Posos de anarquía

Del sueño a la pesadilla sandinista

Del sueño a la pesadilla sandinista
Manifestación de hace unos días en Costa Rica por la libertad de los presos políticos de Nicaragua. - Mayela López / Reuters

Se acaban de celebrar las elecciones en Nicaragua y tan reprobable es la defensa a ciegas que se realiza del autoritarismo de Daniel Ortega y Rosario Murillo como la referencia indiscutible de EEUU para deslegitimizar dichas elecciones. En ambos casos son suertes de fanatismos que además se retroalimentan, pues ni el primero es ejemplo de democracia y libertad, ni el segundo es quién para juzgar lo que ayuda a destruir.

Es doloroso ver cómo una parte de la izquierda no escarmienta, cómo continúa erigiendo elefantes blancos intocables, absolutamente impermeables a la crítica por considerar que ésta abre brechas por las que  penetrará el neocolonialismo, ese innegable imperialismo que ha llevado a cabo EEUU en Latinoamérica. Sucedió con Fidel Castro y Hugo Chávez, gobernantes cuyos liderazgos tuvieron muchos claros, pero también oscuros negados por esa izquierda. Unos oscuros que se han convertido en un escenario tenebroso a manos de sus indignos sucesores, como es el caso de Nicolás Maduro en Venezuela, al que se sigue blindando porque la alternativa opositora es de una calaña que tampoco depara nada bueno a la nación.

Defender el régimen de Ortega y hablar de elecciones libres en Nicaragua es hacer un flaco favor al país y a la población nicaragüense, que ha visto cómo su sueño sandinista, compartido con el propio Ortega en sus orígenes, se ha tornado en pesadilla. Tanto ha traicionado Ortega el espíritu del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que la utilización de sus mismas siglas le definen como en lo que realmente se ha convertido: un sátrapa que terminará enriqueciéndose a costa de su pueblo, algo no muy diferente de lo que hacen otros gobernantes legitimados por el rasero de Washington, pero que no por ello ha de hacernos perder la referencia de lo que está bien y lo que no.

Más allá del debate de lo que realmente aporta su oposición, mayoritariamente encarcelada o exiliada, lo cierto es que el tándem Ortega-Murillo dista mucho de un ejemplo de libertad y democracia, habiendo criminalizado a los medios de comunicación que quieren mostrar una realidad que, tras la salvaje represión y los crímenes gubernamentales cometidos en 2018, ha sumido al país en la pesadilla post-sandinista.

No vale luchar contra la injerencia estadounidense a costa, incluso, del propio pueblo. No es justificable en modo alguno defender un modelo que no se aplica a uno mismo o, por ser más precisos, mostrarse como ejemplo anticapitalista al tiempo que se amasa riqueza perpetuándose en el poder. Y esa misma oposición a la evidente atrocidad histórica que ha cometido EEUU en Latinoamérica -en realidad, en todo el mundo-, no puede servir de cheque en blanco para actuar de manera impune, como pretende esa parte de la izquierda que criticará este artículo tachándolo, en el mejor de los casos, de equidistante.

Y no, no lo es. No se trata de equidistancia, sino de dejar de impermeabilizar lo que, como la historia nos demuestra, termina volviéndose en nuestra contra. No es de ley, ya no digo disculpar, sino incluso negar crímenes, atropellos a libertades civiles que desangran a un país que un día fue ejemplo de la lucha, precisamente, por la libertad. Nicaragua merece otro destino, uno que no esté marcado ni por el corrompido Ortega ni por una oposición teledirigida desde Washington.

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