Otras miradas

Camaradas, la lucha sigue

Noelia Adánez

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología y escritora

Integrantes del Movimiento 15-M durante la manifestación.- EFE
Integrantes del Movimiento 15-M durante la manifestación.- EFE

La apabullante victoria electoral de la derecha en Madrid y la salida de la política del hasta hace poco líder de Podemos, han coincidido con los diez años del 15M. Esto le pone las cosas muy fáciles a quienes queriendo contribuir a la hegemonía cultural de la derecha, tienen interés en dar por desaparecidos a los movimientos sociales y los partidos políticos orientados hacia la justicia social.

La década de los veinte del siglo en curso viene cargada de complicaciones para una izquierda que no solo no logra generar y sostener en el tiempo la energía que requiere lograr buenos resultados electorales, sino que parece lejos de poder cambiar el paradigma que lleva aparejado el actual sistema económico, basado en el individualismo y la competencia desigual, la depredación medioambiental y el capitalismo comunicativo (la palabra importa por el interés que atrae, no por su sentido ni por su significado; la verdad no guarda ninguna relación con ella). La tarea es inmensa y exige compromiso. Al menos así lo vivimos quienes tenemos conciencia política, ya saben, esa cosa incómoda que mezcla disconformidad y pulsión de cambio con cierta ausencia de pragmatismo.

La izquierda, ahora más que nunca, necesita "actuar" pragmáticamente, necesita ser sostenible, conseguir lo máximo con lo mínimo, porque los recursos son pocos, las energías están mermadas y las diferencias internas (además de ser un absoluto coñazo) generan enemistades infructuosas y alianzas extravagantes.

Sobre alianzas. Precisamente la teórica política norteamericana Jodi Dean hace en su último libro* una propuesta muy interesante e imaginativa para recuperar el uso del concepto "camarada" partiendo de una crítica al de "aliado", tan de moda en los últimos tiempos. Recojo aquí sus planteamientos y aclaro, ni su libro es dogmático ni mi lectura lo pretende. Se trata de imaginarse haciendo cosas por pura salud mental en un momento en el que a todas nos cuesta pensarnos políticamente con ilusión y alegría.

Cuenta Jodi Dean que lo que define a los aliados es su posición de privilegio y su deseo empático de hacer algo en favor de los oprimidos. Ser aliados requiere de un tiempo y un esfuerzo invertidos no en confrontar con el estado o con los poderes económicos, sino en una suerte de pelea con uno mismo en la que se persigue no tanto la transformación de la subjetividad propia y eventualmente el cambio social, cuanto el cumplimiento de unos protocolos de actuación que funcionan como apaciguadores de la conciencia.

Se dan consejos sobre cómo ser buenos aliados porque de entrada siempre vamos a ser malos aliados de aquellas cuyas causas están vinculadas a experiencias que no nos atraviesan. En este sentido, el concepto de aliado presupone el carácter inexpugnable de una identidad a la que no todo el mundo tiene acceso. En el fondo, quien es un aliado lo es porque nunca será "uno de nosotros".

Las alianzas no construyen sentimientos de pertenencia política, antes al contrario, que en la izquierda apelemos a las alianzas es un síntoma de que el capitalismo comienza a reemplazar la política con técnicas de autoayuda y a penetrar en nuestros espacios, lo que quiere decir que su hegemonía es tan brutal que la estamos interiorizando.

Hay quienes piensan que ser aliados de quienes sufren opresiones les hace "mejores personas", asumiendo de esa manera que la transformación personal es solo un conjunto protocolizado de cambios actitudinales. Y, lo que es más grave, detrás de todo esto hay una noción muy negativa de la política como posesión (soy políticamente lo que "me puedo permitir ser") y una naturalización de esferas de opresión y privilegio (como me sé un privilegiado me alío con los oprimidos, en lugar de renunciar a mis privilegios).

Como alternativa a la noción de aliado Jodi Dean propone la utilización del concepto camarada que remite, originalmente, a una relación entre individuos que comparten cosas en un mismo espacio. Compartir un espacio genera un sentimiento y una expectativa de solidaridad que diferencia a quienes están en un lado (el lugar compartido) de los que están en otro. La camaradería, en suma, describe un tipo de vínculo instrumental entre quienes tienen un propósito común. En este sentido, el concepto funciona en tres direcciones distintas, como una apelación, como transportador de expectativas y como expresión de un sentimiento de pertenencia. Al llamarnos camaradas o, si ustedes lo prefieren, compañeras, nos sabemos parte de algo transversal a nuestras identidades respectivas, de un proyecto que persigue un fin concreto, partidario, en torno al que generamos una sensación de pertenencia.

Cualquiera puede ser un camarada o compañero. Cualquiera. Recordemos la magnífica escena del film de Ernst Lubitsch Ninotchka del año 1939, en la que tres funcionarios soviéticos deben encontrarse con un superior en la estación del tren. Hasta en dos ocasiones confunden a los pasajeros con el camarada cuya llegada esperan. En el paroxismo del equívoco casi abordan a un nazi que se descubre como tal al grito de "heil Hitler" al cruzarse con un afín. Hasta que Greta Garbo, ¡una mujer!, se identifica, inesperadamente, como la camarada.

Y es que la camaradería atraviesa identidades, géneros y estatus. La camaradería va de lucha, de objetivos comunes, de la disciplina que impone el trabajo de la política y del sentido de responsabilidad. Lo que importa en la camaradería no es el carácter único y personal de las experiencias individuales, sino la utilidad de las mismas para el proyecto común. Recuerden: pragmatismo.

Dean es muy asertiva cuando afirma que la camaradería no es personal, sino política y, sin embargo, todas sabemos que el absorbente trabajo de la lucha política crea sus propios vínculos e intimidades, sus conflictos y hasta sus rupturas. Podemos es un ejemplo de esto. Tampoco hace falta profundizar, que no toca. Al respecto solo quiero decir: cuidados.

Hoy toca que nos pensemos en clave de camaradería, de compañerismo político y que recordemos, como dice Alfons Cervera, que "no hay nostalgia respetable". Así que, camaradas, la lucha sigue.

 

* Jodi Dean, Comrade. An Essay on Political Belonging, Verso, 2019

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