Solución Salina

Salvemos el pequeño comercio

Los ultramarinos, un símbolo del pequeño comercio. EFE

 

El pequeño comercio es mucho más que una tienda: confluencia vecinal, gabinete de psicología, confesionario laico, radio macuto, pozo de lágrimas y huerta de sonrisas, tejedor de comunidad, regadío contra la desertización y fragua de amistades. El pequeño comercio también es una universidad de la vida, aunque mi madre siempre ha dicho que le gustaría haber podido estudiar para luego despachar con un título bajo el brazo. Hubo una época en la que el pequeño comercio, sacrificado e infatigable, atendía sin mirar el reloj, porque alguien siempre llamaba al timbre de casa el día de Reyes tras olvidarse de comprarle un detalle al sobrino. Los festivos eran sagrados, pero uno bajaba las escaleras en bata para atender al despistado, pues a un niño no se le niega un Dalsy ni un regalo. Cuando se entendió que había que descansar, llegó la liberalización de los horarios y el éxodo a los centros comerciales de extrarradio, que le vendieron a la gente que el ocio era sinónimo de consumo en sus días de asueto. Sin el pequeño comercio se desalman el centro y los barrios de nuestros pueblos y ciudades, un walking dead espoleado por la venta electrónica, donde nadie te pregunta cómo va la reforma del piso, si la niña ha empezado a hablar o qué tal está tu padre. El pequeño comercio ha estrechado relaciones y convertido clientes en amigos, acompañando a los suyos en bodas y entierros. Quienes nos criamos detrás de un mostrador o de una barra aprendimos cómo era la vida, porque cada tienda y cada bar encierran un mundo: nuestra pequeña Arca de Noé, donde conocimos las virtudes y los defectos de la especie humana —pocos, pues el cliente siempre tiene la razón—. Cuando alguien franqueaba la puerta, no solo realizaba una compra o se tomaba un vino, sino que entraba para que lo escuchasen: la gente quiere hablar y el pequeño comercio siempre le ha abierto sus oídos. Aquellas confidencias nos hicieron crecer como personas y aquellas ventas nos permitieron formarnos como profesionales. Yo no estaría escribiendo esto si no fuese gracias a vosotros, clientes y amigos, aunque debería hacerlo en presente y no en pasado. Porque todavía estamos a tiempo: salvemos el pequeño comercio. Su peligro de extinción es nuestra bancarrota humana.

@solucionsalina

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