martes. 16.04.2024
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Desde la mañana luminosa en la que unos milicianos retuvieron a mi abuelo Ricardo hasta aquella tarde en penumbra en la que yo acompañaba a mi madre en la visita a la mujer de un primo de mi padre, llamado como él, Ricardo, como mi abuelo, como se llamará mi hermano muchos años después; desde un instante que sólo recuerdo porque lo imagino hasta otro que lo imagino porque lo recuerdo, el mundo invirtió más de treinta años en alejarse del cataclismo para dejarnos a los humanos una vez más al borde de esa existencia inexplicable donde mecemos nuestros deseos.

Alza sus dos manos Ricardo, que aún no es mi abuelo pero que ya es el padre de mi padre, Ricardo. El miliciano hace como que le registra y lee el papel que mi abuelo -que no es mi abuelo, que le quedan más de 25 años para serlo- le acaba de tender muy asustado, porque Madrid es un frente de batalla y una retaguardia cruel, ensimismada en el desconcierto abastecido por igual de odio y de miedo. Siga, le dice otro miliciano, distinto del que aún no le ha devuelto el papel que le está sirviendo de salvoconducto para moverse por ese centro de Madrid. Ricardo coge por fin ese papel, deja atrás ya la Puerta del Sol. Madrid sigue viva ensartada en la muerte. Pongamos que hablo de 1937, o de finales del año 36.

Cuca habla con Milagros, la mujer del primo Ricardo. Yo me estoy quedando dormido. No tengo edad. Ellas hablan muy bajito mientras hacen punto. Huele a café recién hecho, pero poco. Sobre todo huele a barrio del sur de i2Madrid. Huele a Villaverde Bajo. De vez en cuando ríen, yo las puedo escuchar. Incluso ahora mismo, a mis 56 años, medio siglo después.

Yo no estaba aquella mañana de los años 30 en la Puerta del Sol con mi abuelo Ricardo, pero sin embargo guardo de ella un recuerdo similar al que aún conservo de aquella tarde en la que mi madre hacía punto con Milagros en una casa de Villaverde Bajo tres décadas más tarde.

Ibáñez Casado Pascual Salas Díaz, Madrid en guerra, Villaverde Bajo esperando la agonía del dragón, que no tardará en llegar. Yo aún nada sé de la vida cuando aquellos dos instantes comienzan a ser el somnoliento sucedáneo de la realidad que alojamos en nuestra memoria.

Madrid, Villaverde Bajo: 1936, 1968