jueves. 18.04.2024

El racismo que no cesa

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Foto: Pixabay

Quienes fuimos adolescentes en la década de los años 60 del pasado siglo, vivimos con esperanza e ilusión el que los años de lucha, sufrimiento y violencia de la minoría negra en Estados Unidos, por fin iban a dar paso a una sociedad, sino igualitaria, al menos integrada racialmente.

Las constantes y crecientes movilizaciones del Movimiento por los Derechos Civiles, iniciado a raíz del asesinato en Mississippi del adolescente negro Emmett Till en agosto de 1955, desembocaron en la aprobación por el Presidente Lindon Johnson de la Ley de Derechos Civiles de 1964, a la que siguieron otras importantes reformas legislativas como la Ley del Derecho al voto de 1965 e indirectamente los Programas de Lucha contra la Pobreza y la Ley de Control de Armas de 1968. Parecía que el largo camino iniciado por Lincoln con la supresión de la esclavitud en 1864, iba a reparar la brutal explotación y segregación de millones de afroamericanos.

El asesinato de Martin Luther King en abril de 1968 fue ya un primer y simbólico reflejo de que las cosas no iban a ser tan fáciles ni rápidas. El racismo, la violencia, la discriminación estaban y están fuertemente arraigadas en la sociedad blanca norteamericana, que no olvidemos consolidó su hegemonía con el absoluto exterminio de la población india.

El cine, la música, la literatura, nos han mostrado constantes referencias a esa realidad, con imágenes, canciones o novelas que describen, a menudo con gran realismo, que el racismo y la violencia racista no es un mal recuerdo del pasado y que por el contrario sigue muy presente, con especial virulencia en la policía, en la judicatura, en el sistema carcelario o en las relaciones laborales.

Es cierto que también ha habido evidentes progresos. En las universidades, en la justicia, en el ejército, en las instituciones políticas, en la cultura, en el deporte, cada vez es mayor la presencia de personas afroamericanas, aunque no siempre los afroamericanos que triunfan se sitúan al lado de los suyos (como sucedió con el general Colin Powell, Secretario de Estado con el Presidente Bush).

La llegada de Barak Obama a la Presidencia fue el ejemplo mas elocuente de los cambios experimentados en la sociedad norteamericana. Hay ya una importante burguesía de procedencia afroamericana. Como tampoco podemos infravalorar las numerosas personas blancas que han luchado en la calle, en las instituciones, en la judicatura, en la enseñanza, en las iglesias o en la cultura, por la igualdad racial y la integración social.

Aunque paradójicamente nuevas discriminaciones raciales se han ido sucediendo y muy en especial contra la creciente minoría de origen latinoamericano.

Que el racismo y la discriminación siguen presentes nos lo recuerdan los frecuentes conflictos que se han seguido produciendo a lo largo y ancho del país y no solo en los Estados sureños. El paro, el subempleo, la imparable extensión de las drogas, la amplia exclusión del sistema sanitario público, la infravivienda, la no erradicada brutalidad policial, la corrupción judicial, son las chispas que generan incendios y disturbios callejeros que se extienden rápidamente. Sin olvidar que la inmensa mayor parte de la enorme población reclusa en las cárceles de los Estados Unidos es afroamericana.

Rodney King (Los Angeles 1992), Trayvon Martin (17 años,  Orlando 2012), Eric Garner (43 años, New York 2014), Michael Brown (18 años, Missouri 2014), Tamir Rice (12 años, Cleveland 2014), Walter Scott (50 años, Carolina del Sur 2015), Freddy Grey (25 años, Baltimore 2015), Alton Sterling (37 años, Baton Rouge 2016), Philando Castile (Minnesota 2016), Terence Crutcher (40 años, Oklahoma 2016) y por último, hasta ahora, George Floyd (40 años, Minneapolis), son algunas de las victimas cuyo asesinato provocó respuestas muy amplias por parte de la población. Además de la juventud de la mayoría de ellos, hay que subrayar que esas muertes no tuvieron consecuencias para los policías autores de las mismas o lo fueron muy benévolas.

El carácter no violento de la inmensa mayoría de las movilizaciones sociales, no siempre pueden ser contenidas por los lideres negros. La desesperación, las infrahumanas condiciones de los guetos negros, la desmesurada respuesta policial, y sobre todo la imposibilidad de canalizar políticamente el rechazo social, provocan y alimentan los disturbios públicos.

El asesinato de George Floyd ha coincidido con el mandato de un alucinado presidente de extrema derecha en la Casa Blanca. Trump, una vez más, ha demostrado que representa lo más violento, intolerante y reaccionario de la sociedad norteamericana, echando toda la leña al fuego que ha podido, con un discurso propio del Ku Klux Klan. Su actitud respalda y alienta a los violentos racistas, sean policías, jueces, funcionarios de prisiones, o civiles armados hasta los dientes.

Los racistas blancos saben que el futuro de Norteamérica es el de una sociedad étnicamente plural, en el que posiblemente la minoría latina sea ya la más numerosa de todas y en todo caso la suma de las minorías étnicas supere con creces a la población blanca. El ejemplo de lo que sucedió en Sudáfrica tras décadas de terrible apartheid o lo que en un futuro no muy lejano pueda suceder entre palestinos e israelíes, asusta a quienes quieren mantener eternamente sus privilegios raciales. Ese es el caladero de votos de Trump.

Pero lamentablemente todavía hay mucha gente latina e incluso afroamericana, en buena medida influidos por prejuicios o espejismos alentados por confesiones religiosas, que siguen votando a un Partido Republicano en manos de los extremistas, o se desentienden de los procesos electorales.

Solamente la alianza política y social de las minorías étnicas, con la colaboración del movimiento feminista y de los sectores LGTB y las iglesias progresistas, podrían dar un vuelco a esta situación. La derrota de Bernie Sanders en la nominación de la candidatura demócrata a favor del muy moderado Joe Biden no es una buena señal. Así que por desgracia seguiremos asistiendo a nuevas y frecuentes muestras de violencia racista y discriminación social.

El racismo que no cesa