El repartidor de periódicos

Periodistas o curas

Periodistas o curasDe todo el mundo es sabido que los comités y tribunales internacionales sobre derechos humanos no sirven prácticamente para nada. Son adornos navideños que solo aireamos los dos o tres días del año en los que nos viene mal invadir o asesinar o repatriar niños a la prostitución y el hambre. Pero coño. A pesar de su alevedad e intrascendencia, a mí me gusta enterarme de vez en cuando de lo que dictaminan estos entes medio mitológicos del orden mundial.

Por ejemplo, el lector de El Mundo aun no se ha enterado de que el Comité de Derechos Humanos de la ONU ha considerado la inhabilitación del juez Baltasar Garzón, por su instrucción del caso Gürtel, una "decisión arbitraria" de nuestro modélico Tribunal Supremo. Ni una sola línea al respecto. Los grandes periódicos de nuestra derecha mediática venden ya más silencios que noticias. Es la otra cara del bulo: la ocultación de la verdad.

Es graciosa esta práctica, pues ya nadie se informa únicamente por un periódico. El lector de estos libelos vociferantes o silentes, según convenga, ya conoce la noticia de la resolución de la ONU sobre Garzón por otras fuentes. Por mucho que el precio de la luz le haga consumir menos horas de radio y televisión. Sin embargo ahí queda ese silencio vociferándolo todo, y el muriente comprador de periódicos tiene que darse cuenta de estos asuntos.

Se imagina uno la reunión vespertina de directores, subdirectores, adjuntos a la dirección y redactores jefes ultimando las portadas.

--Lo de Garzón no lo damos.

--Eso no le interesa a nadie.

--Los gilipollas estos de la ONU qué cojones saben.

--Hay que proteger la marca España.

--Voy a llamar a Margarita Robles, que a Garzón lo tiene enfilado.

La revista alemana Cicero publicaba, en el día del silencio español sobre la garzonada, esta expresiva viñeta.

Periodistas o curas

Uno cree que la prensa española tradicional está cada vez más ocupada en desinformar que en informar. Dentro de poco no informarán de una nueva invasión de Afganistán, pero sacarán a toda plana un estudio presuntamente científico de una universidad israelí que concluye que la masturbación provoca ceguera. Quizá por eso cada vez se vendan menos periódicos. Pero esta mendacidad informativa nos afecta a todos. Porque mina la credibilidad de la profesión. De toda la profesión. Y os juro por estos ojitos que se comerá la tierra que en este país, por debajo de las jerarquías periodiqueras, malviven muchos periodistas fabulosos. Que no aceptan ir a tertulias porque saben de lo que saben, y no quieren hablar de nada más.

Los nuevos periódicos un poco decentes también nos vemos manchados por este desprestigio. Como cuando se dice, falsamente, que todos los políticos son iguales, se extiende que todos los periodistas también lo somos. Yo no soy ningún ejemplo de coherencia y honestidad, pero podría llenar un bidón de google solo con los nombres de los periodistas honestos que hoy conozco trabajando en cabeceras infames. Y en nuestras cabeceras nuevas (ni 15 años tiene Público, cual preadolescente) sufrimos también ese desprestigio inmerecido, que ni siquiera hemos tenido tiempo a trabajarnos.

Estos señores que nos silencian noticias como la garzonada y nos bombardean con bulos índicos (de Inda) sobre las financiaciones extraterrestres de Podemos nos hacen mucho daño también a nosotros. El periodismo se ha convertido en una religión y actuamos como curas: mañana sacaremos en portada que los niños vuelven a venir en cigüeña desde París. Que el Tribunal de Derechos Humanos de la ONU no es vinculante. Que Baltasar Garzón, si le bajas los pantalones, tiene un rabo verde y maquiavélico y diabólico y ardiente en el culo. Que los del Comité de Derechos Humanos de la ONU son una banda de rojos bolivarianos bolcheviques y violamonjas. Y todo así. Cuando los periodistas se convierten en curitas de homilía y verdad irrefutable y superchera, supongo que se acaba el periodismo. Y en esto estamos, camaradas. Creo yo, desde mi honda ignorancia.

PS: Por cierto, el juez Baltasar Garzón cerró el periódico Egin en 1998 por falsas acusaciones sobre su vinculación con ETA (desmentidas judicialmente 11 años después: casualidades cronológicas: el mismo tiempo que han tardado esos piernas de la ONU en denunciar la inhabilitación de Garzón). Egin nunca volvió a abrir. Fue un periódico destruido por una democracia. O sea, que Baltasar Garzón no es santo de mi devoción, pues no tengo devociones: soy periodista, no cura. Amén.

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