El desconcierto

La sorpresa de Rivera e Iglesias

Como Sánchez no ha podido sacar adelante el pacto programático con Iglesias, que Albert Rivera daba por hecho, ni tampoco hay pacto alguno entre el PSOE y Ciudadanos, que Pablo Iglesias da y continúa dando por consumado en diferido, van a abrirse las urnas del 10 de noviembre. Para sorpresa de ambos líderes, que calculaban con una cesión de último minuto de la Moncloa a Unidas Podemos, ya es indudable que el presidente del Gobierno en funciones no iba de farol. Es un desenlace electoral que no por anunciado deja de ser bastante inquietante. Cuatro elecciones en cuatro años es una señal clara de inestabilidad que afecta seriamente al conjunto de las fuerzas parlamentarias. Sobre todo al hoy de Ciudadanos y Unidas Podemos. Estamos, pues, ante el septiembre negro de Rivera e Iglesias.

No es únicamente un error analítico sobre la correlación de fuerzas, sin el cual no cabe política sensata, sino el no haber valorado las tendencias a la baja que les marcan los sondeos preelectorales, mucho más a Ciudadanos que podría incluso quedar por debajo de Unidas Podemos. Aunque sus últimos movimientos, sobre todo los de Albert Rivera, no se hubiesen dado sin estas encuestas pisándoles los talones. La misiva del líder de Ciudadanos solicitando una cita urgente con la Moncloa, así como la demanda de intermediación del líder de Unidas Podemos al Jefe del Estado, justo cuando la rectificación de Sánchez que habían pronosticado no se evidenciaba ni en el último minuto, llegaban tarde y mal.

Habría que remontarse a la transición para encontrar un escenario electoral tan favorable, en principio, para el PSOE. Una derecha desnortada y dividida tras el estrepitoso fracaso del trío de Colón, un Ciudadanos mitad pepero, mitad centrista, donde los émulos de Fernández Ordóñez en UCD suben a la superficie un día sí y otro también, y una Unidas Podemos que evoca aquel PCE en el que los carrillistas, hoy serían seguramente los pablistas, junto con los eurocomunistas, hoy errejonistas, velan ya armas ante Vistalegre III posterior a las elecciones del 10 de noviembre. Pedro Sánchez no es Felipe González, ni falta que le hace, ni el PSOE de hoy es el de ayer, pero sus  actuales adversarios repiten los errores de hace cuatro décadas.

Tanto que Rivera puede encargar ya el billete de vuelta a Barcelona porque su aventura madrileña se resume en el creciente caos que es ahora Ciudadanos. Convertirse en cuarta fuerza por detrás de un Podemos a la baja, según todos los sondeos, le anula políticamente tras el 10 de noviembre. No es nada casual que hoy mismo el Partido Popular suba en los sondeos dado que el nuevo partido con el que el IBEX buscaba sustituirle, desde hace cinco años atrás, es ya un modelo insuperable de torpeza. Ni vale como compañero de viaje del PP, ni tampoco del PSOE. Es una veleta que ha dado tantas vueltas que ha mareado a su propio electorado. La fuga de sus cuadros podría ser preludio de la huída de más de la mitad de sus electores. Su futuro es el de Rosa Díez, defenestrada en su día por los financieros.

De ningún modo es el caso del futuro político de Unidas Podemos aunque, ciertamente, si se confirmase su tendencia a la baja es evidente que se estrecharía su margen de maniobra. No sería lo mismo mantenerse en la cuarentena de diputados que en la treintena. Aunque su principal handicap sigue siendo no constituirse  aún como partido político y lo sería mucho más si continúa moviéndose como un movimiento verticalista. Todo depende de los resultados y, sobre todo, de la lectura de los guarismos que  puedan surgir de las urnas del 10 de noviembre. Porque, sean cuales sean, no es posible hoy ningún gobierno progresista sin un firme acuerdo con Unidas Podemos. No hay que olvidar que si el PSOE ha cumplido  140 años, la minoría de izquierda cumplirá los 100 años en 2021.

Mucho antes, dado que la investidura de Sánchez ha pasado del Congreso de los Diputados a la sociedad que deberá votar lo que los grupos parlamentarios no han podido votar, sabremos la valoración de los españoles sobre la posición mantenida por cada uno de los cuatro partidos. Creer que los resultados van a ser análogos a los del 28 de abril es subestimar su incidencia electoral. No piensan así ni el PSOE, PP, Cs y UP cuando se aprestan ya a una intensa campaña a cara de perro responsabilizando al contrario del bloqueo político. Desde luego, menos que nadie el propio Albert Rivera, cuando todavía sigue pensando que se pueden evitar unas elecciones en las que sabe que él será su primera víctima. Cierto que en noviembre todo puede ocurrir, cualquier tipo de combinaciones, e intentar salvarse; pero ese no es verdadero peligro para toda la izquierda.

El problema real no es el bluf de Rivera. Es una imagen mediática que debiera preocupar mucho más por quien la proyecta que por lo proyectado. Se trata de seguir azuzando a una izquierda contra la otra como viene ocurriendo desde comienzos de año. El balance no puede ser más rentable para la derecha. En el mes de mayo recibieron el regalo del ayuntamiento y Comunidad de Madrid, en julio el fracaso de la investidura y  en este septiembre una repetición de elecciones. Es lógico que de cara a diciembre intenten volver a montar el ring del boxeo de la izquierda. Por ello el peligro para la izquierda no está  hoy en la derecha sino en el seno de la propia izquierda. Superarlo es conditio sine qua non para no acabar regalando la Moncloa a Casado.

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