Punto de Fisión

Casado y la vaca de Aravaca

Pablo Casado, durante la visita a una explotación ganadera de extensivo en Las Navas del Marqúes (Ávila). Raúl Sanchidrián / EFE
Pablo Casado, durante la visita a una explotación ganadera de extensivo en Las Navas del Marqúes (Ávila). Raúl Sanchidrián / EFE

Las vacas son animales pacientes, lo demostraron una vez más el otro día, cuando Pablo Casado fue a darles la chapa con cámaras y micrófono a una finca de Las Navas del Marqués y las vacas siguieron ramoneando hierba como si aquella chapa en concreto no fuera con ellas. De vez en cuando, una de ellas levantaba la cabeza y se ponía a escuchar a Casado, luego volvía la testuz hacia la tierra y respondía a una compañera que le preguntaba entre mugidos: "¿Qué ha dicho?". "Nada. Lo de siempre".

En efecto, parecía mucho más interesante atender a las moscas que revoloteaban entre las bostas y a las que espantaban sin muchas ganas con una pincelada del rabo que seguir aguantando el parloteo de aquel espontáneo que se había lanzado al ruedo sin capote. De hecho, el personal humano responsable de la retransmisión -técnicos, allegados, público cautivo, periodistas, ganaderos- pronto comprendió que el bajorrelieve vacuno -la hierba, los árboles, las vacas y las moscas- era mucho más interesante que el protagonista, por no hablar del discurso prefabricado y pasteurizado de Casado quien, sin saberlo, le estaba dando la razón a Garzón al ponerse a hablar delante de una de las granjas familiares por las que aboga el ministro. Llega a despistarse un poco más Casado y se va a defender la ganadería intensiva a una misa por el alma de Franco.

Sin embargo, más allá de vacas, gallinas y ovejas, lo que se dirimía una vez más en esa bucólica rueda de prensa de Las Navas del Marqués es el eterno debate entre fondo y forma, un tópico que Casado resolvió hábilmente mediante la astucia de trasvasar el contenido al continente y poniéndose a posar delante de un rebaño de vacas. El fondo es la forma y viceversa. Ya habíamos visto al Casado rústico despuntando en diversas encarnaciones -subido a un tractor, ordeñando un viñedo, convenciendo a un pan, aleccionando a unos cerdos-, pero le faltaba empujar la performance rural a sus últimas consecuencias, llevándose al campo no sólo los micrófonos y las cámaras, sino también el gabinete, el equipo de gobierno, las ideas y los votantes.

Mucho reírse de sus másteres de la señorita Pepis, pero Casado, disfraz a disfraz y viñeta a viñeta, está actualizando las églogas de Garcilaso y aquel final alternativo del Quijote en el que Sancho le pedía a don Quijote que, en vez de morirse, se fuera con él a la orilla de un río a cuidar de unas cabras. Resulta que la nueva política, además de sembrar bulos y cosechar votos, consiste en revitalizar el género pastoril repoblando la España vaciada a base de mitines posmodernos. Siempre prestos a arroparlo, los asesores de Casado colocaron a su jefe en mitad de un medio rural y lo rodearon de ganado para corregir a McLuhan y decirle que la vaca es el mensaje.


Entre sus guerras internas con Ayuso, las externas con Sánchez y los westerns campestres contra Garzón, Casado apenas tiene tiempo de enterarse de lo que ocurre en su propio partido, ya sea la podredumbre endémica de Génova o las anchurosas mierdas de vaca sembradas a lo largo y lo ancho de la geografía española. Ayer le preguntaron sobre la investigación judicial abierta contra el PP en Salamanca y respondió que no tenía información. Deberían haberle preguntado a la vaca.

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