viernes. 19.04.2024

Capítulo 4 Salinas. Final de verano de 1936

La calle por donde accedía el tranvía, procedente de la Texera, Avilés y San Juan de Nieva, daba a uno de los laterales de la manzana de la Colonia de Salinas. Esa línea de tranvía fue la primera que funcionó en Asturias a partir del año 1893. A media mañana vieron descender de él a un grupo amplio de milicianos. Llevaban uniforme, pero no portaban armas. En tranvías posteriores llegaron más grupos de soldados. Calcularon que serían unos doscientos.

Portada JPGA primera hora de la tarde instalaron en los prados colindantes a un campo de tenis cercano, grandes tiendas de campaña. Era la carpa militar de la época; un palo grueso y alto de más de dos metros en el centro y, en círculo, varios igual de gruesos de algo más de un metro. Todo ello soportaba una lona gruesa, pesada, de tono caqui y que estaba encerada, por fuera, para aguantar la lluvia. En su interior podían dormir una docena de personas no demasiado apretadas.

Después se enteraron de que lo que estaban instalando era un campo de entrenamiento para nuevos reclutas. En los días sucesivos, durante horas se oía el “¡ar!, ¡ar!, ¡ar!”, de la instrucción. Los maestros aprovecharon para explicarles que el “firmes, ¡ar!, descanso ¡ar! es la contracción de “firmes, ¡ahora!, “descanso, ¡ahora! Son cosas que nunca se olvidan… y así, de paso, aprendieron lo que es, gramaticalmente, una “contracción”. Aunque a ellos les interesaba más fisgar los entrenamientos militares.

Allí no disparaban; las prácticas se hacían en un campo de tiro en dirección oeste, junto a la colina donde acababan las edificaciones. Era donde practicaban con armas para no exponer a la pequeña población del poblado de pescadores al que se redujo Salinas, ya que la colonia de veraneantes había quedado casi completamente despoblada desde el inicio de la guerra. Tras dos meses de prácticas había cambios de reemplazos; salían unos hacia el frente y llegaban otros nuevos. Al poco tiempo de instalarse empezaron a pasar aviones fascistas por encima. Don Pablo dio instrucciones para pintar en el techo de los edificios de la Colonia sendas cruces rojas en dos de ellos y las palabras: “COLONIA ESCOLAR”, ocupando toda la cubierta del tercero. Hay que reconocer que allí no llegaron a bombardear. Lo que sí castigaban, cada dos por tres, era el puerto de San Juan de Nieva.

La primera vez que cayeron bombas en la bocana de la Ría de Avilés fue a media mañana. Estaban dando la clase de gimnasia en la playa de Salinas; vieron pasar aviones procedentes del oeste, de Galicia. Al año siguiente, las flotillas procedían con más frecuencia del este, del País Vasco, una vez que los sublevados se hicieron con “Las Vascongadas”, que decían ellos. El ruido fue semejante a un trueno seco, siniestro y varios más le siguieron. En seguida un humo feo, espeso, emergió del mismo mar. Parecía que atendieran una orden inexistente cuando rompieron,   a la vez, la formación de la gimnasia sueca, abriéndose en abanico en el que, cada niño, parecía componer una varilla de este. Los bañistas que dirigían la gimnasia les ordenaron que no se tumbaran y que no corrieran al pinar: era preferible que los pilotos no creyeran que eran milicianos escondiéndose y les ametrallaran. Una vez que los Junkers desaparecieron del cielo, tras hacer caer las bombas, los cuidadores les indicaron que formaran de nuevo, emulando a los milicianos: “a cubrirse ¡ar!, “alinearse ¡ar!”, lo que suponía, primero, levantar el brazo hasta tocar el hombro del compañero que tenían delante y luego lo mismo, en lateral, hacia  el compañero que tenían a su izquierda. Esos movimientos mecánicos acompañarían por muchos años a Tino; luego en la casa infantil de Moscú, la de jóvenes de Leningrado, la Compañía del Primer Ejército Rojo en la que quedó enrolado, el campo de concentración de Finlandia, los dos años de servicio militar en Salamanca, las clases de Educación Física ya siendo él profesor. Cientos, miles de veces de “alineaciones” casi cada día de tantos años.

Tras formar, ya no reanudaron la gimnasia; los bañistas les explicaron que habían bombardeado el puerto de San Juan de Nieva. De allí salían barcos con carbón a distintos puertos y descargaban hierro y acero procedente de Bilbao. Esos bombardeos se repitieron con tanta frecuencia que dejaron de asustarles, aunque siempre se mantenían expectantes y cuando algún avión era tocado y picaba al mar, dejando una estela negra en el cielo, lo celebraban como un triunfo propio: los antiaéreos del puerto habían acertado.

Pero tras el subidón llegaba la calma y, tras ella, en la siesta, la morriña. Pensar en la familia, la madre, los hermanos, los amigos…, y en el padre quien tenía la suerte de creer tenerlo aún; incluso con la duda de si seguiría con vida. Sabían que los combates estaban siendo duros.

–Me gustaría saber por dónde andará mi padre. Me figuro que cuando fue a la fábrica de armas de Trubia sería para organizar envíos de armas para disparar a los traidores en Oviedo y Gijón –dijo con orgullo Armando a Tino.

–Seguro que lo ha organizado todo rápido. ¡Con lo listo que ye! –le contestó Tino, que apreciaba a toda aquella familia.

–Ya, pero me inquieta que, con lo tramposos que son esos oficiales, preparen alguna emboscada –siguió Armando–. ¿Tú te acuerdas de Nicanor, el oficial del taller de encuadernación de mi padre?

–Claro –contestó Tino–. El del Partido Comunista; ¡cómo no me voy acordar de él! Si fue quien les convenció para que nos apuntaran a la Colonia y nos acompañó un montón de veces al Centro Comunista donde nos reuníamos a jugar los “pioneros”.

–Pues lo mataron en Oviedo el primer día de la rebelión. Cuando todavía Aranda les tenía engañados dijo a los milicianos: “Vayan al Cuartelón, que allí les darán las armas”. Y cuando entraron al patio les ametrallaron. Nicanor murió allí; me lo contó mi padre. Cuando fueron a recoger las armas era todo mentira; en vez de eso les prepararon una encerrona.

–A mí me caía muy bien. ¡Qué cobardes! –susurró Tino, cabizbajo  y apenado.

–Por eso estoy preocupado por mi padre. Y por mi madre, claro, que sigue en la cárcel.

-A tu madre la sueltan cualquier día. Y tu padre pronto vendrá a verte. ¡En cuanto pueda! –le consolaba Tino. – Mira, yo esa preocupación no la tengo –continuó. Sólo temo por mi madre y mis hermanos. Por mi padre no, que murió siendo yo tan pequeñu que no me acuerdo de él. A veces cierro los güeyos con fuerza para concentrarme, pero no consigo ver su imagen. Tengo un recuerdo, una sombra que me llevara en brazos por una feria; me suena que había música y yo llevaba un dulce de manzana, de esos de palu, que se me cayó al suelo. Pero de él, no consigo ver su cara.

–¿Y qué le pasó para morir tan joven?; ¿fue en alguna huelga? –preguntó Armando.

–¡Que va, ho! ¡Si no era de izquierdes! Era de familia de perres. Trabajaba de agrimensor en la Diputación de Oviedo.

-¿Eso qué ye, Tino? –siguió preguntando Armando.

-Son los que miden las fincas para saber dónde empieza una y termina la otra. Gracies a eso, el que tiene praos, tiene los papeles donde lo pon. Si no, andaba todo el mundo a tiros con los vecinos; ye así y todo y no hay pocas pelees. Diz mi madre que les enemistades por esos enredos duran toda la vida y hasta herédenles los fios y nietos.

–¿Y entonces que le pasó?, ¿enfermó?

–Bueno sí; enfermó, pero por tozudo. Resulta que había estado con gripe fuerte y fiebrón. Todavía estaba algo malu y salió con “la peña” a celebrar el cumpleaños de uno de ellos, a un chigre de las afueras. Pillaron una fartura tremenda y lo regaron bien. Todavía no “despejados” de la bebida, apostáronse a que no era capaz de correr no sé cuántes vueltes a la manzana en un tiempo que acordaron. Él tenía fama de poder con todo. Era muy fuerte y de los más altos de Oviedo, medía dos metros.

–Eso me había dicho mi madre –le interrumpió Armando–. Que llamaba la atención por la altura.

–Pues eso, que no quiso echase atrás y corrió con fartura y todo. Por la noche púsose malu. Se le complicó con pulmonía y ya no se recuperó. Estuvo meses enfermo hasta que al final murió. Yo tenía dos años y algo, ya te digo que no le recuerdo.

–Pues aunque no lo recuerdes, un poco parecido a él sí que eres –le dijo Armando con cara de compinche de travesuras–. Todavía acuérdome cuando te retó Pepón a que no te atrevíes a poner los petardos en las vías del tranvía y nos pediste los que habíamos comprado todos a la pipera del Fontán, para juntarlos y que la rabasera montara más escándalo. Nos esmuciamos detrás de los árboles para vértelos poner casi cuando estaba llegando el tranvía para que no hubiera tiempo de quitarlos. ¡Cómo sonaron! ¡Parecía una traca!

–Bueno, pero solo eran petardos de jugar; eso no tién mérito.

–¡No, ya! Pero eso díselo a Caguesti, el guardia que nos corrió por todo el parque! Le sacamos ventaja saltando los setos del Campo de las Ranas y atravesando por el agua, tou derechu.

–Sí, ¡ja, ja! A lo mejor no puso ganes; ¡si entonces teníamos nueve años!

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Colegio de las Recoletas, donde estudiaron Felisa y Mari. Fotografía de 2017.

Además, nosotros íbamos descalzos y él calzado y no pudo atravesar por el agua.

-Yo creo que se cabreó más porque no hacía dos meses de la revolución del 34 y cualquier cosa que hiciera ruido les ponía cardiacos.

–Sería eso, pero no es comparable con lo de correr estando malu. ¡Yo eso no lo haría!; sobre todo después de ver las consecuencias.

-¡Oye! Y si tu padre era de familia de perres, ¿cómo ye que estáis pasándoles canutes?

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El antiguo hospicio de la Diputación, donde trabajó Catalina de costurera.
Actualmente hotel Reconquista. Fotografía de 2017.

–Mi padre no se trataba mucho con su familia. Cuando se casó con mi madre, al ser hija de un peón caminero, les pareció poca cosa y se distanciaron. Después de morir tampoco quisieron saber nada de nosotros. Menos mal que Melquiades Álvarez, que era amigo de mi padre y que estaba el famoso día de la fartura y de la carrera, nos echó una mano y ayudó a mi madre a colocarse de costurera en el Hospicio. Ayudó a que a mis hermanas Felisa y Mari las admitieran en el colegio de las Recoletas. Como Mari sacó siempre muy buenes notes le aconsejó estudiar enferme- ría, que fue lo que hizo. Aunque luego no necesitó ayuda para estudiar porque tuvo beca por las matrículas de honor que sacaba. Melquiades se portó muy bien.

–De eso sí sabía algo –le dijo Armando.– Mi padre contaba que el tuyo y Melquiades eran muy amigos de jóvenes, y debieron de ser dos piezas porque se acordaba de una canción que cantaba medio Oviedo en los chigres:

¡Ay que gabán más descolorido!
Miranda le da color con la
botella de vino.

¡Ay que gabán llevaba Melquiades! está
todo destrozao

de andar por los arrabales.

–Sí. En casa también nos reíamos cantándolo, después Melquiades ya se hizo más serio. Es “diputao” en Madrid*. Pero eso es de cara al público, con los amigos la sigue corriendo bien, ya te digo que estaba el día de la comilona.

–Mi padre no se llevaba mal con Melquiades, se respetaban –dijo Armando–, aunque están en bandos distintos.

En sus juegos, los niños imitaban a los reclutas. Hacían la instrucción y organizaban batallas con palos que hacían las veces de fusiles. También practicaban tiro al blanco con forcaos (tirachinas). Los había de varios tipos: con horquillas de madera eran los más habituales. El de Tino lo había hecho con alambre fuerte; retorcido en el mango, con unas tenazas, para darle aguante y que no se doblara. Las gomas se sujetaban a la forqueta; estaban cortadas de tiras de cámaras viejas de bicicleta y, en el medio, para sujetar la china, el corte era más ancho. Jugaban a indios y vaqueros, a rojos y fascistas. Nadie quería ser facha; primero porque era el odiado enemigo y además porque perdían seguro. Tenían que “echar a pies” para ver a quién le tocaba uno u otro bando.

El verano acababa. Los suministros cada vez escaseaban más.

–De momento la situación no es inquietante, pero este invierno puede ponerse difícil y, no digamos, si esto se alarga, tenemos que ponernos en lo peor –señaló el director, que había reunido a todos los miembros de la Colonia, incluidos los niños, para planificar los tiempos venideros–. Pescado podemos conseguir, así nos lo han asegurado los bañeros.

En toda la costa del Concejo de Castrillón se seguía saliendo a pescar. Eso sí, en barcas pequeñas para no llamar la atención de la aviación y costeando para no encontrarse con ningún buque de la armada fascista.

–También creo que se puede ir consiguiendo leche, huevos y cosas de la huerta en el pueblo. Aunque tampoco sobra mucho, lo tienen comprometido para los milicianos –intervino doña Enriqueta, con previsora organización–. Hay que ir pensando en quitar las flores y plantas ornamentales del jardín de la Colonia y sustituirlas por hortalizas. – Y dirigiéndose esta vez a los bañeros–. ¿En el pueblo se puede conseguir semillas y simientes para plantar?

–No tenga cuidado, doña Enriqueta, de eso nos encargamos nosotros. A los niños no ha de faltarles comida mientras quede algo en el pueblo. Bastante es que no estén con los familiares para que, encima, vayan a pasar hambre.

–Pues a partir de mañana empezamos a trabajar en eso: ¡patatas y ver- duras a cambio de flores! Las flores y las plantas no las arranquéis sin más, las flores se cortan con cuidado y se hacen ramos. Las plantas que se pueda se sacan con la raíz y se ponen, con tierra, en latas y cajas vacías. Organizaremos grupos de niños y las llevaremos a las casas para quien las quiera. Si les vamos a pedir ayuda, hay que ser agradecidos; quien pueda que las disfrute.

–Buena idea, doña Enriqueta –dijo la cocinera.

–Lo primero es plantar el jardín y transformarlo en huerto. Lo siguiente que hay que hacer, antes de que empeore el tiempo, es un cerramiento en los laterales del tendejón del comedor. Hasta ahora ha hecho bueno y ha valido con el techado de chapa y con la protección que da el muro del dormitorio al que está adosado, pero no deja de ser un tendejón. Hay que ir a la serrería y encargar tablones para hacer una pared de cierre. Por falta de pinos no será, pedimos permiso al Concejo para cortar los que se necesiten, que nos indiquen con cuáles se puede hacer “saca” y se llevan a la serrería. Antes de mediados de octubre hay que tenerlo terminado, no conviene que avance mucho el otoño, que al lado del mar sopla fuerte y puede haber temporales.


Nota: * Melquiades Álvarez fundó el Movimiento Regionalista, en el que estaba también el Partido Republicano de Asturias. Comenzó con tendencia más aperturista. Después se acercó a la CEDA. Fue apresado en Madrid tras el alzamiento y posteriormente fusilado en la cárcel Modelo que fue asaltada por milicianos anarquistas.


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Capítulo 3
Pisaré sus calles nuevamente
Novela histórica de Pablo Fernández-Miranda de Lucas, por entregas en Nuevatribuna

Capítulo 4 Salinas. Final de verano de 1936