Posibilidad de un nido

La sensata desobediencia de las madres

Una mujer con el gesto del feminismo este viernes en Bilbao durante una manifestación del 8M.- EFE
Una mujer con el gesto del feminismo este viernes en Bilbao durante una manifestación del 8M.- EFE

Es recomendable enunciar de forma simple los asuntos simples. Ya luego llegan las leyes, las costumbres y las violencias para enturbiarlas. Pero vayamos a lo básico, a lo que, en principio y en esta sociedad, debería ser irrefutable:

El padre de tu hija abusa sexualmente de ella. O pongamos que la "agrede" y que cada uno, cada una elija la modalidad de agresión que más le duela.

Tú, madre, lo denuncias.

Las cosas de juzgados no son rápidas y en estos casos además arrastran barro, así que alguien con el poder necesario ordena que la cría siga encontrándose con el padre.

¿Qué haces? ¿Obedeces? ¿Te desplazas hasta el lugar donde habita el agresor y, acatando una orden, dejas ahí a tu hija?

Ya, parece el arranque de un asunto de feminazismo básico. Así que vamos a darle la vuelta:

La madre de tu hijo abusa sexualmente de él. O pongamos que le "agrede" y que cada uno, cada una elija la modalidad de agresión que más le duela.

Tú, padre, lo denuncias.

Las cosas de juzgados no son rápidas y en estos casos además arrastran barro, así que alguien con el poder necesario ordena que el crío siga encontrándose con la madre.

¿Qué haces? ¿Obedeces? ¿Te desplazas hasta el lugar donde habita la agresora y, acatando una orden, dejas ahí a tu hijo?

Hija, hijo, madre, padre, familiar, profesor, cura, entrenador, monja... Baraje usted los personajes y volvamos al principio. Pero para alejarlo un paso más de la siniestra banalización de las agresiones machistas, permitámonos un ejemplo paralelo aunque no equiparable (evito extenderme en este punto): usted, caballero, se entera o tiene serias sospechas con sus correspondientes evidencias de que el entrenador de baloncesto de su hijo pequeño lo penetra analmente en los vestuarios.

De ninguna manera le cabría en la cabeza la posibilidad de que el niño volviera a tener contacto alguno con dicho entrenador, más allá del ejercicio de furia que decidiera usted emprender contra el tipo, extremo este sobre el que tampoco ahondaré so riesgo de ser acusada de incitación a la violencia.

Ah, pero llegado el caso a un juzgado, sucede que a usted se le obliga a dejar a su niño de nuevo en manos de aquel hombre. ¿Qué hace? ¿Obedece? ¿Se desplaza hasta el lugar donde ejerce el agresor y, acatando una orden, le entrega a su hijo? Qué idiotez, ¿no? En qué cabeza cabe tal desatino. Usted, padre responsable, no solo desobedecería la orden judicial sino que incluso cabe la posibilidad de que le partiera al juez la cabeza contra el asfalto. Vaya, por ponerme un poco salvaje.

Leía este tremendo artículo de Marisa Kohan sobre todas las mujeres a las que, tras denunciar la violencia machista o sexual contra sus hijas o hijos, les han obligado a entregárselos al abusador o incluso les han retirado a ellas la custodia, lo leía y pensaba en lo necesario que es relatar de forma simple algo tan simple: Si mi pareja o ex pareja abusa sexualmente de mi criatura o la agrede de cualquier otra forma, antes de que yo obedezca la orden de entregársela, el juez tendrá que cortarme las manos y los pies. Y eso si me encuentra.

Pero dicha sensatez está empañada de basura hasta tal punto que lo llaman secuestro. De ahí que haya necesitado pensar en un padre, en un entrenador, en un niño, en esas cosas, para que se entienda que ningún progenitor o progenitora en su sano juicio, por mucho que se lo ordene un juez o el Papa de Roma, debería entregar a su criatura al adulto que la tortura. O sea, debería desobedecer tal orden.

Es bastante evidente, ¿no?

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