Otras miradas

El peligroso efecto Bukele 

César G. Calero 

El peligroso efecto Bukele 
El presidente de El Salvador Nayib Bukele en una foto tomada el pasado 1 de junio.- AFP

Nayib Bukele era casi un desconocido en América Latina hasta hace dos años, cuando ganó las elecciones presidenciales en El Salvador con la audacia de los outsiders, dejando en la cuneta a los dos partidos tradicionales: la derechista ARENA y el izquierdista FMLN. A punto de cumplir 40 años, este antiguo publicista y ex director de una distribuidora de motocicletas, acapara hoy un poder casi absoluto. Ha desbaratado la Corte Suprema y su partido (Nuevas Ideas) controla cómodamente el Congreso. Sigue a rajatabla el manual del populista 3.0, con una presencia continua en las redes sociales y el látigo siempre a punto para atizar a la prensa crítica. Pese a su deriva autoritaria, su discurso anticorrupción le ha granjeado una altísima popularidad. Acaba de adoptar el bitcoin como moneda de pago en un país regado de pobres. Nada parece frenarlo. Pero, ¿quién es Bukele? ¿El azote de los corruptos o un encantador cibernético de serpientes?

Su carrera política ha sido meteórica. Primero fue regidor de un pequeño municipio. En 2015 llegó a la alcaldía de San Salvador de la mano del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Bukele quería volar alto y enseguida chocó con los dirigentes de la antigua guerrilla. Fue expulsado del partido en 2017 por discrepancias internas. A partir de entonces, perfilaría su propio proyecto político presentándose ante la sociedad como el hombre que acabaría con la corrupción y la inseguridad, los dos tumores malignos de El Salvador. No llegó a tiempo para presentarse a las elecciones de 2019 al frente de su propio partido y buscó la muleta de alguna plataforma política ya establecida. Sondeó a su izquierda, no tuvo suerte y entonces miró a su derecha. Es lo bueno de no tener principios.

Le debió de gustar el acrónimo del partido que finalmente utilizó como lanzadera electoral: GANA. La Gran Alianza por la Unidad Nacional era todo lo contrario a lo que su nombre sugería. Se trataba de un partido minoritario, una escisión de ARENA (Alianza Republicana Nacionalista), el partido fundado por Roberto d’Aubuisson, acusado de ser el autor intelectual del asesinato de monseñor Romero en 1980. Bukele no tuvo reparos en encabezar la lista de un partido, GANA, por el que había pasado el ex presidente Elías Antonio Saca (2004-2009), condenado por corrupción. Esa falta de escrúpulos, que tan bien define a los populismos de derecha, fue premiada en las urnas. Bukele obtuvo el 53% de los votos. Su estilo desenfadado y sus promesas de regeneración democrática cautivaron a los salvadoreños, hartos de una corrupción enquistada en las altas esferas del poder desde el fin de la guerra civil (1980-1992).

Una de las primeras muestras del estilo Bukele se escenificó en febrero de 2020, cuando el mandatario irrumpió en el Congreso escoltado por militares y policías armados para exigir la financiación de su plan de seguridad contra las pandillas del crimen organizado. Apeló a un artículo de la Constitución salvadoreña para llamar a la insurrección popular si los diputados de la oposición, que habían boicoteado la sesión con su ausencia, no acudían al Parlamento a votar su propuesta. Afuera, una multitud coreaba la consigna de su líder: "¡Insurrección, insurrección!".

Ese plan de seguridad había logrado reducir la alta tasa de homicidios en el país. El diario digital El Faro, referente del periodismo de investigación en Centroamérica, reveló en septiembre de 2020 que Bukele llevaba más de un año negociando con los líderes de la sanguinaria mara Salvatrucha (MS-13) sobre la reducción de homicidios y la concesión de beneficios penitenciarios. No era la primera vez que un gobierno se reunía en secreto con los pandilleros, responsables de cientos de muertes en El Salvador. En 2012 ya lo había intentado Mauricio Funes, del FMLN. Los asesinatos fueron a menos durante dos años pero cuando el proceso de negociaciones encalló, volvió la furia. En 2015 se batió el récord de homicidios. En cualquier caso, a Bukele no le hizo gracia la exclusiva periodística y anunció una investigación contra el diario por un supuesto caso de blanqueo de capitales.

El Faro no se arredra. Fue el primer medio digital fundado en América Latina. Sus reporteros han sufrido las amenazas de las poderosas pandillas y el acoso de las autoridades. A principios de junio desvelaron el "gobierno paralelo" de Bukele, un gabinete de asesores pertenecientes a la oposición venezolana que según la investigación, "sirven como enlace entre el clan familiar Bukele, el gobierno y el partido Nuevas Ideas".

Los escándalos no han quebrado la luna de miel que vive Bukele con gran parte de la ciudadanía. Con su gorra de visera calada hacia atrás, gafas oscuras y  vaqueros, se asemeja más a un rapero que a un líder político. Las redes sociales lo acercan a la generación millennial. Es para muchos el nuevo mesías centroamericano capaz de traer prosperidad y paz. Las elecciones legislativas celebradas en febrero certificaron esa feliz comunión. Nuevas Ideas obtuvo el 66% de los votos y junto a su socio GANA (5%) es dueño del Congreso con una mayoría cualificada (61 de los 84 diputados). ARENA (12%) y el FMLN (7%) son ahora residuales. Con ese abrumador respaldo legislativo, Bukele ha logrado destituir a cinco magistrados de la Sala Constitucional de la Corte Suprema y al fiscal general del Estado bajo las acusaciones de fraude a la Constitución, intromisión en las funciones del Ejecutivo y falta de independencia.

Las críticas internacionales por las arbitrariedades de Bukele van in crescendo. Naciones Unidas, Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Reporteros sin Fronteras... Pero el joven mandatario sigue a lo suyo. Acusa a la prensa de mentir, anuncia decretos por Twitter y toma decisiones controvertidas en un abrir y cerrar de ojos. Su última apuesta ha sido la aprobación de una ley para adoptar el bitcoin como moneda de curso legal en uno de los países más pobres de América Latina. Asegura que generará empleo y atraerá inversiones extranjeras, pero sus detractores le recuerdan la alta volatilidad de la criptomoneda y el riesgo de que El Salvador se convierta en un paraíso para el lavado de dinero.

Mientras la platea aplauda, el encantador de serpientes seguirá con su espectáculo. El fenómeno Bukele ha revolucionado el tablero político de El Salvador y su efecto podría irradiar a otros países de la región, en un momento en que la crisis derivada de la pandemia ha agudizado las desigualdades y ha alimentado el desapego hacia la clase política tradicional. Centroamérica no se merece más vendedores de motos.

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