jueves. 28.03.2024

Otra versión del Estado

congreso

El estruendo que provocan las voces que se alzan contra la posición dominante de los mercados frente al estado resulta atronador. Desde los balcones, desde las tribunas de opinión y desde los comités técnicos políticos y científicos se eleva un clamor que ya ensordece. ¡Necesitamos más presencia de lo público, necesitamos más estado y menos mercado! Así resuena.

De acuerdo, necesitamos más estado, pero sobre todo creo que necesitamos otro tipo de estado. Y como la transformación de la cosa tendría que ver con la eficacia con la que la ciudadanía del siglo XXI ha de enfrentarse a sus retos, diré que lo que necesitamos es un modelo de estado que tienda a la excelencia, a la mejora continuada de la capacidad que tenga de gestionar sus responsabilidades. 

Este cambio de modelo ha sido destacado incluso en Davos como solución para un capitalismo estrangulado

Dicho así parece un discurso vacío propio de un egresado de algún MBA [I], pero no según mi punto de vista, me explico. Los objetivos de todo estado resultan obvios y están descritos con lujo de detalles en todas las Constituciones y otros documentos programáticos, legislación general, decretos particulares, proyectos no de ley, etc. En general se recogen  las aspiraciones de buena y feliz vida para los ciudadanos, entendidos como los sujetos de la soberanía que dan vida a los estados y sus estatutos. Pero esto es una ficción cuyo paralelismo con la realidad es mera coincidencia. El estado ahormado en la pugna política da como resultado un modelo de gestión de los intereses generales que, respecto del papel de la ciudadanía, no admite ninguna mala palabra, pero en el que escasean las buenas acciones o al menos las acciones atinadas. A qué se debe esto:

Decretar la inviolabilidad de ciertas cuentas bancarias o eximir de responsabilidades penales a determinados conductas es la forma de incentivar la innovación bandolera en el seno de nuestra sociedad

1.- El estado está invadido por fuerzas sociales sí, pero organizadas de forma partidaria. Las conexiones del estado con las necesidades de las facciones generan disfunciones de las que sale perjudicada el área de gestión que se corresponde con la unidad del estado que la gestiona.  De aquí a confundir los intereses del estado con los del partido no hay más que un paso, y otro para pasar al nepotismo.

2.- Para atenuar esta tendencia reconocida por todos los actores políticos, se genera una maraña de legislación preventiva que impida la deriva excesiva. De tal resulta que el estado se convierte en un gigante maniatado por una estructura legal de tipo capas de cebolla que lo envuelve y lo limita en sus posibilidades. Por esta razón hay que activar situaciones de excepcionalidad en momentos críticos, pero sobre todo abre la puerta a que ciertos especialistas en el uso del derecho generen y ocupen los puntos críticos donde se toman las decisiones con carga legal que bloquean (o habilitan) a antojo la actividad del estado mismo.

3.- Resultado de ello, atrancar el estado es cosa fácil si se dispone de las herramientas de bloqueo o de habilitación según caso. Si se dispone de una legión de adiestrados abogados del estado, que tan bien les va en los negocios privados (por algo será), o se dispone de mayorías en los tribunales adecuados, ya puede decir misa el legislador, el representante de los ciudadanos. Pareciera que el estado tiene razones que el ciudadano no puede entender. Decretar la inviolabilidad de ciertas cuentas bancarias o eximir de responsabilidades penales a determinados conductas es la forma de incentivar la innovación bandolera en el seno de nuestra sociedad con garantía del estado. Pálido ejemplo de lo que puede hacer y deshacerse.  

4.- La administración del estado, su esqueleto, está descrito en una especie de manual de procedimientos que por un lado recoge las ordenanzas asépticas sobre el buen obrar, procedimientos que ningún evaluador podría desacreditar, pero que se complementan con normativa adjunta que teledirige la acción de cada unidad de gestión del estado en una u otra dirección, priorizando una línea de actuación sobre otra sin por ello infringir los códigos de conducta administrativa. Todos sabemos que las irregularidades cometidas por personas con cierto apellido no se miden del mismo modo cuando ese apellido carece de glamour. Firma un documento en falso o ataca a un guardia civil en la alevosa noche a ver si el estado actúa contra ti del mismo modo que si te llamaras Monasterio o Franco.

De modo que sí, necesitamos más presencia del estado. Pero sobre todo necesitamos otra versión del estado. Una en la que la discrecionalidad de los detentadores del mismo deje de ser arbitraria y esté condicionada, controlada y verificada por la sociedad civil, la que forman los ciudadanos con sus formas propias de organización. En lenguaje MBA sería el paso de un estado gestionado en base a los intereses de los sharehoders (los dueños de las acciones) a un modelo de gestión orientado a los stakeholders, todo aquel que se halle relacionado con la actividad de la empresa, el estado en este caso.

Que conste que este cambio de modelo ha sido destacado incluso en Davos como solución para un capitalismo estrangulado. En cualquier caso solo así, con la presencia activa de la sociedad civil, se pueden evitar desmanes como que el estado en la Comunidad de Madrid delegue el peso de la gestión de la crisis sanitaria en quienes son responsables indirectos del daño letal de la misma. Y si a esta transformación hay que vestirla de Pactos de la Moncloa 2.0, pues vale.


[I] Acrónimo, Master Business Management. Titulación típica de las escuelas de negocio

Otra versión del Estado