Otras miradas

Mascarillas para feas

Andrea Fdez. Benéitez

Diputada del PSOE en el Congreso de los Diputados

Mascarillas para feas
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Hace unos días leía en un diario de tirada nacional la polémica columna de Antonio Burgos en la que daba una ilustrada opinión acerca de lo ventajosas que eran las mascarillas para las chicas y señoras -importante distinción- que no gozan de una gran belleza física. Evidentemente, se trata de una opinión grosera, innecesaria y que da buena cuenta del escaso intelecto de quien escribía. Sin embargo, me sentí también interpelada por sus palabras. Pensé en lo descansado que hubiera sido vivir sin las innumerables ocasiones en las que me he visto tenida en cuenta por mi físico.

De repente, me descubrí explorando entre mis recuerdos todas esas ocasiones en las que los comentarios de otras personas han ahondado en mis inseguridades y en mis complejos. Recuerdo lo pequeña que me hacía sentir en mi adolescencia carecer de curvas, de un cuerpo de mujer que me validara ante la mirada de los demás. Después el miedo a envejecer, a dejar de ser deseable a ojos de los demás. Pienso en todas esas ocasiones en las que me he roto por no ser suficiente, por no estar más cerca de la perfección que me gustaría; en definitiva, todas esas veces que he buscado -de forma aprendida- ser amada por la forma de mí carne.

También tengo en mente una abultada lista de situaciones en las que lo que parecía un halago cortés o entusiasta se acabó convirtiendo en una mano en la parte baja de la espalda que me helaba el alma. Cuántas veces he sentido que el deseo egoísta de otros me invadía sin yo quererlo. Cuántas veces siendo eso, carne.

Pero, ¿por qué esto ha sido tan importante como para atravesar y condicionar mi vida y la de tantas otras? ¿Cómo puede ser que se nos haya instalado esta forma de fascismo que pone la vigilancia en los mismos ojos de una? Si soy honesta, ¿Cómo puede ser que aún hoy, después de mucho feminismo, viva todavía miradas, situaciones y comentarios que me atenacen? Y, a partir de mi experiencia me pregunto, ¿Cómo puede ser que ideas como las de Antonio Burgos sean aún hoy opinión publicada? Supongo que siguen siendo dos caras de una misma moneda.

He de confesar que cuando terminé de leer la opinión de este afamado escritor no me faltaron ganas de responderle en su mismo registro. Deseé escribir hablando sobre su cuerpo o sobre su rostro. Sin embargo, no es eso lo que creo que nos pueda servir. Tampoco creo que él haya redactado eso desde la autoestima que le otorga ser un hombre adulto en un sistema patriarcal. Es más, estoy segura de que esas reflexiones están cargadas de pequeñez, inseguridad y vulnerabilidad.

En cualquier caso, existe un trasfondo, un contexto, que tiene que ver con el poder. Evidentemente, esta serie de asertos periódicos que uno u otro columnista nos dedican a las mujeres de vez en cuando suenan para la mayoría a grosería pero se producen porque siguen recogiendo parte de los marcos ideológicos que rigen nuestra sociedad. Las mujeres seguimos siendo rehenes de nuestra imagen  y, al final, este tipo de textos no son más que la dispensa lógica del lugar que aún hoy se nos reserva: ser guapas, discretas y estar disponibles. Lo contrario nos somete a este tipo de violencia que algunos plasman en periódicos pero que resuenan en las bromas o comentarios en muchos corrillos, chats y conversaciones privadas. Bestialidades como esta son la bufonada que vela una verdad: para las mujeres lo contrario a la belleza sigue siendo, en gran medida, la violencia.

Al principio de este texto he hablado de mí porque también me he dado cuenta de que gracias al feminismo he conseguido prescindir en gran medida de todas estas lógicas machistas que nos asedian en forma de pinturas, tallas, pelos y un largo etcétera. Sin embargo, hace unos días tuve la oportunidad de conversar con una niña de nueve años, listísima, que, pese a ser brillante en todo lo que decía, se mostraba extremadamente preocupada por su cuerpo y el de sus compañeras de clase. Me habló de pechos, peso y altura como algo importante. Sentí que el bienestar personal que he sido capaz de alcanzar poco importaba si las niñas de hoy en día siguen sometidas a esta espiral de violencia contra las mujeres. Por eso, también me veo interpelada por las bravuconadas de sesudos eruditos como este. Nadie podrá recomponer todo eso que, desde niña, fui viendo roto en mí y en tantas como yo. No nos podemos permitir que esa violencia recale también en las nuevas generaciones de mujeres.

No le prestaría ninguna atención a mediocridades como esta si no fuera porque representa la prescripción de una violencia que condiciona nuestra vida, que lo sigue haciendo en el caso de las niñas y que, en último término, tiene consecuencias terribles para las mujeres.

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