jueves. 28.03.2024
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Hace mucho tiempo que reacciono mal cuando la gente que se dedica a opinar, en tertulias o en artículos, sean periodistas o  de otras profesiones, se ponen a examinar y hasta proponer soluciones sobre nuestro sistema educativo. Por un lado reconozco que todo el mundo tiene derecho a opinar sobre educación, pero lamento que se crean con derecho a dar soluciones o dictar sentencias sobre temas muy complejos, muchas veces sin tener en cuenta los más mínimos recursos científicos sobre el tema. Por lo general, aunque no provengan del ámbito de la educación, aciertan en algunas críticas muy evidentes y cada vez más, se acercan a señalar algunas necesidades sociales a las que debe responder el sistema educativo.

El problema es que las posibles alternativas son complejas, dinámicas y necesitan tanto tiempo como decisiones políticas que las aborden en toda su complejidad. Un sistema educativo no se reforma de un año para otro y ahora la urgencia sanitaria impulsa a solucionar algunos problemas, pero sería un tremendo error pretender cambiar cuestiones profundas con la excusa del coronavirus. Más aún cuando la ausencia de debate profundo, la imposibilidad de pactos de Estado y la falta de financiación han sido, son y serán los mayores obstáculos para los cambios.

Si continuamos con los estereotipos y los valores tradicionales, sin cuestionarnos el currículum, la función social de la educación continuará siendo la segregación social y la reproducción de la ideología dominante

La urgencia sanitaria

¿Cómo encarar la vuelta a clase en septiembre? Es la pregunta estrella. Ya se han desgranado en varios artículos algunas de las dificultades: espacios, horarios, plantillas, enseñanza presencial y a distancia, servicios complementarios, son los temas urgentes para responder a las normas sanitarias. En un contexto de rigidez curricular y organizativa, de sobrecarga de contenidos, de ausencia de herramientas digitales y de formación del profesorado en las mismas, de metodologías muy tradicionales en muchos casos, de una dualización elitista entre la pública y la privada y unas desigualdades sociales inmensas, pensar alternativas es muy difícil. No existen recetas mágicas que se puedan diseñar en una pizarra de las administraciones sin contar con los protagonistas, sin la financiación adecuada y suficiente, sin un mínimo consenso sobre los objetivos prioritarios.

Es una cuestión de política pública, como la sanidad, donde no vale una visión economicista ni partidista, ni tampoco generalista o uniforme, porque el abismo entre las necesidades de unas regiones y otras es inmenso, porque las brechas sociales se agudizan si no se plantea una enseñanza equitativa que compense desigualdades, porque si no se dimensionan con acierto los recursos materiales se crean más conflictos que soluciones. Pero, a veces, quienes no tienen la visión de conjunto, llegan a generalizaciones absurdas. Las necesidades son diferentes también por etapas y no sólo por la evolución psicológica del alumnado, sino por las culturas organizativas y profesionales de las instituciones educativas, incluidas las interrelaciones con las familias. Los procesos de enseñanza aprendizaje y las exigencias también son muy diferentes, desde infantil al bachillerato pasando por la formación profesional.

También existe otra cuestión que afecta socialmente y que suele producir  conflictos sobre la función social de los centros educativos. Las necesidades de atención de la infancia mientras los padres y las madres trabajan, y ya está surgiendo cuando se plantea bajar la ratio o poner dos turnos de asistencia a clases. Dejando por el momento de lado la cuestión cultural de la enseñanza on line que también genera problemas de desigualdades, el núcleo del debate debe ser cuestionarse si el centro educativo tiene que cubrir una función social de cuidado para que las familias trabajen.

Hace muchos años que se ha planteado la necesidad de contar con el espacio de los centros educativos para ese servicio, sin duda una prioridad para los padres y madres que trabajan. Pero no es necesario contar con los mismos profesionales, para satisfacer la función de atención en horarios fuera de las horas lectivas. Entre otras cosas porque se desvirtúa la profesionalidad para la enseñanza y económicamente es un disparate, cuando es mucho menor la inversión si se contratan profesionales con titulaciones de formación profesional u otras reconocidas. Por otro lado, separando la tarea social de la función escolar, puede variar la competencia de administraciones, implicando a los ayuntamientos, a entidades sin ánimo de lucro, etc. Es evidente que habría que garantizar la calidad del servicio, profesionalizarlo y controlarlo, con el acceso para quienes realmente lo necesiten. Ya hay experiencias exitosas de horario intensivo de clases por la mañana y otro tipo de actividades por las tardes.

El otro servicio que habrá que adaptar son los comedores. Significa pensar en espacios, en horarios y en plantillas, tanto por las  normas de distancia física como por las higiénicas. Por ejemplo, si no hay clases por las tardes se puede pensar en dos turnos o más, pero la jornada de quienes trabajan en esas tareas se amplía. No es lo mismo según las edades y el contexto social del centro. No es lo mismo en centros pequeños que en centros mastodónticos. Esto implica mucho más a las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos que al Ministerio, pero se podrían establecer criterios o indicadores a respetar, dotando de la financiación adecuada y de la corresponsabilidad de los Consejos Escolares y de las empresas de catering (no pueden ampliar horarios con el mismo sueldo).

Muchos institutos de enseñanza secundaria están cerrados y vacíos por las tardes, pero en la época de la explosión demográfica hemos visto funcionar un centro por la mañana y otro por la tarde. No quiero dar nombres de centros, pero por ejemplo, mucha gente de Fuenlabrada o docentes que lo vivieron pueden atestiguarlo. Al paso de los años hemos visto fusionar dos centros en uno y dedicar el edificio a otras funciones, cuando ha desaparecido la necesidad. En Madrid, muchas direcciones de centros pueden asesorar en uno y otro sentido. También hemos presenciado la transformación de escuelas infantiles de 0 a 6 años en centros de 0-3, cuando los colegios pudieron asumir la población de 3 años y por cierto, alguna se ha convertido en centro para la tercera edad, con el paso de los años.

Las enseñanzas

Hasta aquí unas pocas de todas las cuestiones que habrá que considerar para una “nueva normalidad” de los servicios complementarios. Mucho más difícil serán las modificaciones para las enseñanzas. Si no se escucha a quienes han tenido que asumir de urgencia la enseñanza on line no habrá acierto posible. Al profesorado y a las familias. No existen condiciones sociales y culturales para que los hogares más vulnerables puedan asumir ese reto. Si se habla reiteradamente de las brechas sociales ante la digitalización, no es admisible que se recurra a la enseñanza digital de forma más prolongada. No se trata de proveer de la herramienta, ordenador, tablet, etc. sino de disponer realmente de los métodos adecuados, del ambiente en el hogar, del control del funcionamiento desde el punto de vista intelectual y emocional. En las competencias claves de la Unión Europea que recogen nuestras leyes educativas existe la competencia digital y sólo reflexionando con su definición podemos entrever lo que significa:

“Competencia Digital es aquella que implica el uso crítico y seguro de las Tecnologías de la Sociedad de la Información para el trabajo, el tiempo libre y la comunicación. Apoyándose en habilidades TIC básicas: uso de ordenadores para recuperar, evaluar, almacenar, producir, presentar e intercambiar información, y para comunicar y participar en redes de colaboración a través de Internet” (European Parliament and the Council, 2006).

El desenvolvimiento de esta competencia y su proceso de aprendizaje implica la adquisición de procedimientos y modelos mentales para el tratamiento de la información, la comunicación, la seguridad, la resolución de problemas, compartir, colaborar, y otras capacidades que pueden implicar que haya verdaderos aprendizajes. Si únicamente les damos el instrumento, estaremos creando una fantasía de enseñanza aprendizaje y  además, comprometiendo a las familias en unas prácticas totalmente ajenas a sus posibilidades. Si el profesorado no se ha formado en la utilización de la herramienta digital, las tareas en el hogar se transforman en una reproducción de los ejercicios en clase sin la orientación del docente. Puedo ilustrar con un ejemplo de estos días: llega por el móvil un texto larguísimo en inglés (cole bilingüe) para 3º de primaria, imposible para el alumno en el móvil de su madre que tiene que salir a trabajar, se hace obligada la necesidad de imprimirlo, hay que comprar impresora y así con casi todas las asignaturas. En una familia estructurada, con 3 hijos, un sueldo mínimo del padre y trabajo por horas como empleada de hogar de la madre, con un buen nivel educativo pero sin habilidades en inglés. Una parte de las asignaturas por el móvil personal del docente, otras por el email también personal. ¿Qué esperamos como resultado? Si continuamos pensando el sistema educativo con el imaginario de la clase media profesional, dejaremos de ser uno de los más equitativos del mundo occidental.

El esfuerzo de todos se hace si es puntual, pero no se puede pensar en el curso escolar en esas condiciones. Sería un fraude del derecho fundamental a la educación, al igual que cifrar la cuestión en los aprobados o las repeticiones, reproduciendo el sálvese quien pueda de la desregulación, la privatización y la segregación, en nombre de la trampa de la libertad de elección, de la que no dispone la población que no tiene la capacidad ni el poder de elegir. Justamente la educación debe ser el derecho que permita adquirir las capacidades necesarias para desarrollar la libertad individual, reconociendo las diversidades, las condiciones y promoviendo los valores sociales para el desarrollo humano.

Las otras transformaciones que necesita nuestro sistema educativo deberían formar parte de un debate en profundidad, a medio plazo, buscando centrarse en el meollo de la cuestión y no dilapidar tiempo y esfuerzos en  confrontaciones absurdas que responden a tradiciones de otras épocas. Aclarar esto es demasiado extenso para proponerlo ahora, ya veremos si interesa o se diluye la motivación para reformar nuestro sistema educativo, más allá de la  inclusión de los contenidos digitales, que tampoco son la panacea para garantizar el derecho a la educación. Porque si la medida estrella va a ser dotar a los centros y al alumnado del aparato digital, con deficiencias en la formación del profesorado porque no se planifica y son necesarias más inversiones; a continuación aparecerán las normas restrictivas para evitar que se utilicen para el ocio, en un paso intermedio no habrá personal para el mantenimiento y reparación y más adelante se podrán comprobar las desigualdades en los resultados. Finalmente, alguna investigación comprobará que esos resultados desiguales se corresponden con las desigualdades sociales y culturales del alumnado.

La actualización de las herramientas y los aprendizajes de las competencias digitales son ineludibles, pero no puede implantarse un modelo de consumo, reproduciendo el tradicional proceso de acumulación de información, sino aplicar las reformas con programas de innovación didáctica, apoyando los cambios de metodologías que desarrollen otras capacidades como la resolución de problemas, el trabajo cooperativo, por proyectos, la creatividad. Todo ello adecuado a las diferentes etapas y características de las enseñanzas, a los perfiles y el desarrollo profesional de los docentes, al contexto sociocultural del alumnado y la cultura organizativa de los centros.

Aquello de que la ciencia se construye más con preguntas que con respuestas nos llevaría a empezar por: ¿para qué queremos educar? Y en función del para qué se podrá establecer qué tenemos que enseñar y cómo. Si continuamos con los estereotipos y los valores tradicionales, sin cuestionarnos el currículum (tanto los contenidos como las metodologías), la función social de la educación continuará siendo la segregación social y la reproducción de la ideología dominante.

La urgencia sanitaria y las reformas del sistema educativo