Pato confinado

El restaurante del futuro: viaje a una hipotética evolución de la gastronomía

El restaurante del futuro: viaje a una hipotética evolución de la gastronomía
Foto: Rawpixel.com - www.freepik.es

A veces, en los días de optimismo, me gusta soñar con el restaurante del futuro. Un lugar todavía insospechado, pero que podemos imaginar gracias a las variopintas predicciones que publican las ferias futuristas, como la celebrada recientemente en Las Vegas, el CES. También por los avances de las nuevas empresas de alimentos, o por el runrún de las tendencias gastronómicas.

Vente conmigo al futuro, entonces. Comeremos bien, supongo. Mi sueño está basado en oráculos ya publicados.

Antes de entrar en el hipotético restaurante, previendo mis pasos, mi pulsera electrónica (sí, llevo pulsera, soy retro hasta en el futuro), artilugio que se las da de coach nutricional, me recuerda que mi colesterol no está muy allá (tampoco el ácido úrico), y me ofrece una recomendación de los nutrientes que necesita mi cuerpo. Resalta en rojo los alimentos prohibidos. Justo a tiempo...

- Lo tendré en cuenta, doc.

El restaurante en cuestión se llama, cómo no, The Future. Lo primero que me sorprende del lugar es que no me recibe un robot. El ritual de bienvenida sigue siendo algo "muy humano". Ya se dieron cuenta de esto los que podemos considerar como los pioneros de la "robótica hostelera".

Empresas como Spyce, Creator, Zume y Eatsa, que prometían en los Estados Unidos la ‘Food Robolution’, con máquinas que substituían a los cocineros y todo automatizado, fracasaron allá por el 2020. ¿Demasiado pronto?

Tras décadas de frágiles homínidos peleando, en sus momentos de máximo estrés, contra los chatbots de inmisericordes compañías privadas y administraciones públicas, los restaurantes del futuro tienen claro que el "factor humano", al menos en parte, sigue siendo fundamental. Así que me recibe en la puerta un chaval joven, guapo, y risueño (sospecho de algún tratamiento genético anti-edad).

Le digo que he hecho una reserva en su plataforma del metaverso mediante mi asistente personal (suena genial, pero es una especie de Alexa personalizado, el mayordomo de los pobres). Él me responde: "Cool. Vamos pá allá..."

Según ya auguraba en 2019 el Foodservice Hub de AECOC (Asociación de Fabricantes y Distribuidores), el cliente busca en este futuro "una experiencia" en el restaurante, y no deja de ser intrigante que buscáramos lo mismo en el pasado.

Pedir la comida con realidad aumentada

Se escoge la comida de forma hiperrealista, viendo los platos de antemano gracias a la realidad aumentada (los japoneses ya habían inventado esto unos siglos antes, con esas maquetas de platos de plástico que ponían en los escaparates de sus tabernas).

Los muy pillos sueltan además por el hall unos aromas casi imperceptibles de pan recién hecho, y de vete tú a saber, estimulando así el apetito al afectar al sistema nervioso (con hambre la comida sabe mucho mejor, y este truco ya lo llamaban ‘marketing olfativo’ en el año 2018).

Tecnologías como la Inteligencia Artificial y o el Internet de las Cosas han ayudado a la hostelería a controlar sus desperdicios en neveras y almacenes ('zero-waste'). Incluso fabrican sus utensilios personalizados, gracias a las impresoras 3D.

La carta física del menú tradicional ha desaparecido por completo (la primera extinción llegó con aquella pandemia de la covid, ¿la recuerdan?). Ahora todo se muestra en tu pulsera, diadema electrónica, gafas o lentillas de realidad aumentada, en hologramas o, si eres uno de los primeros valientes, en el Neuralink que Elon Musk te ha incrustado en la cabeza (Musk, curiosamente, sigue igual de joven en este futuro que imagino y, tras haber llegado a Marte, y dejado allí a unos pobres infelices abandonados a su suerte, ahora está con lo de la luna Titán).

Yo de momento me niego al cacharro de Musk (soy casto en cuestiones neuronales) y, como vengo del pasado, pregunto por el código QR al robot camarero. Nada sabe del QR, claro está, pero me responde algo gracioso, infantil, inofensivo (los robots hablan así para no asustarnos), antes de explicarme amablemente cómo debo pedir.

La IA del restaurante conoce perfectamente tus gustos, ya sea por visitas previas, o por otros restaurantes a los que habrás ido (en el futuro te siguen robando los datos, vas desnudo por la vida, con una sonrisa bajo tu diadema electrónica).

La IA puede ofrecerte, "si lo deseas", un menú completamente adaptado a tu perfil dietético: el más apetitoso y saludable, según tus gustos y alergias. La gente del futuro es tan perezosa que suele decantarse por esta opción.

Así que, una vez te ha preguntado cortésmente si tienes mucha hambre (ya lo sabe), cuál es tu estado emocional (lo ha escaneado), e inspeccionado la respuesta de tu pulso cardíaco cuando observas las imágenes holográficas de los platos que flotan sobre la mesa (aplican técnicas de neurogastronomía), te sugiere, como si aún te quedara algo de libre albedrío: "¿Una hamburguesa?" (Si usas el Neuralink de Musk esas voces suenan dentro de tu cabeza y, como es raro, otra voz de la compañía, en uterino tono de psicóloga positiva, te va recordando constantemente que no es psicosis sino libre mercado).

Carne hecha en laboratorio

"¡Vaya!", me digo. Tanta tecnología para ofrecerme el fast food del siglo XX. Claro que sí. La hamburguesa del restaurante es rojiza, como a mí me gusta, pero distinta a las que recuerdo del pasado. La "variedad artificial" que he pedido (ellos la llaman ‘nova’) está hecha a partir de células madre de bovino y su sabor de laboratorio se acerca razonablemente a la original.

Desde que los israelís de la empresa Future Meat crearan la primera planta industrial de carne de laboratorio en la ciudad de Rehovot, en el año 2022 (eso han anunciado), este tipo de producto se ha abaratado muchísimo. Está a 15 euros (las hay incluso más baratas). Piensa que la primera que fabricó el farmacólogo holandés Mark Post, en 2012, costaba 250.000.

Si eres en exceso vegano, también puedes pedir hamburguesas hechas a base de proteína vegetal (compañías como Impossible Foods, Beyon Meat, o Heura, han avanzado muchísimo en cuanto al sabor y textura), o solomillos de fibras vegetales impresos directamente en el restaurante gracias a la tecnología 3D (los imprimen delante tuyo, como antaño te sacaban la langosta del acuario). Para que te hagas una idea, estos solomillos son parecidos a los que creó la empresa barcelonesa Nova Meat.

Por si te lo estabas preguntando, también se puede pedir "carne antigua", aunque no está tan bien visto (te miran como tú miras en el pasado a un chino comerse a un perro). En The Future la llaman ‘wild’, y es de la vaca de siempre (con algún arreglillo genético). Te prometen que ha sido criada en extensiva y utilizando sistemas regenerativos. También te recuerdan por prescripción gubernamental los datos del impacto ecológico que ha generado. En el futuro hace calor.

La mesa es como una pantalla de plasma que puedes customizar mientras esperas que lleguen los platos. También puedes customizar las paredes si pides la sala privada. "Customizar" es la mejor manera de entretener al cliente mientras espera los alimentos del futuro. Eso hace que los restaurantes tengan una apariencia algo kitsch, pues con tanto yoga, mindfulness y crossfit en el metaverso, no hemos tenido tiempo para adiestrarnos en interiorismo. Yo me decanto por un tono de madera oscuro, llamadme clásico.

Robots camareros, huertos interiores, bares automatizados y mucho ramen

La hamburguesa artificial llega con otro robot camarero, más bajito que el anterior, parecido a los de Bearrobotics de tu tiempo. El robot suelta otra frase graciosa, tan emotiva como prefabricada, inofensiva, algo así como "¡bon appétit!"

La hamburguesa de laboratorio lleva además lechuga, tomates y algas cultivadas en el huerto interior del restaurante (esto sube el caché), vegetales criados con sistemas autónomos como los que empezó a producir la empresa n.thing con sus Planty cubes.

La mayonesa está hecha con huevos veganos (mejor no preguntar cómo lo han logrado), pero recuerdo que los de Impossible Foods ya estaban en ello en 2021, usando microbiología y fermentación.

Impossible Foods es por cierto una empresa en la que invirtió una millonada Bill Gates (por si te pica la curiosidad, sigue extrañamente joven en este futuro, o sigue como él era en el año 2022, un viejoven, vaya, igual de incombustible, inmerso ahora en una campaña filantrópica para salvar a las bacterias nativas que descubrimos en Titán).

El queso es vegano, tipo camembert, salido de fermentaciones de plantas, como aquel producto coreano de la empresa Yangyoo. El mundo de las proteínas se ha vuelto muy loco: las cultivan o forman con el sol, aire, electricidad, o a base de bacterias, hongos, insectos, desechos... En el futuro somos más hiperprotéicos que los neandertales.

Por suerte yo estoy en un restaurante con cierta solera, y no en una de esas franquicias que se han multiplicado por todos lados, en las que unos robots de cocina autónomos gestionados por una IA -como los de Beyond Honeycomb- imitan las recetas de los chefs estrella del momento para ofrecerte una supuesta alta gastronomía a precios muy populares. Lugares donde te tomas tu ramen de la máquina expendedora, al estilo de Yo-Kai Express (¡En el futuro tomamos ramen hasta en Navidad!). Es el nuevo fast food, y allí no te recibe ningún humano. Creo que fueron las gentes de Robot.He, en China, del grupo multimillonario Alibaba, los primeros en patentarlo en Shanghái.

Terminada la hamburguesa me tomo un cóctel en el mismo restaurante, y me lo prepara un robot coctelero por aquello de la "experiencia". Me ofrece multitud de variedades de alcohol sin alcohol, y algunas de ellas llevan moléculas que igualmente te ponen pedo, pero que son menos nocivas, dicen, que el etanol.

La 'experiencia'

Cuando salgo del restaurante, contento y algo piripi por "la experiencia", a punto de regresar a mi aburrido pasado pandémico -ese mismo pasado en el que llamamos "futuro" a que unos migrantes venidos de muy lejos te lleven la comida a casa subidos en una bicicleta-, la pulsera me informa de los kilos que he ganado, de las raras proteínas que me han nutrido y del pulso de mi corazón asombrado. Vaticina un 2,5% de probabilidades de una "gastroenteritis pasajera".

Aunque el futuro me ha gustado, recuerdo lo tranquilos que nos comíamos antes aquellas hamburguesas llenas de grasa y quesos de dudosa procedencia, cuando los camareros cobraban cuatro chavos (pero existían) y no te decían "bon appétit" con voz infantil, tiempos en los que la hostelería sufría pandemias y las carnes eran carnes, muy baratas e industriales, y el origen de un sinfín de polémicas.

Desconozco si ese futuro es mejor. Pero, ya llegará... Lo de las misteriosas tres conchas blancas que he encontrado en el baño del restaurante (en lugar de papel de váter), mejor lo dejamos para otra ocasión.

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