Otras miradas

Rampova, lentejuelas y explosivos

Andrea Momoitio

Rampova, lentejuelas y explosivos
Portada de 'Kabaret Ploma 2. Socialicemos las lentejuelas'.- WordPress de Rampova

Kabaret Ploma 2. Socialicemos las lentejuelas es un libro repleto de disparos: pum, pum, pum, pum, pum, pum. Es inevitable que se te escapen algunas lágrimas y que te atropellen las risas ante el exquisito sentido del humor, la creatividad y las ocurrencias de Rampova. Es una artista de los pies a la cabeza. Es cabaret, es música y baile; ilustración, teatro, activismo. Rampova era también violaciones, cárceles, palizadas, amores y traiciones. "Un putón anarquista" que estuvo varios días en coma cuando era una cría. Tuvo que reaprender todo lo que ya sabía. Ingeniosa y caprichosa, tentó a su madre para que robara una muñeca de Mariquita Pérez en la casa en la que servía. El plan, trazado al detalle, fue todo un éxito. Pronto empezó a desplegar la pluma "como un pavo real" mientras su androginia cada vez era, según sus palabras, más "deseada por hombres generalmente casados o de escasas tendencias homoeróticas".

Ella misma relata de un tirón algunos de los episodios más relevantes de su vida en el libro que la editorial Imperdible  publicó poco antes de su muerte. Parece que está escrito de la misma manera: sin respirar. Es un libro que interpela e interpela. Por un lado, la propia escritura te señala y parece decirte: "Ey, ey, tú"; pero el contenido tampoco deja indiferente por su crudeza y crueldad. En una entrevista en El Salto, sin embargo, aseguraba que nunca tuvo problemas: "Si quitamos que me hayan metido en la cárcel, con la gente nunca tuve problemas. En la niñez sí me decían maricón, y yo ya respondía con toques cabareteras pero en el colegio yo tenía un montón de novios y nos veía todo el mundo, porque era todo huerta, pero no tuve ningún problema". Criada en una familia relativamente abierta, Rampova, cuando todavía era una criatura, pensaba en gobernar el país para que fuera Franco, y no su padre, quien tuviera que exiliarse.

En el libro se suceden las palizas, pero también los nombres propios de otras travestis con las que Rampova rasgó la noche valenciana primero y la madrileña después. Ploma 2 –un juego de palabras que alude a la pluma como al explosivo– era toda una institución desde que surge en 1980. El grupo de music hall surge con Rampova, Clara Bowie, Greta Guevara, Amador y Antonio Ruiz y poco después se convertiría en un cabaret. En 1982, en un periódico sin identificar ni fechar que está escaneado en el blog de homenaje al grupo, se aseguraba que el mundo de la noche valenciana crecía y se multiplicaba al amparo de una nueva permisividad. "Ploma 2 es una rara flor. Sus cuatro componentes son cuatro fieras, o cuatro artistas en estado salvaje. Han venido a remover el ambiente y las conciencias. No dejan títere con cabeza".

En Kabaret Ploma 2. Socialicemos las lentejuelas, Rampova reconoce que fueron un "caso aislado": "No solo ejercimos la teoría queer antes que los yanquis, sino que la llevamos a la praxis desmoñigándonos de risa con las que se autodenominan postmodernas porque difícilmente se puede pasar de Atapuerca a la Posmodernidad". Eran artistas, no activistas, pero difundieron, aquí y allá, su propuesta transformadora de liberación.

Rampova participa de otras acciones activistas. En sus memorias, recuerda la noche que salieron a hacer pintadas por la ciudad: "Queremos ser normales, queremos atacar las normas"; "Menos fallas y más follar"; "Arriba España. Más arriba. Más aún. Ahora suéltala". Ya en los años ochenta empieza a emitirse el  programa La Pinteta Rebel en  Radio Klara, un programa de "entrevistas, reseñas y teatro radiofónico pornográfico". Era habitual que recibiesen llamadas con insultos y amenazadas en la emisora.

La ley de Peligrosidad y Rehabilitación, que condenaba y criminalizaba conductas, favorecía que tanto las violencias que pudieran ejercer contra ellas sus familias, la policía o cualquier desconocido quedaran impunes. Entonces muchas travestis de Valencia –y me atrevo a decir que de otros muchos territorios del Estado español– tenían una relación fluida con el movimiento feminista. La ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social también les afectaba, claro. Tanto que es el mismísimo Rampova el autor de una de las imágenes más icónicas del movimiento feminista. Piro Subrat, en Viento Sur, asegura que "Rampova es la diseñadora de uno de los dibujos más utilizados por los diversos feminismos estatales a lo largo de los años: el que aparece una figura humana fusionada con el símbolo femenino levantando un puño. Sin embargo, este símbolo lo he visto utilizado por supuestas feministas que excluyen a las personas trans de sus espacios y que ejercen violencia tránsfobica dentro y fuera de las redes sociales, lo cual da que reflexionar sobre hasta qué punto las aportaciones que han realizado a nuestros movimientos personas como Rampova caen en semejante grado de invisibilidad".

No era una época fácil para las travestis. Tampoco es fácil ahora.

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