachada de traidora por el soberanismo. En esas se debate.

El principal beneficiado por estas sacudidas está siendo el PSOE, al que el desmoronamiento de los bloques le permitiría sacudirse el yugo de Podemos e intentar un Gobierno en solitario que entronice la geometría variable como norma de actuación. Se pasaría así del "con Rivera, no" que exigía la militancia a Pedro Sánchez la noche de su triunfo en las generales al "con Rivera a veces" cuando conviniera a sus intereses.

Entre tanto, trata de aprovechar la debilidad de Iglesias para esquivar un Gobierno de coalición hasta el punto de tener al ministro Ábalos devanándose los sesos para encontrar un término que describa a un pato con su pico y sus patas palmeadas sin llamarle pato. O lo que es lo mismo, un Ejecutivo del PSOE con ministros de Podemos que no sea una coalición con Podemos.

A los socialistas no les conviene tensar la cuerda con Iglesias por muy convencidos que estén de que no llegaría a forzar una repetición de elecciones, porque una cosa es lograr la investidura y otra distinta permitirse el lujo de prescindir de su apoyo parlamentario. La política consiste también en saber diferenciar la geometría variable de la geometría imposible.

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