Tomar partido

Cuando Copenhague nos muestra el camino

Una pareja de ancianos deposita sus votos desde el coche para evitar el contagio de covid-19 durante las elecciones locales de Dinamarca. - Mads Claus Rasmussen / EFE / EPA
Una pareja de ancianos deposita sus votos desde el coche para evitar el contagio de covid-19 durante las elecciones locales de Dinamarca. - Mads Claus Rasmussen / EFE / EPA

El valor para marcharse, el miedo a llegar
Llueve en el canal
La corriente enseña el camino hacia el mar
Copenhague, Vetusta Morla

El 2015, que comenzó con la histórica victoria de Syriza en Grecia, parecía augurar vientos de cambio en Europa provenientes del sur. Una nueva izquierda radical florecía sobre las ruinas de la austeridad, engullendo buena parte del espacio social y electoral de una socialdemocracia menguante, que hacía tiempo que había mutado hacia el social-liberalismo. Las candidaturas del cambio conquistaban las principales capitales en el estado español, incluidas Madrid y Barcelona, y en Portugal la izquierda obtenía un magnífico resultado, obligando al partido socialista a un acuerdo de gobierno inédito desde la revolución de los claveles.

La derrota de la experiencia de gobierno de Syriza, con la imposición por parte de la troika del tercer memorándum, no solo truncó la primavera griega, sino que golpeó las aspiraciones del conjunto de la izquierda del continente que, desde entonces, no ha conseguido sobreponerse. Actualmente, vemos cómo en Portugal la experiencia de gobierno de la "geringonça" ha fracasado, y va camino de restablecer la primera mayoría absoluta socialista en el adelanto electoral del próximo enero. Mientras, en España, Unidas Podemos ha pasado de asaltar los cielos, disputando el sorpasso, a participar como socio minoritario en un gobierno social-liberal junto al PSOE.

Salvando el caso francés de las presidenciales del 2018, en donde la candidatura de Francia Insumisa alcanzó un buen resultado a pesar de no conseguir entrar en la segunda vuelta, el resto de fuerzas han obtenido pobres o malos resultados. En las elecciones europeas, las fuerzas de izquierdas quedamos relegadas a ser el último grupo del europarlamento. Todo ello con el telón de fondo del auge electoral del liberalismo verde, que alcanzó su mejor resultado en las mencionadas elecciones europeas y que ha logrado entrar en los gobiernos alemán y austriaco.

Daniel Bensaid decía que las revoluciones llegaban cuando nadie las esperaba o cuando nadie las estaba esperando ya. De esta forma intempestiva hemos visto cómo, en este 2021 pandémico, han emergido una serie de victorias municipales que tienen como común denominador un fuerte movimiento de base por el acceso a la vivienda y por un modelo de ciudad alternativo al dominado por el mercado.

Así, el pasado septiembre, el Partido Comunista (KPÖ), que no disponía de representación en el parlamento austriaco desde hacía décadas, conseguía ganar las elecciones de Graz, la segunda ciudad del país, con el 28,8% de los votos. Superando así a los conservadores (ÖVP), que se habían mantenido en la alcaldía desde hacía 18 años. La victoria comunista en Graz está basada en una fuerte implantación de base ligada al activismo antidesahucios, fundamentada en varios elementos. El KPÖ ha impulsado una línea telefónica de emergencia para inquilinos como primer punto de contacto para las personas que tenían problemas con sus caseros; un servicio de asesoramiento jurídico para las "víctimas de los especuladores"; los concejales comunistas tienen limitados los salarios, y donan dos tercios de los mismos a un fondo del partido, con el cual ayudan a personas desempleadas y desahuciadas; y han realizado campañas exitosas de recogida de firmas, como la que permitió convocar un referéndum contra el intento de privatización del parque de vivienda pública, que ganaron con un 97%. Una mezcla de activismo de largo aliento, coherencia política y personal de sus representantes y conquistas parciales mediante la movilización popular, han sido los ingredientes del éxito del KPÖ en Graz. Un modelo contracorriente que desmonta el mito de que todo es relato y discurso y de que no se pueden ganar elecciones con ciertos símbolos y nombres.


En el mismo mes de septiembre en el que se celebraba la victoria en Graz, se producía en Berlín una triple votación para las elecciones generales y municipales y para un referéndum, forzado desde el movimiento popular por una vivienda digna. Por un lado, las elecciones generales fueron un desastre para la izquierda, y Die Linke estuvo a punto de quedarse fuera del Bundestag, por primera vez, tras centrar su campaña en subordinarse a un gobierno con el SPD. En las municipales, se confirmaron la reedición del gobierno municipal rojo (socialistas 21,4%), verde (verdes 18,9%) y rojo (Die Linke 14%). Mientras, el referéndum berlinés fue un auténtico éxito y una verdadera demostración de fuerza del movimiento por la vivienda. Tan solo para poder realizar la votación, los organizadores tuvieron que recolectar 175.000 firmas válidas, escritas a mano y totalmente verificadas, demostrando que fue una movilización y autoorganización social en Alemania sin precedentes, en relación a los últimos años.

En la consulta participó más de un cuarto de los electores, el mínimo requerido para que la medida pasara al senado alemán, ganando el 'sí' con el 56,4% de los votos, frente al 'no', con un 39%. Una victoria que formalmente solo ha contado con el apoyo de Die Linke, mientras que el resto de la coalición de gobierno municipal o pidió el no, como los socialdemócratas, o mantuvieron una postura ambigua, como los verdes. Esta coyuntura otorga aun más valor a esta victoria, que propone confiscar nada menos que 200.000 viviendas de grandes tenedores para que pasen a ser propiedad pública.

El éxito del referéndum berlinés, al igual que el éxito de Graz, pone en valor la importancia de la organización, implantación y tejido social, a la vez que desmiente el mantra del gobernismo, que fía únicamente las conquistas sociales a la actividad institucional, reforzando las lógicas delegativas en detrimento de la organización social. Efectivamente, el referéndum berlinés, a pesar de no ser vinculante, genera un conflicto entre la institución y las demandas populares que amplia el espacio de lo posible.


Como última de las victorias municipalistas de este 2021, encontramos la de la Alianza Roji-Verde en Copenhague, que ha alcanzado el 24,6% de los votos, con una campaña centrada en el acceso a la vivienda digna como derecho y en la protección de espacios naturales de la ciudad como Amager Faelled. De esta forma, el partido socialdemócrata, aunque mantendrá la alcaldía en la capital danesa por la alianza con verdes y liberales, ha dejado de ser el partido más votado después de cien años de hegemonía. La Alianza Roji-Verde fue fundada en 1989 a partir de la confluencia de diferentes corrientes de la izquierda radical, manteniendo una representación constante en el parlamento danés desde 1994. Pero no ha sido hasta 2011 cuando se ha consolidado en un 6-7 % a nivel nacional.

Además de la victoria en Copenhague, la Alianza Roji-Verde ha conseguido ser la primera fuerza en la isla de Bornholm y segunda en Frederiksberg (ciudad del área metropolitana de Copenhague). A pesar de que en el conjunto del país han alcanzado el 7,3 %, estas elecciones municipales han sido una victoria en su conjunto, ya que mas allá de la capital, les han permitido conseguir representación en decenas de municipios donde nunca antes lo habían conseguido. Es importante destacar que estos resultados se han dado después de que la Alianza Roji-Verde facilitara un Gobierno en minoría de los socialdemócratas para desalojar a la derecha, pero rechazara igualmente entrar en el Ejecutivo, manteniéndose como la oposición de izquierdas tanto en la calle como en el Parlamento.

El resultado en Copenhague, sumado al referéndum de Berlín y a la conquista de la alcaldía de Graz en Austria, devuelve tímidamente un horizonte de victoria a la izquierda alternativa, al margen de la subalternización al social liberalismo. Una alternativa en la que la implantación social y territorial, la problematización del acceso a la vivienda y el cuestionamiento del modelo mercantilizado de ciudad aparecen como elementos clave para comprender estos éxitos electorales.


No deja de sorprender cómo desde la izquierda gastamos tantas energías en nombres o en mirar hacia arriba, cuando el problema y las soluciones los tenemos abajo. Desde luego, es más fácil buscar atajos de pirotecnia electoral que dedicarse a la lenta e impaciente reconstrucción del tejido social desde los conflictos concretos. Ahora que tanto se habla de nombres para un Frente Amplio, quizás nuestra preocupación debería de ser más la de levantar movimientos amplios anclados en el territorio, que den respuesta a las lógicas depredadoras del capital y que planteen una alternativa ecosocialista y feminista que ponga bajo control social la vivienda o la energía, por poner ejemplos clave.

Es decir, nuestra preocupación debe ser reconstruir el tejido y la movilización social, poner en valor la organización y las organizaciones, no como fines en sí mismos sino como instrumentos de transformación y apoyo mutuo. Recuerdo cómo Miguel Romero siempre decía que primero venían las victorias sociales, luego las políticas y, algunas veces, estas se convertían en victorias electorales. Llevamos demasiado tiempo sin victorias sociales. La huelga del metal en la bahía de Cádiz puede ser un buen comienzo. Quizás para este próximo año nos toque mirarnos más en el espejo de procesos de movilización popular como los de Berlín, o en victorias como las de Copenhague, que demuestran que sí se puede sorpassar al socialiberalismo, ensanchando los limites de lo posible.

 


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