Dominio público

Afganistán y el fin de la era de los imperialismos (y II)

Augusto Zamora R.

Autor de ‘Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos’ (3° edición, 2018), ‘Réquiem polifónico por Occidente’ y de ‘Malditos libertadores’.

Un marine estadounidense acompaña a un menor junto a su familia para su evacuación, en el aeropuerto de Kabul (Afganistán). REUTERS
Un marine estadounidense acompaña a un menor junto a su familia para su evacuación, en el aeropuerto de Kabul (Afganistán). REUTERS

Ahora veamos Afganistán desde esa perspectiva. Según declarara el presidente George Bush Jr., la invasión del país centroasiático era parte de la "guerra mundial contra el terrorismo". Si, efectivamente, así hubiera sido, la operación militar debía haber concluido en 2002 o, a lo sumo, en 2003, pues el régimen talibán se desmoronó en semanas y un año después estaba establecida una nueva administración bajo la égida de EEUU. Como sabemos, ocurrió lo contrario. Pese al derrumbe total de los talibanes, los occidentales no sólo no retiraron sus tropas, sino que las aumentaron y reforzaron con mercenarios (llamados eufemísticamente "contratistas") hasta alcanzar casi 200.000 efectivos armados. Más revelador aún, EEUU aprovechó la guerra para abrir bases militares en dos países ex soviéticos, Uzbekistán y Kirguizistán.

No era, realmente, una guerra contra el terrorismo. La guerra contra el terrorismo era el pretexto de EEUU para hacerse con el control de Afganistán y, desde este estratégico país, proyectar su poder militar y político en Asia Central. El objetivo real era extender su influencia sobre las ex repúblicas soviéticas y, lo principal, expulsar y sustituir a Rusia, establecerse en la retaguardia de China y hacer una pinza contra Irán desde Iraq y Afganistán (podríamos extendernos en el tema, pero esto es un artículo; remitimos al libro de geopolítica). Ya en julio de 1997, el secretario de Estado, Strobe Talbott, había expresado que Asia Central era "trágicamente vital" para EEUU. Zbigniew Brzezinski, por esos años, afirmaba que había que debilitar a Rusia en esa región, fortalecer a los nuevos Estados y poner sus recursos a disposición y explotación de empresas estadounidenses. En 1998, Brzezinski publicó una obra con gran éxito y repercusión en EEUU y Europa: El gran tablero mundial: La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, donde planteaba la necesidad de EEUU de dominar Eurasia para dominar el mundo.

Vista la derrota atlantista en Afganistán desde esa perspectiva, se entenderá mejor el dolor de llanto y el crujir de dientes en los coaligados de EEUU y en EEUU. La derrota en Afganistán es más, mucho más que una derrota militar: es el fin del sueño del mundo unipolar; es la derrota de las políticas imperialistas puestas en marcha en la agresión inicial contra Yugoslavia en 1999. Pero, sobre todo, significa la expulsión de EEUU y la OTAN de Asia Central, a donde tendrán casi imposible volver. Es la expulsión de Occidente del "corazón continental" del que hablaba Halford Mackinder. Del corazón de Eurasia y, siendo Eurasia "el campo de juego más importante del planeta", como afirmara Brzezinski, su expulsión del corazón del mundo. Tony Blair ha criticado duramente la decisión de Joe Biden, afirmando que esa decisión de retirarse de Afganistán "no fue impulsada por una gran estrategia sino por la política".

El futuro del "corazón continental" quedará -pese a quien pese y aunque lleve su tiempo recomponer Afganistán y hallar acomodo con los talibanes-, quedará, vale repetir, en manos de los tres mayores beneficiarios del colapso atlantista: Rusia, China e Irán (y Pakistán, pero este país es subsidiario de China y no hará nada que perturbe a Beijing). Los talibanes, al menos un sector relevante de su dirigencia, saben que necesitan una relación adecuada con estos tres países si aspiran a establecer un gobierno y un sistema viable y duradero. Saben que una coalición internacional poderosa los puede volver a echar del poder y saben que, sin recursos y fondos externos, el apoyo que hoy tienen entre los afganos (hartos, cansados, arruinados después de cuatro décadas de guerra) puede disiparse rápidamente. Eso explicaría sus esfuerzos de moderación, sus misiones públicas y secretas a Rusia, Irán y China y su empeño en mostrar un rostro diferente. La alternativa a esta política es un nuevo ciclo de guerras civiles y destrucción, lo que, hoy por hoy, y según lo que se sabe, no está en la agenda de los líderes talibanes.

Que los tiros iban por allí lo parece confirmar el jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, quien declaró ante la Comisión de Asuntos Exteriores europea: "Lo que no podemos hacer es permitir que los chinos y los rusos tomen control de la situación y sean patrocinadores de Kabul". Estos países, afirmó Borrell, "tendrán una nueva oportunidad de incrementar su influencia" en Afganistán. "No cerrarán sus embajadas, sino, al contrario, irán ampliando su presencia. Eso cambiará el equilibrio geopolítico". Lo que está por explicar es como los derrotados atlantistas detendrán a Rusia y China. En línea similar ha explotado Tony Blair en su página web: "Rusia, China e Irán verán y aprovecharán" (...) "¿Es lo que está sucediendo en Afganistán parte de un panorama que concierne a nuestros intereses estratégicos y los involucra profundamente?" (...) "Si lo definiéramos como un desafío estratégico, y lo viéramos en su totalidad y no como partes, nunca habríamos tomado la decisión de retirarnos de Afganistán".

Otro punto a aclarar es ¿por qué EEUU puso hasta ahora fin a su presencia militar si, en 2014, lo había hecho el grueso de las fuerzas de ocupación? La respuesta viene con música de tango. Pues que veinte años son, en política, muchísimos años y del mundo existente en 2001 al existente a partir de 2014 quedaba muy poco. El espectacular crecimiento económico, comercial y militar de China y la no menos notable recuperación de Rusia, amén del despegue económico y científico-técnico de Irán, habían cambiado radicalmente el panorama global y regional. Para EEUU, la zona más estratégica y vital había pasado de Europa a la región Indo-Pacífico y hacia allí han venido dirigiendo el grueso de sus esfuerzos desde, al menos, 2010, aunque el acelerón se da a partir del año 2015. A ello debe sumarse lo que ha sido, con mucha seguridad, el hecho más trascendental de la última década, que es la alianza ruso-china, que ha dado un golpe político dramático a Occidente (tema tratado en Réquiem polifónico por Occidente), cuestión que, en Europa, sólo ha sido entendida por Alemania (lo que explica, por ejemplo, el empecinamiento germano en la construcción del gasoducto Nord Stream II, pese a la oposición furibunda de EEUU y buena parte de la UE. En febrero pasado, el ministro de Exteriores alemán, Heiko Maas, llamó a no aislar a Rusia y a China, pues una política así "creará la mayor alianza militar" del mundo).

Por último, recordar que EEUU es, técnicamente, un país en bancarrota, cuyas finanzas públicas son sostenidas por el resto del mundo, merced a poseer la divisa por excelencia, el dólar. Según afirmó el primer ministro británico, Boris Johnson, hace escasos días, según recogiera el diario Le Monde, EEUU había estado gastando 300 millones de dólares al día en Afganistán. La Brown University publicó un estudio sobre el costo de la guerra y éste asciende a 2,26 billones de dólares. De esa astronómica cantidad, 800.000 millones fueron destinados a la actividad militar directa y 85.000 millones al esfumado ejército afgano. La deuda pública de EEUU ha superado, este 2021, el 102% del PIB, con perspectivas de llegar al 107%. La crisis financiera y comercial es tan grave que, hace unos años, un congresista declaró que, en la situación de EEUU, hacer la guerra contra China requeriría pedirle prestado dinero ¡a China!

El alud galáctico de comentarios, opiniones y lamentos sobre lo terrible que es el triunfo talibán y cuán triste es para la democracia y los derechos humanos y pobrecitas las afganas, está más próximos a una suerte de catarsis personal y de linimento colectivo que a un análisis pegado a tierra. La realidad es que estamos inmersos en el proceso de finalización de la hegemonía de Occidente y de ascenso de Asia, con China en el epicentro y Rusia como mole estratégica determinante. Si la UE quiere resistir y existir como actor internacional necesitará retomar el proyecto europeísta, marcar distancias con EEUU y rehacer sus relaciones con Rusia. Porque, en el mundo en transformación en que vivimos, la UE necesitará más de Rusia que Rusia de la UE. En Alemania ya lo están entendiendo. Cuanto antes lo entiendan los demás países menos traumático será.

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