Dominio público

Quien esté libre de pecado que escupa la primera aceituna

Ana Pardo de Vera

Teodoro García Egea (1 i.), Pablo Casado (2 i.), José Luis Martínez Almeida e Isabel Díaz Ayuso, en una imagen de archivo. EFE
Teodoro García Egea (1 i.), Pablo Casado (2 i.), José Luis Martínez Almeida e Isabel Díaz Ayuso, en una imagen de archivo. EFE

Vayan por delante mis disculpas si esta columna no está a la altura de los últimos acontecimientos en el Partido Popular, sea el PP de la calle Génova, el de la Presidencia de la Comunidad de Madrid o el del Ayuntamiento de la capital. Es difícil caer más bajo que los dirigentes del principal partido de la oposición, que aspira a gobernar este maltratado país, así que voy a intentar mantener mi texto erecto, sin bajar al barro donde a estas horas siguen su refriega Casado, Ayuso, García Egea, Almeida y Carromero.

En este contubernio no figura, al menos de momento, el inefable Alberto Casero, el diputado que sacó adelante la reforma laboral de Yolanda Díaz y número cuatro del PP, porque estos días anda pendiente de si el Tribunal Supremo le imputa (es aforado) por un presunto delito de prevaricación continuada durante su años al frente del Ayuntamiento de Trujillo (Cáceres). La jueza extremeña que ha investigado al parlamentario y mano derecha de Teodoro García Egea en Génova ya ha enviado la documentación sobre Casero al alto tribunal. Y pinta feo.

¿Pero qué minucia sería la de la presunta corrupción de Casero en Trujillo al lado de las irregularidades y la inmoralidad de su jefe directo, su compañero, la presidenta madrileña y el líder nacional del PP? Tras las informaciones de El Mundo y El Confidencial sobre el intento (o consumación) de espionaje a Ayuso desde Génova, vía el Ayuntamiento de Madrid por interposición de Carromero, para indagar en la comisión que se habría llevado su hermano Tomás con un contrato de 1,5 millones de euros en plena pandemia, firmado con un amigo de la infancia y sin concurso público con la excusa de la urgencia del momento, el secretario general del PP se ha presentado ante la prensa como el azote de la corrupción y el garante de las esencias del partido y su líder.

García Egea, eso sí, no ha explicado por qué el PP no acudió a la Fiscalía con la denuncia del contrato de marras en lugar de llamar al ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, para preguntarle si tenían por Moncloa un dosier para perjudicar a Ayuso (no había tal cosa) o de intentar contratar a una agencia de detectives desde la Empresa Municipal de la Vivienda y el Suelo (EMVS) aprovechando que Carromero, amigo y asesor de Casado desde Nuevas Generaciones, estaba contratado allí por Almeida. La respuesta es sencilla, aunque el número dos del PP jamás la pronunciaría: porque se buscaba torcer el brazo a Ayuso en su batalla por el liderazgo del PP de Madrid, primero, y seguramente del nacional después. Juego sucio. Mafia partidista, chámenlle equis. El dinero público de los madrileños que acabó en los bolsillos del amigo del pueblo y del hermano de Ayuso, como el que podrían haber costado los detectives de Carromero, a García Egea le importa una aceituna.


¿Pero qué viene a hablarnos a los periodistas de defensa de valores anticorrupción y de lealtad un político que ha tenido la desvergüenza de denunciar a un medio de comunicación por publicar con todo el rigor que García Egea intentó favorecer a un familiar, con la complicidad del presidente de Murcia, para que saltase la lista de espera de un hospital en los momentos más duros de la pandemia, con gente implorando morir sola en una habitación y no en un pasillo de hospital? ¿Con qué legitimidad habla a la prensa y a los ciudadanos el número dos del principal partido de la oposición que nunca ha podido desmentir que ese trato de favor a su familia se produjera?

Casado, su carrera meteórica de Derecho y su máster en Harvard-Aravaca; García Egea, sus trapicheos con el presidente López Miras para operar a su familia antes que a otros/as enfermas, su ataque a la libertad de prensa o su incitación al transfuguismo y a la deslealtad, sea en Murcia o en el mismo Congreso; Ayuso, sus contratos de emergencia a la empresa de su hermano, comisión mediante para éste; sus largas estancias en hoteles de amigos que luego contratan con la Comunidad, o los tratos de favor a su padre desde Avalmadrid; Mañueco en su peor momento, sea de corrupción en Salamanca o por su carencia de aliados que no sean Vox o una abstención del PSOE vía antifascismo, al que su partido se niega; los actores de reparto Carromero y Casero,...

¿Quién puede salvar al PP? Algunas miradas se posan en Feijóo que, en palabras de un diputado del PP, "nos libraría de Casado, de Ayuso y de Vox, si eso es aún posible". Pero el presidente de la Xunta de Galicia, que se ha posicionado a favor de la presidenta madrileña, la que tiene poder, votos y la mayoría de la prensa conservadora, ya frenó una vez su desembarco en Génova por algunas sospechas muy fundadas sobre los dosieres que manejaba su entonces rival en el liderazgo del partido, la exvicepresidenta y mandamás del CNI, Soraya Sáenz de Santamaría. Estas informaciones en poder de la mano derecha de Rajoy en el Gobierno darían cuenta más detallada de lo que se conocía ya sobre las amistades pasadas de Feijóo con narcos condenados o con empresarios imputados en la macro operación Pokémon de corrupción en Galicia.


Hoy, no obstante, parece difícil que alguien que no sea Feijóo, al que avalan cuatro mayorías absolutas y la marginalidad de la ultraderecha en su territorio (hoy, un valor, porque a eso hemos llegado con Vox), pueda sacar al PP del agujero en el que está metido. O, más bien, en el que le han metido la mediocridad más absoluta, la corrupción más sangrante y la falta de escrúpulos más imperiosa.

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