Dominio público

Feijóo y Le Pen, Zemmour y Vox

Ana Pardo de Vera

Si alguien creía que Alberto Núñez Feijóo iba a acudir a la toma de posesión de Alfonso Fernández Mañueco pese a la coalición del aún presidente en funciones de Castilla y León con la ultraderecha de Vox, ya habrá profundizado más en un rasgo de la personalidad del líder del Partido Popular: las incoherencias se trabajan con las formas, nunca con el fondo que ponga en riesgo el poder institucional. O lo que es lo mismo, lo que parece tiene que ser lo que la gente crea que es, y lo que parece es que Feijóo ningunea a Vox.

Feijóo se reúne con Pedro Sánchez en La Moncloa, le pide cuentas sobre los impuestos y el plan de recuperación económica tras este trimestre maldito; no tiene reparos en subir las escalinatas del palacio presidencial, como un hombre de Estado que dice que es y pese a que Sánchez sea calificado día sí, día también, por Vox y PP de enemigo público número uno de España. Por lo que el presidente de la Xunta no pasará es por salir en la foto con Santiago Abascal en la toma de posesión de Mañueco. Por los hechos los conoceréis y los hechos, de momento, nos han dicho que Feijóo pacta con Abascal antes que con Sánchez, pese a las muchas cuestiones pendientes aparte de la económica, como el fin de la indecente interinidad del Consejo General del Poder Judicial (CGJP).

Por ese afán de que sus votantes y los potenciales crean lo que parece y no lo que es (el relato, dicen), el nuevo PP se ha pronunciado sobre la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia con un entusiasta alegato pro Macron, con tanta desfachatez como para hacer coincidir en el tiempo este elogio al presidente francés, que siempre ha renegado de la ultraderecha, con el debate de investidura de Mañueco confirmando su coalición con la antidemocracia de Vox (machismo, xenofobia, franquismo... por ahora)

La intención de Feijóo es solo la de pescar votos en el caladero de la extrema derecha, algo que podría haber empezado a conseguir si se tienen en cuenta las primeras encuestas sobre su aterrizaje en Génova. Lo hace mediante la normalización de la presencia institucional de Vox en todos los ámbitos, como si fuera un partido democrático, y enviando a sus electores el mensaje que le funcionó en Galicia, más allá de la sociología de nuestra tierra: "Yo puedo darles lo que ellos le dan y sin estridencias", con esa imagen de buen gestor que se ha labrado en la Xunta y que, en realidad, como recuerdo siempre, se corresponde únicamente con una excelente gestión de sí mismo.


Feijóo no mira a Macron, ni mucho menos; su pacto con la ultraderecha, aunque no lo unja personalmente, lo confirma. El presidente del PP observa a Le Pen con profundo interés, más allá de las cuestiones en seguridad, migración y Europa, donde la marca de la candidata ultraderechisra francesa es todavía más inclemente que la del PP, sin ser ésta la de una democracia "plena", ni mucho menos, como tampoco la de la Unión Europea en general. Ahí tenemos, por ejemplo, la ley mordaza, los 15 muertos de El Tarajal (Ceuta) o la denuncia del reparto de los fondos Next Generation EU ante Bruselas por parte del PP, queriendo hacer pasar al Gobierno por culpable de algo (no nos quedó claro el qué) que supervisaban en Europa.

A lo que es capaz de llegar el PP por atraerse a los votantes fascistas, por un lado, y lograr el apoyo de Vox para gobernar en municipios, autonomías y en España, por otro, aún lo desconocemos. Lo que vamos viendo, sin embargo, debería inquietarnos. En un análisis de este domingo en La Vanguardia, utilizando al CIS como fuente, se concluye que España se está derechizando, que la izquierda no crece ni mucho menos entusiasma. El presidente de Galicia, que tiene a un excelente equipo de colaboradoras, sobre todo, no es ajeno a nada de esto y Pedro Sánchez debería tomar buena nota de que una sociedad de derechizada no se revierte llevando al PSOE a pactar con el PP, aunque sea el de Feijóo El Gestor, sino haciendo frente con propuestas valientes (bastaría con cumplir a rajatabla el principio de justicia social) a un discurso que ni nos va a sacar de pobres ni nos va a traer libertad alguna, al contrario.

Feijóo se ha amarrado al mástil de la precariedad de los españoles mientras las administraciones del PP se codean con corruptos de papel cuché. Mensajes económicos, como los de Le Pen en Francia, aparcando la radicalidad de su discurso en las cuestiones que definen su fascismo y que ha cedido amablemente a Zemmour, sin darse cuenta éste de la estrategia de la líder de Rassemblement National (RN), que se ha convertido, entre otros sectores de la población, en la política líder de los jóvenes franceses, hartos de incertidumbre y falta de futuro e independencia. Le Pen sabe que, en segunda vuelta, los votos de Zemmour van para RN sí o sí, dejando al polemista como un vulgar apéndice de aquella. Economía y gestión, moderación de las formas, endurecimiento del fondo y ninguneo de la hiperventilación de Vox-Zemmour, que no de sus votantes; Feijóo en estado puro.


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