Punto de Fisión

De Madrid al subsuelo

De Madrid al subsuelo

A veces las mejores metáforas vienen caídas del cielo, del mismo modo que los dioses del Olimpo se presentaban revestidos en forma de animales, ríos, fenómenos atmosféricos e incluso duchas de oro, como una vulgar máquina registradora. Lo que cayó en Madrid el jueves tampoco es que fuese el diluvio universal pero bastó para inundar varias estaciones de metro cortando líneas fundamentales durante horas y convirtiendo la capital en una sucursal cutre y subterránea de Venecia. Lo más gracioso es que hacía meses que en Madrid no caía agua como Zeus manda, demostrando una vez más que la capital no está preparada para aguantar una llovizna, como para aguantar la segunda oleada del coronavirus. Hace unos pocos años sucedió otro tanto con el aeropuerto de Barajas: bastó una nevada, la primera y la única en muchos años, para dejarlo fuera de combate. Uno se pregunta cómo funcionará esto de la lluvia y la nieve en otras ciudades importantes de Europa, de Canadá, de Estados Unidos, si bastará una tromba de agua o una ventisca para incomunicar Berlín, Varsovia, Chicago, Londres, Toronto o París.

La respuesta -evidente para cualquiera dotado de memoria, ojos en la cara y sentido común- está en las varias décadas de la derecha al frente de la Comunidad y del Ayuntamiento, décadas de robos, privatizaciones, pésima gestión y neoliberalismo de amiguetes. Décadas de cuatreros que desmenuzan hospitales, de obras faraónicas, absurdas e interminables, de niñas muertas en un macrobotellón del demonio mientras la alcaldesa suplente se iba el fin de semana a Portugal a tomar un relaxing cup of café con leche. Décadas de subastar colegios, de despedir profesores, de putear a médicos y enfermeros, de demoler teatros y salas de conciertos, de cargarse la cultura con mayúsculas y minúsculas, de apostar millones a los chinos o a ver si sacábamos la candidatura olímpica a fondo perdido. Décadas, en fin, de arruinar la sanidad, la educación y los servicios públicos, hasta el punto de que una simple tormenta cancele un aeropuerto o frene en seco toda la línea de metro.

Díaz Ayuso (digna heredera de una dinastía de ladrones cuyos últimos representantes escondían un millón de euros en el altillo o mangaban botes de crema en el Eroski) ha heredado también esa desfachatez absoluta en la que le importa un pimiento abandonar a su suerte a los ancianos en las residencias o cercar los barrios más humildes de la capital como si allí vivieran ratas. Nadie sabe en qué ha gastado los casi cuatro mil millones de euros concedidos por el gobierno con el fin de paliar los efectos de la pandemia, reforzar el personal sanitario, acondicionar las aulas, apuntalar el transporte público, contratar médicos y rastreadores. Ahora el ministro de Sanidad, Salvador Illa, amenaza con tomar de nuevo el mando y proclamar un confinamiento total de la capital, cuando hace una semana todo iba como la seda.

A los madrileños nos han tomado como rehenes en una temeraria partida de tenis político donde está en juego nuestra salud, nuestra economía y nuestra vida. La semana pasada cayó agua, las próximas puede llover sangre. Y seguiremos sin paraguas, pero da igual porque haciendo chistes no tenemos precio. En cuanto a los españoles, nos sacrificamos por la banca, pagamos un rescate financiero de más de sesenta mil millones de euros sin esperar ni las migajas, pero, como somos buenos cristianos, ahora ponemos la otra mejilla, encerrándonos otra vez en casa, cumpliendo por partida doble nuestra parte del trato mientras esperamos que los médicos y los profesores crezcan en los árboles. Sí, llevamos décadas preparando nuestro propio entierro.

 

 

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