El monstruo que hemos creado

Concentración contra el Tratado de Turquía en Atenas, 2018 / Diana Moreno
Concentración contra el Tratado de Turquía en Atenas, 2018 / Diana Moreno

Álvaro Hervás (@AlvaroSoze)

  • Con el acuerdo de la Unión Europea en Turquía, creado en 2015, miles de personas han quedado atrapadas en tierra de nadie en plena emergencia sanitaria en el continente
  • En este marco comenzaron a elaborarse medidas cada vez más restrictivas para tratar de controlar y frenar los flujos migratorios
  • "Que la sensibilidad social que esta pandemia ha generado sirva para romper con acuerdos como el que tenemos con Turquía"

Creamos un monstruo y lo hicimos a conciencia. No lo digo por el Covid-19, aunque el tiempo de cuarentena haya dado lugar a especulaciones conspiranoicas de todo tipo. Hablo de una realidad tangible, que ha aprovechado la coyuntura para volver a la sombra, que es donde mejor se desenvuelve, justo cuando estaba empezando a mostrar su verdadera cara. Este monstruo no es una entidad primigenia y genuina como algunos de los que se describen en las novelas de Stephen King. Al contrario, tiene su origen en la acción humana, asemejándose más a la labor desarrollada por Víctor Frankenstein en la obra de Mery Shelley. Nuestro monstruo particular es el acuerdo de la Unión Europea con Turquía, un acuerdo por el que miles de personas han quedado atrapadas en tierra de nadie en plena emergencia sanitaria en el continente.

Se creó hace poco más de cuatro años, en La Valeta, en noviembre de 2015. La Unión Europea y los dirigentes de los países más afectados por la migración se reunieron para elaborar el Plan de Acción que sirviera para gestionar el aumento de flujos migratorios hacia el continente europeo. El resultado fue el acuerdo con la Turquía de Erdogan, que se comprometió a dar protección temporal a los refugiados sirios e intensificar el control de fronteras para cerrar la ruta de acceso a Europa y como contraprestación, recibiría visados para ciudadanos turcos y 3.000 millones de euros para cooperación al desarrollo; recibiendo en 2018 la misma cantidad.

El acuerdo con Turquía puso a Erdogan en una posición de poder respecto a la Unión Europea, dispuesta a hacer concesiones para evitar que personas refugiadas y migrantes llegaran a su territorio.

Este acuerdo puso a Erdogan en una posición de poder respecto a la Unión Europea, cuya debilidad quedó mostrada al evidenciar que estaba dispuesta a hacer concesiones muy considerables para evitar que personas refugiadas y migrantes llegaran a su territorio. Para Erdogan ha sido muy sencillo aprovecharse de la coyuntura y presionar a la UE para cambiar los términos del trato y obtener un mayor beneficio. La fórmula es simple: abrir fronteras para que las personas refugiadas puedan emprender su camino hacia Europa. Si la UE quiere que Turquía vuelva a ejercer el control migratorio fronterizo que impida a los refugiados llegar hasta territorio europeo, tendrá que plegarse a las condiciones de Erdogan (dinero, tratos de favor, etc.). Y aunque Europa ceda, nadie puede asegurar que no vuelva a hacerlo. Sigue la misma dinámica que el chantaje.

No hay que llamarse a engaño, Europa se encuentra en esta situación porque optó por que este veneno fuera el que la matara lentamente.

La llegada del nuevo siglo supuso la reproducción y perpetuación de un contexto de crisis representativa generada principalmente por la aplicación de políticas neoliberales que han producido desigualdades extremas entre la población mundial. Esto, sumado a la crisis económica y de representación de las instituciones y la incapacidad de los políticos para atender cuestiones complejas y sus efectos sobre la población como la globalización o el fenómeno de las migraciones, propició un momento de necesidad de cambio. Lo que subyacía era una cuestión que afectaba directamente al sistema socioeconómico, a la forma que se entiende de configurar la sociedad. La consecuencia sería la aparición de toda una serie de fracturas políticas que han evidenciado la fragilidad del proyecto europeo.

Más allá de atender la raíz del problema, de hacer el ejercicio de introspección que correspondía para poder plantear soluciones y, lejos de asumir los errores cometidos y asumir la responsabilidad por ellos, se optó por focalizar la atención en la migración como generadora del problema. Como prueba encontramos las declaraciones de Frans Timmermans, Vicepresidente de la Comisión Europea, en 2015 tildando la migración como un desafío que podría suponer la desintegración de la UE o las de John Kerry, Secretario de Estado de EEUU, en 2016 catalogándola como "amenaza casi existencial". La pretensión fue clara, transformar la realidad para que la clase política pudiera eximirse de las responsabilidades de la pérdida de perspectiva de progreso social y de no atender las demandas de la población. Se presentó dicha realidad como una situación de competencia por unos recursos limitados (mercado laboral y acceso a servicios públicos) en la que las personas migrantes eran una "seria amenaza" para que la población europea mantuviera sus condiciones de vida.

En este marco comenzaron a elaborarse medidas cada vez más restrictivas para tratar de controlar y frenar los flujos migratorios. Es este momento donde se empezó a moldear el monstruo con el que estamos lidiando.

Que la situación que vivimos no nos impida ver otras cosas que están ocurriendo, y sirva para acercarnos a las realidades de otras muchas personas.

Que la situación que vivimos no nos impida ver otras cosas que están ocurriendo. Que nuestro orgullo herido porque nos sentíamos invulnerables encaramados en lo alto de nuestra atalaya no sea un salvoconducto para encerrarnos más en nosotros mismos, en lo que nos ocurre exclusivamente a nosotros. Que la falsa sensación de seguridad que ha sucumbido como un castillo de naipes y ha evidenciado la fragilidad con la que todo se puede poner en jaque sirva para acercarnos a las realidades de otras muchas personas.

Porque si algo ha supuesto esta crisis sanitaria en Europa es un punto de inflexión en el que volver a repensar nuestro modelo social sobre cómo son las relaciones que establecemos con el sistema productivo, económico y político. En un momento en el que se ha visto cómo las premisas neoliberales que abogan por el individualismo extremo han sucumbido ante la cooperación como método de solventar las situaciones de crisis, quizá sea momento también de repensar nuestras relaciones con las personas, con las que compartimos contexto y con las que no. Que la sensibilidad social que esta pandemia ha generado no caiga en saco roto y sirva para romper con los diversos acuerdos como el que tenemos con Turquía. Esa será la forma de acabar con nuestros monstruos particulares.