Posibilidad de un nido

Qué viejo y zafio te has quedado, Zuckerberg

Imagen de archivo de mayo de 2018, de Mark Zuckerberg durnate una convención tecnológica en California. AFP/JOSH EDELSON
Imagen de archivo de mayo de 2018, de Mark Zuckerberg durnate una convención tecnológica en California. AFP/JOSH EDELSON

Volvía del cine cuando me enteré de la fanfarronada de Mark Zuckerberg. Parece que el tipo amenaza con cerrar redes sociales Facebook e Instagram en la Unión Europea si no se le permite transferir a Estados Unidos los datos de sus usuarios de aquí. El paseo desde los Renoir a casa había sido agradable. Hay cierta elegancia recuperada en el hecho de ir al cine regularmente. De eso se trata, Zuckerberg, de la elegancia, algo en cuya agonía ha contribuido usted con sus asuntos y sus juegos, su dinero y su ignorancia.

Como digo, volvía del cine paseando con ansias ya de primavera, cruzándome con paseantes de andar lento cuyo garbo desconectado me devolvía, me devuelve, al lugar del que no querría haber salido. Entonces leí la noticia y pensé Qué viejo se ha vuelto todo eso. Qué viejos Facebook e Instagram, qué viejo el uso de las redes sociales, algo así como un juguete demasiado grande que queda en medio de la sala y nadie se atreve a tirar pero hace tiempo que perdió todo encanto.

Recuerdo que con el encierro y la pandemia se extendió la desafortunada idea de que aquello habría de destruir definitivamente todo lo que no fuera Amazon, Netflix y las redes sociales. Entonces, empezaron a brotar librerías aquí y allá, grandes librerías bonitas y pomposas, recoletas librerías bonitas y tranquilas, pequeñas librerías bonitas y destartaladas, bonitas librerías con bollos y té, librerías monográficas, librerías infantiles. Librerías. Volvimos a los parques y los puestos callejeros.

Se trata de la elegancia, Zuckerberg, y qué poco sabes de eso, ya me perdonarás que te tutee, qué poco saben sus amenazas, qué fatuo ese sentirte imprescindible, vital, Zuckerberg, cuando sencillamente has pasado a formar parte de los juguetes tristes.

Todo exceso acarrea su empacho y este Zuckerberg se nos ha hecho bola. Así que cuando el tipo amenaza con quitarnos su Facebook, su Instagram, empieza a cundir una cierta sensación de alivio. Es un asomo de sosiego que emana de las tiendas de discos, las librerías y las salas de cine, los paseos por la ciudad, los parques y los teatros, las ollas y los alimentos, los museos y las salas de conciertos. Es la posibilidad de recuperar la elegancia como forma de vivir y de relacionarnos. La elegancia y el respeto. Eso es lo que deberíamos preservar de toda amenaza: elegancia y respeto. Eso es lo que hemos ido perdiendo a golpe de móvil y pantallitas. La primavera no huele a nada en Instagram, como tampoco las hojas de los libros en Amazon.

Por eso, de repente, un día, un tal Zuckerberg, en un vergonzoso alarde de zafiedad, nos amenaza con devolvernos a un mundo de aromas, tarimas, tacto, serenidad y tiempo de lectura en deliciosas soledades. Qué viejo se ha quedado el tipo. Tan viejo que no se ha dado cuenta de que, poco a poco, quienes le amenazamos a él somos nosotras, nosotros, nuestra necesidad de elegancia recuperada. Por ejemplo, volviendo del cine.

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