‘La vida secreta de los gatos’ según Ana Juan y Marta Sanz

Ilustración de Ana Juan para el libro ‘La vida secreta de los gatos’.

Presumidos, higiénicos, gráciles, selectivos en sus filias y sus fobias; rencorosos y fieles, afables y obedientes cuando y con quien quieren, de tan sigilosos casi invisibles… Los gatos definen las casas donde habitan empezando siempre por el tejado, escenario de sus pasiones altas y bajas. Dueños y señores del hogar que, a veces, consienten compartir con algún que otro humano. Los gatos detectan el carácter de los vivos y vigilan las andanzas de los muertos que vagan convertidos en fantasmas, porque son casi tan inmortales como ellos. Los gatos tienen siete vidas y una más, la que cuentan y enseñan Marta Sanz y Ana Juan (letras y trazos), en ‘La vida secreta de los gatos’, de Lunwerg Editores.

Ulises, Melusina, Miranda, Brumario, Simonetta y Calabardina son los gatos de la escritora Marta Sanz, a los que dedica los versos contenidos en un libro con dos madres y 14 capítulos, que exploran los secretos de un animal que, según Ana Juan, la ilustradora que sueña con gatos que nunca tuvo, “jamás son lo que parecen”. El gato, dueño y señor de la casa que, a veces, consiente compartir con algún que otro humano.

Amistad, amor, comunidad, curiosidad, enfado, introspección, maternidad, muerte, odio, pereza, placer, sensualidad y sobrenatural, son los epígrafes de este tratado sobre los felinos que ha juntado a las dos creadoras. “Yo creo que, más que los gatos, nos ha unido una mirada sobre las cosas que, a mí, me parece a la vez sofisticada y siniestra. En este sentido, los gatos son un objeto ideal para el sujeto de esas miradas”, cuenta Marta, que a su modo, ha ilustrado las imágenes. “Aunque pueda parecer una paradoja, en este caso las palabras ilustran las imágenes. Yo he puesto voz a las anatomías y gestualidades felinas de Ana Juan”, insiste Sanz.

“No solo es una cuestión gatuna. Hace mucho tiempo que nos rondábamos como gatas, andando sobre nuestros pasos, estornudando con las pelusas que la otra dejaba, pero sin llegar a conocernos hasta que nos reunió la casualidad o el destino. Somos mujeres de firmes principios, Marta no va a dejar de tener gatos y yo no voy a dejarme adueñar por ningún felino”, explica la ilustradora. “Me gusta dibujar animales y me gusta dibujar gatos sin concesiones a la sensiblería gatuna, buscando esos puntos en común que nos acercan a humanos y felinos: el amor, la tristeza, el egoísmo… Hombres y gatos somos crueles y depredadores”.

Las gatas, sin embargo, son perfectas, según Marta. “Si no, serían otra cosa”. La vida secreta de los gatos obraba en manos del editor Javier Ortega, que decidió encargarle un prólogo sobre algunos bocetos de Ana Juan. El prólogo se convirtió en un poemario tejido alrededor de los dibujos, mientras los trazos alcanzaban los poemas. “El libro creció suavemente como los andares de un gato”, nos cuentan. Como los ovillos de lana con los que los felinos pueden entretenerse en la eternidad de sus siete vidas.

¿Qué es lo más extraordinario que habéis descubierto en un gato?

Marta Sanz: Que saben hablar y saben contar. Dicen, por ejemplo, mamá, y cuando yo le aprieto el lomo a mi gata, mueve el rabo una vez. Si se lo aprieto dos, lo mueve dos veces. También tienen la capacidad de ver todos los fantasmas de una casa. Y de percibir cuándo una persona está enferma o asustada.

Ana Juan: Cuando hay muchos gatos juntos y de repente todos, como uno solo, dirigen sus miradas hacia un punto en el que nuestra humana percepción no es capaz de adivinar nada. Me gusta pensar que hay historias de fantasmas que solo ellos perciben.

Una doble página del libro ‘La vida secreta de los gatos’, de Ana Juan y Marta Sanz.

Ilustración de Ana Juan para el libro ‘La vida secreta de los gatos’.

De todos los gatos creados por la literatura y la ilustración, desde El Gato Félix a El Gato con Botas, ¿cuál es vuestro favorito?

Marta: Me gusta el gato narrador de Soy un gato, del escritor japonés Natsume Soseki. Dar voz a los animales en literatura es buscar ese punto de vista, ajeno y extrañado, esa distancia que nos hace replantearnos todo lo que damos por sentado: el bien, el mal, las convenciones sociales, las hipocresías… Eso pasa cuando los gatos, los perros, las ratas o las cucarachas toman la palabra. Lo sabían muy bien los fabulistas; o Patricia Highsmith que en sus Crímenes bestiales propone darle una vuelta al código de la moral occidental, blanca, atildada, bien pensante, puritana y semi-rica.

Ana Juan: Depende del momento, en ocasiones quisiera ser el gato cómodo y cobarde de Zola o el aventurero de Kipling, el gato Garfield o mejor el irreverente Fritz the Cat de Robert Crumb.

La inmortalidad del gato… ¿No eran siete vidas?

Marta: Son animales resistentes cuando se caen de los tejados, pero también tienen sus puntos débiles y sus fragilidades veterinarias. Para ciertas cosas son muy delicados. Yo tuve dos gatas y un gato de la misma camada que estuvieron 20 años con nosotros. Cuando murieron, entendimos que estábamos experimentado un cambio de era geológica en nuestro hogar.

Ana Juan: A algunos solo les da tiempo a tener una y media. La leyenda de las siete vidas de un gato es un afán humano de poseer la inmortalidad. Les atribuimos a los gatos la capacidad de pasar de una dimensión a otra con cierta soltura. Esto me recuerda al famoso gato de Schrödinger que está vivo y muerto al mismo tiempo, estado, por otro lado, fascinante que no me importaría alcanzar.

Los gatitos en Internet. El efecto mitad curativo, mitad cansino de los gatos en la red. ¿Curiosidad o exceso?

Marta: Los gatitos de Internet como encarnación del pensamiento positivo me parecen, por lo menos, tan perversos, falsos y monstruosos como los emoticonos con corazones palpitantes en los ojos.

Ana Juan: No entiendo ni comparto este fenómeno. El gato se ha convertido en una proyección de todo aquello que no somos y nos gustaría ser. El gato es elegante porque queremos ser elegantes, le coronamos como rey del misterio porque nos gustaría ser misteriosos y enigmáticos, son dioses en Egipto y el mismo diablo… ¿Quién no quisiera ser un dios?

En alguna ocasión me han comentado que debería tener un gato como mascota, retratarme con él y publicarlo en redes para conseguir más seguidores. Sin comentarios.

Gatos y perros, absurda rivalidad en nuestras preferencias… (Dicen que el gato no es simpático, pero jamás le diría a la policía dónde escondes la marihuana).

Marta: A mí me gustan los felinos porque me parecen preciosos. Desde un punto de vista meramente estético. El lado ético, inventado y literario, de los animales en los que colocamos nuestros propios pensamientos me parece tan complejo que me da miedo entrar ahí.

Ana Juan: ¿Cómo sabes que no lo haría? Imagino que esta leyenda viene de una cita de Mark Twain: “Si los animales pudiesen hablar, el perro sería tipo bocazas, pero el gato tendría la elegancia de no decir nunca una palabra de más”. El gato es tipo impostor, no es lo que parece…, no seamos incautos.

Y, antes de marchar, un recuerdo para Cloe, la perrita de la madre de Marta, aficionada al chorizo, a jugar con los mininos, y en absoluto delatora.

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