Otras miradas

La teta de Hécuba a Eurovisión

Mar García Puig

Diputada de En Comú Podem, portavoz de la Comisión de Cultura y vicepresidenta de la Comisión de Igualdad

La teta de Hécuba a Eurovisión
Rigoberta Bandini durante su actuación en el Benidorm Fest.- RTVE

En la Ilíada, la reina de Troya, Hécuba, para proteger a su hijo de la muerte e impedir que entre en batalla, le muestra un pecho y le dice: «¡Héctor! ¡Hijo mío! Respeta este seno y apiádate de mí. Si en otro tiempo te daba el pecho para acallar tu lloro, acuérdate de tu niñez, hijo amado; y penetrando en la muralla, rechaza desde la misma a ese enemigo y no salgas a su encuentro.» En el imaginario colectivo, esa teta es el símbolo de la lucha contra la destrucción, son la madre y la leche que dan vida frente a las guerras de los hombres.

«No sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas», canta Rigoberta Bandini, y mientras bailamos y coreamos la letra sin aliento, nos invita a pensar en nuestros cuerpos, pero también en los de nuestras madres y abuelas. En un crescendo tan emocionante como el de la canción, retrocedemos por el hilo de la Historia hasta esa teta de Hécuba, que no consiguió evitar la muerte de su hijo pero que desafía la autoridad de los trajes grises y reivindica el poder de las que conocemos el valor de las vidas ajenas porque las hemos cuidado.

Instagram censura la palabra teta y su imagen; en las piscinas estamos obligadas a cubrirnos los pezones, y cada tanto una madre se queja de no poder dar de mamar a su bebé en espacios públicos. Ese himno que es Ay Mamá denuncia como el miedo que ha despertado históricamente nuestra capacidad reproductiva y libertad sexual ha derivado en un férreo control sobre nuestros cuerpos. Si Rigoberta Bandini ha conseguido emocionar y levantar a todo un país, es porque le escupe al mundo que ha llegado el momento de liberarnos de esa tutela. Lo decía la escritora feminista Adrienne Rich, «el cuerpo ha terminado siendo tan problemático para las mujeres que a menudo han preferido prescindir de él y viajar como un espíritu incorpóreo». Cantar ese Ay Mamá es una forma de decir que no renunciamos a nuestros cuerpos ni a nuestra agencia sobre ellos. Y que si hay que soltarse una teta para demostrarlo, muchas estamos dispuestas a acompañar a Rigoberta Bandini en la causa.

Y no solo eso, este himno eurovisivo es un homenaje a las madres que llevan siglos de abandono. Mi madre tiene 76 años y a sus achaques se le ha sumado durante la pandemia una soledad forzada que le ha hecho pensar a menudo en la muerte. A los pocos días de salir la canción me llamó y me soltó ese «cuando me muera...» que me espeta de tanto en tanto. Le dije que no, que de morirse nada, que la necesito. Pero me suplicó que la escuchara. «Cuando me muera, quiero que en mi entierro suene la canción Ay Mamá». Y me emocioné. Porque entendí que había encontrado en esa canción un reconocimiento que ni yo misma le he dado. Mi madre podría acabar con muchas guerras. No porque haya algo particular en su biología femenina, tampoco porque haya parido, sino porque en la distribución de tareas a la que la sociedad nos ha obligado, a ella, como mujer, le tocó la de cuidar. Y por eso sabe de la necesidad y el valor de ese caldo en la nevera, y sabe más que muchos legisladores de qué va eso que dice la constitución del derecho al libre desarrollo de la personalidad. Y casi nadie se lo ha dicho nunca, como tampoco se lo dijeron a su madre ni a su abuela. Y va y Rigoberta Bandini lo suelta con esa originalidad, y hombres y mujeres de todas las edades conectan con ella, y de esta forma le hacen un reconocimiento a sus propias madres, a las que los parieron y a las que no, a todas esas mujeres que han sostenido la vida relegadas a una esfera en la que los hombres no entraban. Quizás así las mujeres podemos decirles que pasen, que son bienvenidos, que ellos también tienen que construir esa humanidad y esa belleza que representa la teta gigante en forma de globo terráqueo que acapara el escenario y en la que, si nos acercáramos, podríamos leer los nombres de todas esas mujeres anónimas a las que ya tocaba hacer justicia.

En la novela Otoño, la escritora Ali Smith hace que uno de sus personajes se cuestione: «¿Sigue habiendo madre después de la muerte?» No tengo duda de que yo me haré la misma pregunta el día del juicio final. A mí me da igual ir al cielo, al purgatorio o al infierno, siempre que allí esté mi madre. Y espero que llegue con un pecho fuera, al estilo Delacroix, espero que en estos últimos años de vida ella también pueda liberarse de todo lo que la ha aplastado, y que desde el feminismo seamos capaces de reconocerle que supo hacer del sacrificio y la abnegación que le impusieron, y a los que nadie debería estar condenado, algo útil y bello.

Rigoberta, no importa si te sacas o no la teta, a muchas tu canción nos ha ayudado ya a sacarnos cadenas.

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