Posos de anarquía

Vender lo local destruyéndolo

Vender lo local destruyéndolo
El presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno (PP), posa junto al vicepresidente y consejero de Turismo, Juan Marín (Cs), en Londres. - Junta de Andalucía

Hace unos días escribía sobre el personal sanitario de usar y tirar, ese al que hay Administraciones, como la Junta de Andalucía, que levantan un monumento de homenaje y, en el mismo día, despide a 8.000 profesionales. Lo desechable parece imponerse y así tratan algunos políticos a la ciudadanía: nos instrumentalizan, nos reclaman cuando vienen mal dadas, como sucedió con el cierre de fronteras y, cuando se mueve de nuevo el dinero, nos vuelven a expulsar de los barrios.

Vuelven las ferias internacionales de turismo y con ellas, el dispendio de las Administraciones Públicas autonómicas y locales. Es el caso de la World Travel Market (WTM) de Londres, con la que Comunidades Autónomas como la andaluza se vuelcan a la caza del turista británico. En una suerte de venta de las ciudades al mejor postor, los gobernantes pasean las bondades de un turismo que nos echa a quienes vivimos en ellas.

En ciudades como Málaga, sus habitantes redescubrieron el gusto de pasear por su ciudad durante 2020. Ya es agua pasada... como lo es la campaña de publicidad que articuló su Ayuntamiento durante la pandemia haciendo un llamamiento a hacer barrio. El objetivo era salvar al comercio local, cada vez menos local y más franquiciado, sin identidad. Abiertas de nuevo las fronteras y después de que el turismo nacional haya sido quien ha salvado la cuenta de resultados de la hostelería, nos vuelven a echar de nuestras ciudades.

Se sale a la caza del turismo extranjero vendiéndole la mayor densidad de museos por metro cuadrado y una oferta de sol y playa en la que la protección del negocio local queda excluida, en la que no se regulan los apartamentos turísticos de especuladores que expulsan a la periferia a quienes meses atrás se interpelaba por la radio, en la que no se ha innovado un ápice.

Una oferta turística cortoplacista, que se resume en el 'toma el dinero y corre' y que ni siquiera se plantea la protección de una pieza básica de esa industria turística: el trabajador/a. La pléyade de políticos que se pasean esta semana por Londres ¿creen que se ha planteado que la falta de personal cualificado en la hostelería el pasado verano se debe a la explotación que sufren? En absoluto porque, de hecho, no han movido un dedo para su protección: es preferible seguir explotando a nuevas víctimas, pese a descender la calidad del servicio, pero que la maquinaria no pare; si es necesario, se bajará el precio para el turista a costa del salario del trabajador.

Pasear por ciudades como Málaga ha vuelto a ser como moverse en un parque temático: genera rechazo entre quienes trabajamos todo el año para mantenerla en pie, quienes tributamos para que no se detenga, independientemente del flujo de turistas porque, a diferencia de ellos, no fallamos. Ver cómo siguen demoliendo edificios históricos para levantar hoteles cinco estrellas que difícilmente se puede permitir el español medio o cómo se expulsa a las pequeñas tiendas locales con alquileres de más de 3.000 euros mensuales hacen que la ciudad resulte cada vez más ajena.

Viajar al interior de la provincia alivia, pero también inquieta, porque este gusto por industrializar el turismo con cebos de tirolinas, puentes colgantes que rompen ecosistemas o senderos 'asfaltados ecológicamente' en lugar de disfrutar del monte silvestre hacen que uno sienta fluir capitalismo depredador desde las mismas raíces de los pinos y los castaños... o de los mangos y aguacates, que sumen a la región al borde del colapso hídrico mientras unos pocos se llenan los bolsillos.

No, no hemos salido mejor de esta pandemia: seguimos igual o peor, porque quienes nos gobiernan lo hacen sin contar con nosotras y nosotros, haciendo caja a corto plazo con dinero que no vemos, que no revierte en nuestro bienestar y que, poco antes de las elecciones, únicamente intuimos en un asfaltado de calle o un cambio de acerado que ya, ni respeta el arbolado local, plantando especies no autóctonas que trae nuevos perjuicios como especies invasoras. Así es esta venta envenenada de lo local, destruyéndolo.

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