Otras miradas

¿Ciudadanía o agregación de 'poyoyos'?

Luis Moreno

Profesor Emérito de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

¿Ciudadanía o agregación de 'poyoyos'?
El tenista serbio Novak Djokovic en un partido reciente.- PR IMAGE / DPA

No importa sobre qué pueda hablarse en la conversación. Siempre apostillan a cualquier observación, comentario u opinión el latiguillo: "Pues yo creo...", "pues yo pienso..." o el más imperativo, "pues yo haría..." Pues yo, pues yo... Son los ‘poyoyos’ que reafirman su existencia importándoles poco el intercambio de ideas o pensamientos con otros humanos. Se trata de personas autorreferenciales que se consideran el alfa y omega de su paso por el mundo. Viven por y para ellos mismos, comunicándose con la ‘vida de los otros’ por razones prácticas y de conveniencia. Su ejemplo de egocentrismo narcisista alcanza proporciones pandémicas auspiciado ahora por el triunfante capitalismo neoliberal.

Conviene recordar que la ciudadanía es la condición de pertenencia y participación en la politeya, u organización política donde se integran los miembros de la sociedad. Más allá de su plasmación en el derecho positivo de las modernas democracias, la ciudadanía hace referencia a un conjunto de prácticas y usos que otorga la cualidad de componentes activos a los individuos como seres sociales de su comunidad. La ciudadanía es, principalmente, un estatus conformado por el acceso a los recursos básicos para el ejercicio de derechos y deberes. La no discriminación en el acceso a esos recursos constituye la condición necesaria y suficiente de la ciudadanía.

Para la visión del individualismo posesivo diseccionada por C.B. Macpherson el ciudadano poyoyo es el único propietario de sus destrezas y capacidades, y de ello no debe gran cosa a la comunidad de pertenencia. Además, tales destrezas y competencias son mercancías que puede comprar y vender en un mercado libre de interferencias reguladoras. Para la concepción asocial del individualista posesivo, la sociedad es un constructo humano cuya única finalidad última es proteger a los individuos y sus propiedades, manteniendo el orden en las relaciones de intercambio entre las personas como propietarios. Los ciudadanos quedan sujetos a la sociedad de mercado, donde la independencia personal prevalece sobre cualquier otra consideración. Y quienes tienen la capacidad de endeudarse para adquirir, por ejemplo, los anhelados coches S.U.V. (mejor eléctricos que híbridos o de combustión interna, por favor), son los winners en una sociedad donde los losers quedan a expensas de la acción pública impersonal de las instituciones.º

Los MGTOW (A Man Going His Own Way, u ‘hombre que va a la suya’) (pronúnciese MIG-tau) son poyoyos persuadidos de que son ellos mismos quienes tienen que fijar ‘soberanamente’ sus objetivos de vida. En lo que hace a sus relaciones sociales y ambiciones vivenciales, prima por encima de cualquier otra consideración el interés propio como norma instrumental de convivencia. Así, en un mundo líquido cada vez más interconectado, las relaciones interpersonales se diluyen y las solidaridades se extinguen sustituidas por la virtualización de las redes sociales. Tales relaciones en el mundo laboral se disuelven en las grandes corporaciones actuales de los Nuevos Señores Feudales Tecnológicos (Amazon, Apple, Google o Facebook-Meta) donde los subordinados siempre aluden a órdenes superiores del sistema, descargándose de su responsabilidad.

El sociólogo Zygmunt Bauman acuñó el término de ‘mundo líquido’ para conceptualizar el estado fluido y volátil de la actual sociedad, sin valores sólidos como los de la modernidad y en donde la incertidumbre por la celeridad de los cambios ha debilitado los vínculos humanos. Así, en un mundo de poyoyos poco margen queda a la confianza como base de progreso y bienestar, pese a los análisis normativos avanzados por preclaros científicos sociales desde hace décadas. Como bien apunta Víctor Lapuente, asistimos a una época de repliegue individualista y tribal. Aunque la confianza es un formidable anticuerpo social frente a toda suerte de epidemias, su efectividad se resiente.

El caso del tenista Novak Djokovic ilustra el comportamiento de los poyoyos que en el mundo son. En su caso, la repercusión mediática ha sido global dada su popularidad como campeón tenístico. Recientemente ha anunciado que renunciará a jugar los torneos donde le obliguen a vacunarse contra el virus del COVID-19. Recuérdese que fue deportado de Australia tras haber intentado entrar en ese país de forma irregular, según determinaron las autoridades judiciales del país oceánico. El Tribunal Federal de Australia sentenció que su presencia representaba "una amenaza para la salud pública".

El deportista serbio justifica ahora su decisión en que él es soberano para ejercer la libertad de elección individual a la hora de inmunizarse contra el coronavirus. Lo que les pase a los demás que socialicen con él le importa poco. Ya en junio de 2020 el tenista Novak Djokovic dio positivo por coronavirus tras participar en el torneo transfronterizo Adria Tour, que él mismo organizó en las ciudades de Belgrado (Serbia) y Zadar (Croacia), y en el que se contagiaron otros jugadores (Dimitrov, Coric y Troicki). El jugador de Belgrado confesó que su mujer Jelena también dio positivo. Cabe preguntarse cuántos espectadores o personas involucradas en la celebración del evento se contagiaron igualmente. Contrasta el caso de Rafael Nadal, que pasó contagiado semanas difíciles de confinamiento antes del Open de Australia, lo que le honra como deportista y ciudadano ejemplar.

Ciertamente para los partidarios del No-Vax y los soberanos poyoyos lo que le suceda a los demás importa poco, pese a los peligros señalados por los científicos. Para el trumpismo de la redes sociales lo que diga la ciencia no interesa. Hace caso omiso del desarrollo del estado moderno, cuando la ciudadanía quedó amparada como estatus de igualdad en dignidad, es decir, mediante garantías formales en el ejercicio de los derechos no sólo civiles y políticos, sino también sociales.

En un mundo de modernidad líquida, el modelo asocial en curso implica el fin de la era del compromiso mutuo. Lo público retrocede y se impone un individualismo que conlleva la corrosión y evanescencia de la ciudadanía. Un mundo insustancial, en suma, en el que la pandemia de lo asocial contagia sin aparente vacuna. La ciudadanía se transforma en una mera agregación de poyoyos.

Más Noticias