Punto de Fisión

Abascal, socialista y repostero

Abascal, socialista y repostero
El presidente de Vox, Santiago Abascal, asiste al acto en apoyo a las víctimas del terrorismo que su partido celebra este sábado en Arrasate. EFE/Javier Etxezarreta

Desde que perdieron la Segunda Guerra Mundial en la prórroga los nazis han tenido serios conflictos de identidad, salvo en España, donde los conoce todo el mundo. En Alemania, una vez concluida la contienda, los nazis se esfumaron de la noche a la mañana hasta que no quedó ni uno. El oficial nazi, de repente, era demócrata de toda la vida; el médico nazi, como por ensalmo, ya no tenía ningún problema con judíos, gitanos, eslavos y otras razas inferiores; el pianista nazi se ponía a tocar a Mendelssohn. Billy Wilder lo ejemplificó muy bien con aquel secretario de una compañía de Coca-cola que funcionaba a base de taconazos, aseguraba que se había pasado toda la guerra sin enterarse de nada, trabajando de conductor de metro, y cuando al fin descubrían que había pertenecido a la Gestapo se defendía diciendo que sólo era repostero. "Además" añadía para que no quedaran dudas, "era un malísimo repostero".

No mucho tiempo después, un grupo de sesudos historiadores se puso a investigar y descubría que los nazis nunca habían perpetrado un genocidio, mientras que otro grupo de sesudos investigadores escarbó aun más hondo y concluyó que los nazis, en realidad, eran socialistas. La denominación de origen del nacionalsocialismo venía a significar que Adolf, a pesar de su bigotito, sus alaridos y su saludo romano, ocultaba a un bolchevique exaltado al que se le había ido un poco la mano con el folklore y que invadió la URSS porque le estaba haciendo la competencia. Puestos a ver quién había matado más gente, si los comunistas o los nazis, empezaron a sacar listas donde le achacaban a Stalin, aparte de purgas, fusilamientos, asesinatos y hambrunas, todos los muertos del frente ruso más una epidemia de gripe. Un comunista rara vez se arrepiente de serlo pero el nazi, con un solo dedo de frente que tenga, acaba por repetir la interrogación del secretario de la Coca-cola: "¿Adolf? ¿Qué Adolf?"

Adolf, pobrecillo, era socialista sin saberlo. Con la de cosas terribles que escribió contra el marxismo, la degeneración racial y la igualdad de los seres humanos. Este problema de identidad básico lo ha heredado la inmensa mayoría de sus seguidores, quienes permanecen en el armario apestoso del nazismo, soltando proclamas contra negros, judíos, musulmanes y maricones, sin saber que hay un socialista pugnando por salir dentro de cada uno de ellos. Precisamente por eso, los gritos de la manifestación nazi del otro día en Chueca había que leerlos en clave invertida: cuando gritaban "¡Fuera maricas" lo que querían decir era "¡Viva la homosexualidad!"  cuando vociferaban "¡Fuera sidosos de nuestros barrios!" en realidad estaban diciendo: "¡Por favor, sodomizadnos con mucho amor y mucho cariño!"

Esta interpretación viene a darle la razón a la presidenta Ayuso, quien afirmó que en la Comunidad de Madrid la homofobia sólo existe en la cabeza de la izquierda y dio la casualidad de que al día siguiente la cabeza ocupaba medio barrio de Chueca. Abascal, que es un lince (ibérico), se olió la tostada en seguida, señaló que esos cuatro lunáticos gritando barbaridades no representan a ningún español y apuntó que la maniobra "apesta a cloaca socialista". Eso sí, resulta cuando menos extraño que los cuatro lunáticos homófobos de Chueca hayan excretado burradas muy parecidas a las que llevan años soltando Juan Ernesto Pflüger, Rocío Monasterio, Alicia Rubio, Francisco Serrano, Fernando Paz, Macarena Olona y otras lumbreras de Vox. A lo mejor Abascal padece sordera selectiva, a lo mejor tiene problemas de comprensión lectora, o a lo mejor, además de un malísimo repostero, es socialista sin saberlo. Como Adolf, fíjate tú.

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