jueves. 25.04.2024

Capítulo 1 | Salinas. 16 a 21 de julio de 1936

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Presentación

Prólogo de Cayo Lara

Cada vez que se rescata una historia vivida, al silencio impuesto del olvido, es como arrancar a una inmensa noche larga y tenebrosa un hilo de luz para situarnos en cada uno de los sueños, esperanzas y anhelos truncados de tanta gente anónima que sufrió el horror y la brutalidad de un golpe de estado contra el gobierno legítimo de la República. La tragedia no se vivió solo en la propia guerra, sino en los años más negros que siguieron a la misma, sellando labios a base de miedo, terror y sufrimiento innecesario a tanta gente buena y a un país al que le arrancaron derechos y libertades, robándole la parte más hermosa y vital de su talento.

Se ha escrito mucho, siempre de forma insuficiente, porque la historia la suelen escribir los vencedores. Muchos vencidos jamás tuvieron oportunidad de escribirla, ni tan solo de contarla. Por eso, una gran parte de mi generación sentimos gratitud a quienes hacen posible, con relatos como éste, abrir huecos de luz en ese muro inmenso de la oscuridad y la mentira que envolvió nuestra educación en el nacionalcatolicismo, con la que nos secuestraron la verdad y con ello una gran parte de nuestras vidas.

Esta apasionante, a la vez que dura, historia de la infancia y pubertad de un niño transcurre entre el golpe de estado, la consiguiente guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial, narrada por el propio protagonista, cuando aún conservaba una memoria cuasi fotográfica. Quien nos hace el regalo de situarla ante nuestros ojos ha realizado una exhaustiva labor de investigación para documentar cada uno de los momentos en que transcurren los hechos. Es, sin duda, todo un esfuerzo titánico para que la verdad de los vencidos no se pierda en las tinieblas del pasado y que las generaciones actuales, como las que vendrán en el futuro, sepamos un poco más de la etapa más negra de la historia de España en el pasado siglo XX.

La historia de Tino, el niño “que soñaba en bable, pensaba en ruso y en castellano”, es el relato de una gran tragedia. Tino es un niño asturiano que la casualidad quiso que fuera un niño de la guerra. Su testimonio tiene un valor incalculable porque está lleno de episodios de una vida que dejó de ser cotidiana para ser heroica. Por sus ojos han pasado infinidad de episodios que debemos conocer para aprender de todos ellos y reforzarnos en las ideas de paz y respeto a los derechos humanos.

Me siento muy privilegiado por haber tenido la oportunidad de leer y disfrutar de esta obra, muchas veces entre emociones, estremecimientos, rabia, estupor y ternura. Me siento muy honrado de poder escribir unas cuantas palabras para invitaros a saborear cada una de sus páginas que os van a llevar a sentir como propios, aquellos tiempos tan difíciles, incluso de imaginar, en los que transcurrió la vida de los protagonistas.

El franquismo y el fascismo solo han sido portadores de odio, crueldad, violencia y muerte. Cuando hoy se banaliza sobre todo el daño que han hecho a la humanidad, se es permisivo con lo que representan, se ensalzan por algunos nostálgicos e incluso por jóvenes que no vivieron la brutalidad de sus acciones, resulta más necesario que nunca que vean la luz historias como la de Tino para impedir el desgarro de los pueblos.

Hay que seguir trabajando para que nunca más se violente lo que debería ser la trayectoria natural y pacífica de las sociedades, en definitiva, una convivencia cada vez más justa y democrática, en la que primen siempre los valores del ser sobre la ambición del tener, de la cooperación frente a la idea de dominación, de la fraternidad frente al desprecio y la humillación y los valores de la paz frente a la barbarie de la guerra.

Recordar es vivir. Por eso, cuando perdemos la memoria, perdemos la vida; y esta historia de un niño de la guerra nos ayuda a mantenerla.

Marzo de 2019

Cayo Lara Moya


PRIMERA PARTE

Oviedo-Leningrado
1936-1937

Qué fue de aquellos güelinos
Que nos contaben cuentinos
Cerrando los sus güeyinos
Cuando éramos rapacinos…/…

Ponte pallá rapacín
Y no me toques los güevos
Mira que llamo a tu padre
Pa que defienda a tu güelu
No nos escuchen los neños
Por culpa el televisor
¿A quién contamos los cuentos?
¿A quién cuento el cuentu yo?

Jerónimo Granda


(GRABACIÓN. Madrid, 2011)

-Ya he puesto a grabar esto, abuelo.
-¿Por dónde quieres que empecemos?
-¿Qué te parece por cuando saliste de tu casa para ir al campamento de verano de Salinas?
-¡Ah sí!... Eso fue el 16 de julio de 1936. Dos días antes del golpe contra la República

Salí de Oviedo con once años de edad para pasar quince días de vacaciones en la Colonia infantil de Salinas, en el concejo de Avilés. No volví a ver a mi familia hasta casi cinco años después, con diecisiete cumplidos y dos guerras por medio, la de España y la Segunda Guerra Mundial, que aún no había terminado y todavía estaba por ver quién salía victorioso.

–¡Once años! Son los que tiene mi hermano Sergio ahora. Si le pasa eso a mamá, le da algo –dijo Carol.

–Pues lo que le daría a la mía, tu bisabuela. Así fue, porque dos días des- pués de salir de casa, el 18 de julio, Oviedo quedó en manos de las tropas sublevadas. El resto de Asturias, controlada por la República. La ciudad quedó cercada; allí vivía mi familia... Y a mí me pilló en la Colonia infantil de Salinas. Quedamos separados… ¡Pero, eso no tiene pinta de grabadora!

–Cortó el abuelo.

–¡No! Es una tableta, lo graba en un archivo de audio. Así lo tengo ya en el ordenador y me resulta más fácil trabajarlo para ordenar mi tesis.

–Vale. Si es por eso, vale. Porque apetecerme no me apetez nada. Además, no sé yo si esto te va a valer de mucho. A ver si en vez de ayudarte, te suspenden por mi culpa.

–¡Que no, abuelo! ¡Todo lo contrario!; lo hablé con el catedrático y le parece interesante.


Capítulo 1

Salinas. 16 a 21 de julio de 1936

No vivimos del pasado,
Ni damos cuerda al recuerdo.
Somos turbia y fresca un agua que
Atropella sus comienzos.

Gabriel Celaya

Portada JPGEl vapor húmedo que desprendía la ría de Avilés al mediodía del 16 de julio se adhería a la piel. Tino ni lo notaba, concentrado en driblar al niño que la “pochaba”, jugando a “tula”, para evitar quedar al alcance de su mano y esquivar su palmada acompañada del temido “tu-la-llevas”. Los niños corrían frente a la estación esperando el tranvía. Habían llegado un rato antes en el tren proveniente de Oviedo. Dos vagones repletos con más de cien escolares, sus cuidadores y maestros, dirigiéndose a la Colonia de veraneo de Salinas para pasar una quincena de vacaciones.

Pararon el juego instantáneamente en cuanto vieron que los cuidadores comenzaban a repartir manzanas y bocadillos de chorizo. La interrupción duró el breve tiempo que les llevó engullirlo. Bebieron de la fuente pública empujándose unos a otros a la vez que se salpicaban chiscando el grifo. La mojadura no venía mal con ese bochorno. Subieron al tranvía, atropelladamente, pingando agua. Tanto daba; los sólidos asientos de madera no se iban a dañar por otro poco de humedad.

En menos de media hora, atravesando San Juan de Nieva, el vehículo se detuvo junto a la puerta de la Colonia.

Una tapia cercaba el terreno que albergaba el complejo. Eran tres pabellones. En el principal estaban las oficinas, la habitación del director y otra que compartían los maestros; también las cocinas. Desde este, salían otras dos naves perpendiculares, formando una “U”. En esos dos recintos es donde dormían los niños. Y todo ello estaba rodeado de unos parterres que contenían los jardines. El espacio que quedaba libre entre los dos edificios paralelos también eran plantaciones con flores, salvo un añadido, con un tejadillo, bajo el que guarnecían unas mesas alargadas que servían igual para comedor que para los ratos en que recibían algu- nas clases y hacían los deberes de verano.

En la Colonia había unos cien niños. Varias asociaciones tenían asigna- dos los cupos que les correspondía. Tino estaba en el de los pioneros del Centro Comunista de Oviedo. La Colonia estaba subvencionada por la Diputación. Su impulsor y director era don Pablo Miaja, un veterano maestro socialista, vinculado a la Institución Libre de Enseñanza, impulsora de innovadores métodos de enseñanza con óptimos resultados constatados desde su fundación, hacía ya unos cincuenta años. Su aspecto era fácilmente identificable con el, ya pasado de moda, de Pablo Iglesias y Giner de los Ríos: luengas barbas, ya blancas y clásico en el vestir: siem- pre con chaqueta, chaleco y corbata. Doña Enriqueta, su esposa, tenía un papel relevante, era la organizadora de la Colonia en todo lo que no era enseñanza, lo que suponía una ingente e imprescindible tarea.

Por las mañanas, al poco de desayunar, les llevaban en formación hasta la playa. El camino atravesaba una ancha franja de pinos que acababa en la misma línea de la arena. Debía de ser en bajamar porque formaba una brillante alfombra, color albero, que se extendía por kilómetros a ambos lados. A la derecha del todo se atisbaba el espigón del Puerto de San Juan de Nieva. A la izquierda, un resalte rocoso que formaba la Peñona; un minúsculo cabo que hacía de rompiente del oleaje. Ambas enmarcan la playa de Salinas.

Lo primero que les habían dicho los dos bañeros que se hacían cargo de ellos, desde que salían a la playa, era tajante. Las aguas de ese litoral son traidoras, y frecuente una fuerte resaca formada por invisibles corrientes. Sobre todo los primeros días tenían que entrar al agua agarrados a unas gruesas maromas fijadas a largas barras de hierro hincadas, a fondo, en  la arena. Las amarras entraban longitudinalmente al agua más de veinte metros y su final se agarraba a unas boyas ancladas, al fondo, por cadenas. A un par de críos que se separaron de las sogas, jugando, les sacaron sin muchas contemplaciones a la orilla castigados sin baño. No era cosa de discutir con los bañeros. Los chavales, con lógica intuitiva, habían asumido el liderazgo de aquellos hombres de anchas espaldas y cuellos de toro. Los bañeros, o socorristas, sólo lo eran eventualmente; en realidad eran pesca- dores que habían vuelto, hacía poco rato, de los barcos de remos con los que faenaban desde la madrugada.

Tras echar la mañana, vuelta a la Colonia para la comida y un rato de siesta, clases de lectura para no perder lo aprendido en el recién acabado curso. Antes de la cena, otra vez paseo y recreo. Finalmente, a dormir. Era la vida cotidiana en el veraneo.

Ese domingo, 19 de julio, comenzaba su cuarto día de veraneo en Salinas. Mientras mojaban pan en la leche del desayuno, vieron entrar al despacho y al poco salir de éste, a don Pablo Miaja, el director, con cara de preocupación. También estaban serios los maestros. Por la noche se había oído, varias veces, el timbre del teléfono que estaba en la oficina. Captando frases sueltas entre los cuidadores, Tino fue llegando a   la conclusión de que hablaban de enfrentamientos armados en algún lugar pero que no habían llegado a Oviedo.

La mañana pasó parecida a las anteriores: en el agua y haciendo gimnasia sueca en la ancha playa. Tras la siesta les reunieron en el comedor y les habló don Pablo:

–Sois suficientemente mayores para tratar de ocultaros lo que está pasando. Al menos lo que nosotros sabemos. Las caras de los niños, todos ellos entre diez y catorce años, adquirieron un color ceniciento. La cosa parecía seria.

–En varios sitios de las colonias africanas y de la península ha habido sublevaciones militares contra la República y su gobierno. No es cosa menor. Pero en Asturias las tropas han permanecido tranquilas. La Comandancia General, al mando de Aranda, se ha reunido con el gobernador militar y dirigentes republicanos. También estaba tu padre, López, como alcalde de Oviedo que es -dirigiéndose a un chiquillo espigado-. Y Aranda les ha dado garantías de permanecer fiel a la República; hasta el punto de que han decidido organizar una columna de seis mil mineros y trabajadores que salió esta mañana en tren hacia León y Madrid, donde sí ha habido sublevaciones. Lo digo porque es probable que algún familiar vuestro se haya enrolado en ella y no debe cogeros por sorpre- sa. Pero debéis de intentar estar tranquilos porque, al menos en nuestra provincia, de momento no ha habido enfrentamientos. Esta tarde, en vez de lectura podéis salir al pinar y jugar un rato; así echáis fuera la preocupación y dormiréis mejor.

En la mañana del 21 de julio las ojeras de don Pablo Miaja no eran nada tranquilizadoras. No les había vuelto a reunir pero tampoco les habían ocultado que ahora sí estaba habiendo combates en Oviedo. Que las noticias eran confusas y deslavazadas. En cuanto supieran cosas fiables y de primera mano les diría lo que pasaba. En realidad nadie sabía nada con certeza, más allá de que había tiros.

Por la tarde paró un coche oscuro con una bandera republicana asoman- do por la ventanilla trasera y otra atada a la baca. Todos los que podían miraban por cualquier hueco. Tino lo vio entrar; era el alcalde de Oviedo y padre de Armando López, el niño de la Colonia más amigo suyo por haber sido vecinos en su anterior casa de la calle del Rosal, donde Lorenzo López Mulero tenía piso y el taller de encuadernación y por donde pasaban intelectuales de izquierdas y dirigentes socialistas. Allí se albergó, entre otros, Indalecio Prieto, clandestinamente, la víspera del desembarco de armas del Turquesa en 1934.

Don Pablo salió a recibirlo y le introdujo directamente a su despacho, donde estuvieron cerca de una hora. Transcurrido ese tiempo, que se antojó larguísimo, llamaron a Armando, que esperaba ansioso por ver a su padre. Muy “gordo” tenía que ser lo que tenía que decirle al director para que no hubiese ido directamente a abrazar a su hijo con todo lo que debía de estar pasando.

López hijo salió al rato, pálido. Los chicos lo rodearon en busca de noticias, pero él pasó cabizbajo entre ellos, que respetaron su silencio. Al pasar junto a Tino levantó los ojos en busca de la mirada de su amigo. Salieron fuera a las sombras que proyectaba el edificio en el recinto exterior. Continuó en silencio por unos momentos, digiriendo las noticias recibidas. Se sentó en el suelo y su amigo le imitó; con la vista en el suelo comenzó a hablar.

-La cosa está fea. Mi padre díjome que Aranda traicionó a la República. Engañó a todos; convencioles de que era leal y de que, al estar Oviedo asegurada a favor del Gobierno, lo mejor era enviar combatientes a Madrid. Muchos obreros salieron en tren hacía allí. –El chaval contó con rabia cómo Aranda se había aprovechado de eso sublevándose el domingo por la tarde y cómo su padre, el Alcalde, pudo salir de la ciudad gracias a que le pilló la noticia en una reunión de dirigentes sindicales en las afueras, en la Manjoya. Unos vecinos tenían puesta la radio y salió la voz de Aranda hablando por la emisora Radio Asturias llamando al levanta- miento. Contactaron con otros dirigentes y al ver que habían tomado los principales edificios pudieron salir fuera de la zona controlada por los sublevados–. Gracias a que mi hermano mayor, Carlos, había ido con él, pudieron salir juntos. Ayer estuvieron en Gijón. Allí la cosa t´á mejor, aunque el cuartel de Simancas también traicionó; pero lo tienen rodeado. En Oviedo parece que han fusilado a un montón de personas. A mi padre pudiéronle enviar un mensaje de que fueron a detenerlo a nuestra casa y, al no encontrarlo, lleváronse a mi madre que, al parecer, sigue de- tenida. No sé con quién se habrá quedado Piluca, mi hermana. Él se va ahora a Trubia. En la fábrica se han mantenido a favor de la República y desde allí están organizando el cercu a Oviedo.

El niño se puso a llorar en silencio. Tino callaba con la cabeza baja. La dura experiencia de la represión de la revolución del 34 de la que se acordaban perfectamente, a pesar de su corta edad, les hacía reflexionar con más madurez de lo que a su edad correspondía.

–Ya verás cómo no le pasa nada a tu madre –Tino se decidió a balbucear unas palabras de consuelo–. Seguro que ellos se andarán con cuidado de no hacerle daño por mieu a que luego tengan que rendirse y se lo hagan pagar. Además, mi madre y mucha gente irá a decirles que la tuya nunca hizo nada malu.

López le contestó, negando con la cabeza: –¡Y que más les da a ellos que no haya hecho nada!, ye por la rabia de no haber capturado a mi padre. Además, ¿a tu madre que caso le van hacer? Sospechan de todos y más de las costureras, que saben que están a montones en el Sindicato de la Aguja de UGT. Igual hasta es peor si va a decir algo.

Y ambos quedaron en silencio.

Cuando entraron al recinto había un silencio nada corriente habiendo tanto niño.

Todo eran caras largas y conversaciones a media voz en los distintos corrillos. En ese rato don Pablo les había puesto al día. Todos estaban preocupados por sus familias. Unos dando por hecho que se habían enrolado en el tren a Madrid para combatir a los insurgentes y otros, aun peor, si se habían quedado en Oviedo. Con su historial, o estaban ya fusilados o, como mal menor, en la cárcel. Y los pocos que no tenían padres en los partidos y sindicatos obreros, alicaídos sabiéndose separados de sus familias por el cerco que se estaba cerrando en esos días.

Foto Pisare...

Grupo de la Colonia de Salinas. Fotografía del “Archivo del Colectivo niños de la Guerra de Asturias”


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Artículo de Javier López

La historia del primer "Niño de Rusia" que retornó a España

Capítulo 1 | Salinas. 16 a 21 de julio de 1936