Otras miradas

¿A quién le importan los secretarios del emérito?

Marta Nebot

Lo siento: me importa un pito si al rey emérito le pagamos los secretarios o no lo hacemos. Y si hace falta lo vuelvo a sentir, pero afirmo que eso no cambia absolutamente nada y me horroriza que esta anécdota sea trending topic mientras la locura de nuestros sanitarios pasa desapercibida.

Y es que hoy ese asunto, el de que pagamos además de la seguridad del Emérito también a sus asistentes, parece crucial;  mientras ayer, apareció este otro, fundamental, que se perdió, sin pena ni gloria, en el océano de informaciones en el que chapoteamos perdidos.

Dos estudios del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas se sumaron a otros anteriores del Colegio de Médicos de Barcelona, de la Universidad Complutense, de SATSE y de AMYTS que dicen cosas muy parecidas. El Instituto del Mar, después de estudiar a unos 10.000 sanitarios de toda España, llega a la conclusión de que casi el 50% de ellos presenta un riesgo alto de trastorno mental a causa de la pandemia. Y también que más del 14% sufre alguna patología mental discapacitante y que el 3,5% padece ideaciones suicidas activas.

El Colegio de Médicos de Barcelona determinó que un cuarto de nuestros sanitarios está pensando en abandonar la profesión. Otro estudio, de la Universidad Complutense, concluía que la mitad presenta cuadros de estrés postraumático. SATSE, el sindicato de enfermería, declara que un 15% de las enfermeras del país solicitaron ayuda psicológica tras la primera ola. AMYTS, el sindicato de médicos madrileños, que ya ha atendido psicológicamente a más de 200 profesionales, afirma que solo vemos la punta del iceberg, porque "los médicos viven como un fracaso estar afectados". El King´s College de Londres también concluye que está comprobado que los sanitarios, particularmente los médicos, retrasan la petición de ayuda.

Y ahora a los sanitarios madrileños, en la comunidad en la que ha fallecido más gente de Covid con test confirmado, más de 12.000 personas, les ha caído encima, además de la Covid y su gestión, Filomena y la avalancha de fracturas fruto de nuestra gigantesca ignorancia invernal, la de los responsables políticos y la de todos los demás. No he podido dejar de pensar en ellos estos días, en quienes estaban en urgencias doblando y triplicando turnos poniendo escayolas con mascarillas, y eso lo pensaba antes de conocer la alarmante noticia de que están, con razón, perdiendo la cabeza.

Sapiens, de Animales a dioses, de Yuval Noah Harari, dice que en 2002, un año después de que derribaran las torres gemelas, de los 57 millones de muertos que hubo en el mundo, solo 172.000 murieron en una guerra y 569.000 por crímenes violentos. En total, hubo 741.000 víctimas de la violencia humana. Ese mismo año 873.000 personas se suicidaron.

Mal de muchos, consuelo de tontos. ¿Será que la mayoría somos idiotas? Para eso no tengo respuesta, lo que sí afirmo es que la conclusión más concluyente de todo esto es que no nos ocupamos de lo que deberíamos. Nuestros esfuerzos y nuestras estrategias no están dedicadas a lo que de verdad importa. ¿Cuántos recursos dedicamos a la lucha contra el terrorismo y la violencia cuando somos más víctimas del sistema que de los que lo atacan? Pensémoslo la próxima vez que vayamos al médico y nos acordemos de que tenemos una probabilidad del 50% de que ese señor o señora, en cuyas manos ponemos nuestra vida, no esté bien de la cabeza porque el sistema se la ha arruinado y no hemos hecho nada al respecto porque estábamos preocupados por cuánto dinero se gasta la Casa Real.

Señoras y señores, elijamos bien las batallas y ganémoslas.

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