Otras miradas

Mejor sin armarios

Toño Abad

Activista LGTB y por los DDHH, director del observatorio valenciano contra la LGTBIfobia, y presidente de Diversitat

La salida del armario del cantante Pablo Alborán, en pleno mes del Orgullo, ha desatado una lluvia de reacciones. La diversidad y, sobre todo nuestra visibilidad, es objeto de debate, cuando no les molesta. Vivimos con el armario a cuestas, y a costa de nuestra valentía nos exponemos personalmente. Hay que celebrar que una persona con la enorme visibilidad y proyección que tiene Alborán haya decidido hacerse visible, ponerse delante de una cámara y decir: "soy gay". Pero es humillante y desconcertante que en pleno siglo XXI tengamos que hacer pública nuestra orientación, como si eso fuera importante.

Salir del armario es, por definición, el acto más revolucionario que puede hacer una persona a lo largo de su vida. Lo es porque rompe con los esquemas sociales y mentales que tienen preparados para nosotros, con las expectativas que han puesto sobre nuestras vidas y sobre todo con la norma no escrita que nos impone, desde que nacemos hasta que morimos, la heterosexualidad. La salida del armario no es un hecho pacífico ni tampoco un mero hecho puntual. No es pacífico porque cada vez que lo hacemos tenemos que analizar cuál es la escala de valores de quienes nos rodean para evitar la violencia, el rechazo y el prejuicio. No es un hecho puntual, salimos del armario, pero en plural. Lo hacemos muchas veces a lo largo de nuestras vidas: con nuestra familia primero, pero también, quizás antes, con las amistades, con los y las compañeras de estudios y de trabajo, en entornos cercanos y extensos. Esta historia se repite en cada uno de nuestros actos vitales, porque la sociedad en general presume la heterosexualidad. Nuestras vidas son un continuo de esa rebeldía contra lo impuesto, contra una norma que no aceptamos ni podemos aceptar. Es disidencia contra la vida que quieren para ti y no la tuya propia.

El cantante ha hecho visible su sexualidad de una forma directa, sencilla e impactante, en un directo de Instagram. Y es de agradecer, sobre todo por esos miles de adolescentes que ven en él un ejemplo. Pero no debemos olvidar que, y forma parte de la reflexión ética y socialmente obligatoria, cuando una persona con las posibilidades vitales del cantante no se hace visible, es por algún motivo.

No hay libertad si su ejercicio supone afrontar consecuencias. Puede que Pablo Alborán no lo haya hecho antes para no arruinar su carrera porque existe la convicción generalizada de que cantantes (o futbolistas) vean condicionada su vida sino fingen ser heteros. Puede que no lo haya hecho antes por el miedo a las reacciones; porque no se hubiera sentido cómodo haciéndolo visible o porque simplemente hay quien se lo prohibiera, incluso inconscientemente. A veces nos sobra con la mirada preocupada de una madre para renunciar a compartir nuestras vidas, para no herir o no sentir la angustia del sufrimiento de quien tenemos a nuestro lado. En todos los casos, las personas LGTBI condicionamos nuestra libertad de ser y de vivir a la reacción de nuestro entorno ante la ausencia de la soñada igualdad real y efectiva. Como si amar fuera un delito, algo de lo que esconderse o avergonzarse.

El acto de Pablo Alborán tiene una carga simbólica muy importante. Con el ascenso del discurso de la extrema derecha, que nos cuestiona, nos insulta y nos agrede, que nos quiere ocultar en los armarios y llevarnos a la clandestinidad, su acto tiene mucho valor. El mismo que el de una chica anónima que se da la mano con su novia en la calle o la negativa a separarte de tu pareja -del mismo sexo- en una residencia de la tercera edad de un lugar cualquiera. Son actos valientes porque nuestra vida está colmada de valentía ante la imposición.

Mientras salir del armario sea un acto de coraje y un hecho noticiable, seguiremos utilizando la herramienta más potente que tenemos: nuestra visibilidad como lesbianas, gais, bisexuales y personas trans. Seremos visibles por todas las personas que han luchado antes, luchan hoy y lucharán mañana para que ningún discurso o ideología sea una amenaza contra nuestra integridad moral y física. Y entonces sí, podremos decir que no es necesario hablar públicamente de la orientación sexual de nadie, porque todos y todas seremos iguales, y por lo tanto, respetaremos verdaderamente la diversidad.

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