Tener miedo

Pixabay.
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El miedo, para mí, es la emoción más paralizante que existe. No hablo del miedo a no clavar un trabajo, ni el de hablar en público. Hablo del pánico, de esa sensación que te llena la boca de sabor a sangre, que tiene una carga superior a cualquier miedo que hayas pasado antes, carga que juraría ancestral. Como si toda la especie hubiera ido acumulando alertas a lo largo de la evolución y ahora tuviéramos la capacidad de sentir nuestro propio temor y el temor heredado de millones de otros.

No tengo edad aún para haber pasado por todos los miedos que una vida te va preparando, pero sí soy (y seguro que iré perfeccionando en el futuro) una experta coleccionadora de ellos. Siempre fui una niña con miedo, y ahora soy una adulta con miedo. Es cierto que los motivos para sufrirlo han ido cambiando. De niña me aterraba morir; de adulta me aterra más sufrir antes de morir.

Siempre he sabido detectar cuando otra persona tiene miedo. Siempre. Lo huelo. Por mucho que disimule. Cuando eso pasa, me olvido de mí. No por altruismo, ni por bondad. Me olvido de mí porque yo necesito -para estar bien yo- que esa persona deje de sufrir. Toda mi atención, mi creatividad y mi energía la dedico a hablarle, a intentar que relativice, a hacerla reír si cabe esa opción. Creo que no miento si digo que me olvidaría de mí si Santiago Abascal tuviera una crisis de pánico a mi lado. Odio más al miedo que a un fascista, que ya es decir.

En esta cuarentena tengo que distraerme con otras cosas para no entrar en bucle con el hecho de que haya tantísima gente mayor con miedo. Miedo, pánico por sus propias vidas, o por las de sus parejas o seres queridos. O personas jóvenes que pertenecen a grupos de riesgo con miedo a morir. No puedo soportarlo, sinceramente es una idea que me trastorna y me paraliza. Porque no puedo acceder a esas personas, que sería lo único que me calmaría. Es un sentimiento puramente egoísta: intentar que alguien deje de tener miedo para yo poder seguir con mi vida.

Me pasa siempre con terremotos, tsunamis y demás catástrofes. Y siento el sabor a sangre que deben estar sintiendo. La empatía que siento por las personas aterrorizadas creo que ni siquiera es innata, sino más bien adquirida después de yo haber sentido lo mismo varias veces. Muchas veces.

Sufrí depresión, ansiedad y agorafobia cuando era adolescente, y cada día tenía mi ración de pánico. Durante meses creí, varias veces al día, que me moría. No lo creía, más bien tenía la certeza. Es diferente: la certeza de la muerte aterra más que una simple sospecha, todavía más cuando eres una adolescente a la que supuestamente debería quedarle toda la vida por delante. Y aunque luego me recuperé e incluso estudié específicamente para ser auxiliar de vuelo (no sólo voy a salir de casa, voy a salir del país, me cago en mi estampa, voy a salir hasta de la troposfera), el miedo no me dejó en paz. Es un poco como yo mi miedo: cabezota.

Si hay algo que entendí de todo los ataques de pánico que sufrí es que eran míos, parte de mí, no algo venido desde fuera, nada que se me hubiera colado en casa y yo hubiera respirado de noche. Un ejercicio que me enseñó mi psicóloga fue el de no pelearme contra el miedo, ni rechazarlo, sino observarlo. Ver qué quería de mí. Porque el miedo realmente no deja de ser un mecanismo de defensa que a veces pierde un poco el control de sí mismo y te acaba alertando de cosas que no tienen sentido. Me animó ella a preguntarle a mi miedo, y a dejarlo recorrer mi cuerpo, y a escuchar qué me contaba. Y dependiendo de si a mí me parecía buena o mala idea los "consejos" de mi miedo, yo intentara convencerlo de que su idea era pésima. Me pareció algo absurdo este diálogo con mi miedo, que además no me hablaba, sólo me maltrataba.

Sin embargo acabé haciéndole caso y le eché imaginación al asunto. En realidad no estás en un diálogo con el miedo, claro, sino contigo misma. Es un ejercicio en el que te desdoblas en dos: la cuidadora y la cagada de miedo. Porque tú eres ambas cosas, en realidad.

Ahora estamos todas y todos aislados. En muchas ocasiones completamente a solas. Un día, y otro, y otro. Y en una situación de alerta pública. Si hay un momento donde el miedo se puede hacer enorme es este. No soy psicóloga, claro, no pretendo dar pautas ni consejos, sólo hacerle llegar a quien pueda estar leyendo esto que no se sienta avergonzado, ni débil, ni paranoica sólo porque haya "mucha gente que lo lleva bien y no está como yo". Cada una es cada una, cada uno es cada uno, tú eres tú, y yo soy yo. Quizás en un incendio te toque a ti salvarle la vida a alguien que estuvo muy tranquilo durante esta cuarentena, porque en esa ocasión el miedo sí lo atenace.

El miedo siempre intenta avisarte de algún peligro, es solo que a veces exagera. Como todos, vaya. Si es el caso, si tu miedo está presionando todos los botones a la vez, siéntalo e intenta hablar con él. No es mala gente, no tiene malas intenciones.

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